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Sacramentos de la iniciación cristiana: La Eucaristía II

Nelson Martínez Rust:

 

La presencia de Cristo en la Eucaristía no se reduce a las especies del pan y del vino. El Concilio amplia mucho más la presencia del resucitado en la asamblea litúrgica: “…está presente en el sacrificio de la Misa, no solo en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por el ministerio de los sacerdotes el mismo que se ofreció en la cruz”, sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Est’a presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: Donde están dos o tres congregados en mi nombra, allí estoy yo en medio de ellos” [Mt 18,20] (SC 7; 24).

El Vaticano II no se detiene en el señalamiento de la presencia santificadora de Cristo en la Palabra proclamada, sino que no teme en relacionarla profundamente con “la liturgia eucarística” al llamarla “liturgia de la palabra”. Al llevar a cabo esta relación el Concilio realza la presencia de Cristo en las Sagradas Escrituras cuando se las leen y proclaman en medio de la acción litúrgica. Por consiguiente, no es una mera lectura lo que se lleva a cabo, sino que es una presencia de Dios dinámica y transformadora que, de cierta manera, anticipa y prepara la presencia sacramental eucarística al suscitar la fe: “Las dos partes de que consta la misa, a saber, la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único acto de culto…” (SC 56).

¿Cómo entender esta estrecha presencia entre el “memorial eucarístico” y la “Palabra de Dios”?

Cuando hablamos de “Palabra de Dios” debemos entenderla como “profecía y “fuerza de Dios”. Profecía en cuanto que la Palabra Revelada es la palabra de Dios-Padre en Cristo el cual es capaz de cambiar la historia del hombre en historia de salvación – Cristo es profeta -. Ella es “dadora de vida”, “fuerza de Dios” – Cristo ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) -. Por eso San Juan llama a Cristo “palabra de vida” (1 Jn 1,1), por ser palabra de la nueva creación, de gracia, de salvación, que se ha hecho carne (Jn 1,14). En el Nuevo Testamento, la Palabra de Dios es Jesucristo, y se transforma en “sacramento” – presencia generadora de Vida – al celebrársela en la acción litúrgica post pascual de la congregación – la Iglesia –. Entonces, en ese ámbito, Cristo se presenta como “la Palabra revelada por Dios-Padre”, el Espíritu Santo como el intérprete de la Palabra Revelada para el hombre de hoy y la Iglesia se convierte en el espacio donde nace la convocación, la celebración de la Palabra Revelada y Santificante y el ofrecimiento eucarístico para gloria de la Trinidad. Como se puede observar, el acontecimiento sacramental es el resultado de la conjunción del quehacer trinitario – Padre, Hijo y Espíritu Santo – y eclesiológico. Es la relación más estrecha que se pueda concebir entre lo divino y lo humano. Esta relación se lleva a cabo de manera excelente en la Eucaristía.

De esta manera las celebraciones eucarísticas de la Palabra se manifiestan para el fiel cristiano: 1º. Como recuerdo – anamnesis, memorial – de la acción salvífica llevada a cabo por Dios-Padre en la persona de Cristo, 2º. Como realidad de la presencia de la gracia – Vida – que el Espíritu Santo derrama sobre su Iglesia y 3º. Como acontecimiento eclesial que reúne – convoca – a la comunidad para cantar y celebrar las maravillas del Señor Resucitado y para anunciar el mundo por venir – “el Reino de Dios” -.

Ahora bien, la Palabra de Dios no es un don que se entrega sin más, sino que es un don que solo en el culto litúrgico se descubre en su pleno sentido salvífico. Para ello hay que recorrer: 1º. Un proceso de escucha de la Palabra, 2º. De experiencia interior de la Palabra y 3o. De cumplimiento en la vida cotidiana de la Palabra, haciendo verdad en nuestras vidas la misma verdad de la Palabra. Este proceso de interiorización de la Palabra de Dios despierta en los creyentes el diálogo, la oración, la búsqueda de la voluntad de Dios, el perdón de los pecados, la curación de los enfermos, el celo apostólico, la preocupación por el necesitado y, sobre todo, el anhelo profundo de conocer más y de participar activamente en la celebración litúrgica de la Eucaristía, que es el tiempo y el espacio en donde “la Palabra de Dios” se hace especialmente don de Dios. Sin embargo, este proceso presupone la evangelización cristiana por parte de la Iglesia. Evangelización que supone una acción integral de la misma y no parcial, mediatizada o sesgada por intereses mezquinos, que permite entrar en el contexto cultural y religioso no solo de la Sagrada Escritura sino también del hombre por evangelizar. Por tanto, es deber ineludible de los ministros ordenados evangelizar en el campo bíblico, litúrgico y dogmático con competencia y santidad.

Otro aspecto que no se puede dejar de lado es el siguiente: Las Sagradas Escrituras son fruto del Espíritu Santo y, en consecuencia, deben interpretárselas con el mismo espíritu en que fueron inspiradas. El Concilio Vaticano II señala: “La Escritura se ha de leer con el mismo espíritu con el que fueron escritas” (DV 12). El Espíritu Santo es presentado por San Juan como la inteligencia y la memoria del cristiano, con las cuales somos capaces de acoger y de vivir las palabras proféticas de Jesucristo (Jn 14,26; 16,15). En este sentido, es necesario hablar del Espíritu de la Palabra y de la Palabra del Espíritu: “En las palabras de los Apóstoles y de los profetas hace resonar – la Iglesia – la voz del Espíritu Santo” (DV 21).

La Iglesia, especialmente en las celebraciones litúrgicas, siempre ha tenido consciencia de ser el eco del profeta, del apóstol y del mismo Cristo cuando se proclama en la liturgia “la Palabra de Dios”. Los ritos que rodean la proclamación del Evangelio manifiestan a Cristo anunciando su palabra. Es Cristo el que habla a su pueblo, o la Iglesia en su nombre.

La Palabra proclamada y celebrada en el Espíritu Santo, que es “la Verdad de Dios”, se hace comunicación, para terminar, haciéndose comunión en el mismo misterio de la salvación en Jesucristo, nuestro Señor. En las celebraciones de la Palabra, como en las demás celebraciones litúrgicas, no debemos separar jamás la memoria de Cristo crucificado, resucitado y glorioso de la invocación – epíclesis – del Espíritu Santo. De esta manera la celebración eucarística se convierte en una profunda unidad entre la Palabra, el Memorial, la Gracia santificante aportada por el Espíritu y el dinamismo en la construcción del Reino por venir.

El lector de la Palabra de Dios en la celebración litúrgica – Eucaristía o cualquier otro sacramento – no debe ser escogido a ultima ora ni hacerlo por compromiso social o amiguismo. Debe tenerse siempre presente que al lector le corresponde, en el momento de la lectura, leer con competencia, hacer presente al personaje de la lectura y por lo tanto exige una gran preparación no solo en cuanto a saber leer sino también a tener una vida en consonancia con lo que se está leyendo o proclamando para que sirva de testimonio para los fieles cristianos congregados.-

 

Valencia. Abril 28; 2024

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