La “invención” de la Santa Cruz ¿por qué el 3 de mayo?
¿Cuál es el origen de la desaparecida fiesta del 3 de mayo, en la que la Iglesia celebraba la invención de la Santa Cruz?
En 1960, el Papa Juan XXIII retiró del calendario la fiesta de la Invención de la Santa Cruz, celebrada desde la antigüedad para conmemorar la devolución al emperador bizantino Heraclio de la valiosísima reliquia, desaparecida tras la toma de Jerusalén por los persas. La idea era fusionar esta fiesta con la de la exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre, vinculada a la dedicación de la Basílica del Santo Sepulcro.
En primer lugar, es importante entender la palabra “invención”, que puede llevar a confusión y en realidad significa “descubrimiento”, la culminación de la campaña de excavaciones arqueológicas ordenada por la emperatriz Santa Elena durante su estancia en Tierra Santa en 326, con el fin de encontrar rastros de los santos lugares y todas las reliquias vinculadas a Cristo.
Un proceso penitencial urgente
En la mente de Augusta (la emperatriz), esta empresa y esta peregrinación constituían un paso penitencial urgente. En efecto, el reinado de su hijo Constantino, desde que tomó para sí la púrpura tras derrotar a Majencio en el Puente Milvio, cerca de Roma, en octubre de 312, había estado marcado por una serie de crímenes políticos ciertamente necesarios, pero más o menos justificables. ¡Elena lo permitió, porque desde la visión de la Cruz que apareció sobre las legiones de Constantino en vísperas del enfrentamiento decisivo, acompañada de las palabras inscritas en el cielo: In hoc signo vinces! (“Con este signo vencerás”), su hijo comprendió la importancia de aliarse con el Dios de su madre, pero no pidió ser bautizado, y no lo haría hasta su lecho de muerte en 337.
Al igual que con la Sábana Santa y los demás lienzos, los discípulos de Jesús necesitaron una convicción muy fuerte de la sacralidad de estos objetos para superar el horror que debieron sentir al verlos, recuperarlos y mantenerlos a salvo durante casi tres siglos.
Mientras Constantino no sea cristiano, es libre de multiplicar sus faltas y pecados, que el sacramento, recibido tardíamente, lavará de un plumazo. Desgraciadamente, unos meses antes, Elena, cristiana, y por tanto sin disculpa, había prestado su mano a uno de los más sórdidos de estos asuntos: había revelado a Constantino las mentiras de su segunda esposa, Fausta, quien, para conservar la púrpura para sus hijos, había acusado falsamente a Crispo, hijo del primer matrimonio y legítimo heredero del imperio, de haberle hecho proposiciones y preparado el asesinato de su padre. Cegado por la furia, sin escuchar siquiera a su hijo mayor, Constantino mandó ejecutar a Crispo.
Elena, que había criado al niño y le adoraba, juró vengarle perdiendo al calumniador. Sus revelaciones han dado fruto: Fausta ha sido víctima de un desafortunado “accidente”, resbalando en su cuarto de baño… Es el asesinato de su nuera lo que expía viajando a Palestina en busca de reliquias tan sagradas que su posesión la salvará de la condenación al mismo tiempo que asegurará el triunfo de Roma sobre sus enemigos.
¿Dónde está la Cruz de Cristo?
La tarea no es fácil, porque a principios del siglo II, el emperador Adriano hizo destruir o profanar todos los lugares de peregrinación cristianos, erigiendo un templo a Adonis en la gruta de Belén y un santuario a Venus sobre la tumba de Cristo. La tradición, sin embargo, ha conservado el recuerdo de su ubicación en espera del día en que la verdadera fe pueda salir a la luz.
Macaire tuvo la idea de probar sus virtudes colocándolas sobre el cuerpo de una joven que estaba a punto de ser enterrada. La tercera prueba fue concluyente: la muerta resucitó.
Estos recuerdos resultaron ser correctos, y no tardaron en encontrarse los restos de la Natividad y la Resurrección. Pero Elena quería la Cruz que el Arcángel Miguel entregó a su hijo como emblema la víspera de su victoria. ¿Sabemos qué pasó con ella?
En general, los soldados romanos se deshicieron del madero de la justicia arrojándolo, junto con los cadáveres de los torturados, a un barranco cercano al Gólgota. Estipes y patibula, los pies y los travesaños empapados en sangre, eran impuros para los judíos, que no los tocaban bajo ningún concepto.
Al igual que con la Sábana Santa y los demás lienzos, los discípulos de Jesús necesitaban estar muy seguros del carácter sagrado de estos objetos para superar el horror que debieron sentir al verlos, recuperarlos y mantenerlos a salvo durante casi tres siglos. Ahora bien, según la Tradición, los discípulos guardaron efectivamente el Árbol de la Salvación. Por lo tanto, había que encontrarlo.
El 3 de mayo de 326
Ayudada por el obispo Macario de Jerusalén, Elena buscó y buscó hasta que, el 3 de mayo de 326, dio no con una, sino con tres cruces enterradas en el refugio no lejos de la Tumba: la de Jesús, y las de los dos ladrones… ¿Cómo identificar la verdadera?
Macario tuvo la idea de probar sus virtudes colocándolas sobre el cuerpo de una joven que estaba a punto de ser enterrada. La tercera prueba fue concluyente: la muerta resucitó. El madero sagrado se repartió entonces entre Jerusalén, Constantinopla y Roma, donde Elena hizo construir en su honor la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén. Todos los fragmentos venerados en toda la cristiandad proceden de estos santuarios.
Este es el origen de la fiesta del 3 de mayo, hoy desaparecida, que en su día estuvo asociada al culto de Santa Elena, cuyo nombre se daba a las niñas nacidas ese día. Sin duda era demasiado ostentosa para el mundo moderno, pero como reza el lema cartujo: Dum volvitur orbis, stat Crux: “Mientras el mundo pasa, la Cruz permanece”.-
Anne Bernet – publicado el 02/05/24-Aleteia,org