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Carta a un laico actualizado

Beatríz Briceño Picón:

Dedicada al doctor Manuel Guzmán

Apreciado Manuel y demás miembros de la Confederación Nacional de Laicos. Próximos a la Vigilia de Pentecostés, quiero compartir contigo y todos los que integran esa Confederación, esta carta con motivo de los 90 años de la creación, en Caracas, de la Asociación de Caballeros del Espíritu Santo que merece la pena difundir por lo que en ella narraré, con cariño y respeto.

El 19 de mayo de 1934, precisamente en la Vigilia de Pentecostés, el arzobispo Felipe Rincón González aprobó esa asociación de laicos y su respectiva Regla, y al día siguiente fue su instalación en el Palacio arzobispal. Monseñor Pellín recibió el encargo de director espiritual y asesor. Se trataba, pues, no solo de la asociación de unos laicos de gran nivel intelectual sino también de profesionales reconocidos en la sociedad de entonces, que recibieron el referendo de la Jerarquía para llevar a cabo un proyecto apostólico de gran calado. Ni más ni menos, se pusieron a la orden del Santificador, del Espíritu Santo, como caballeros a toda prueba.

Considero, amigo Manuel, ilustre galeno, como suelo decirte que, aunque parezca tarde, se haga llegar a muchos laicos la noticia que muestra la gracia que movió a esos profesionales, a fundar una Asociación que se adelantó varias décadas a los aires que trajo a la iglesia el Concilio Vaticano II. Y sobre todo sería importante, para la historia, saber porque a los pocos meses dejó de funcionar, aunque sus fundadores y seguidores continuaron manifestando, en todas partes, su fe y su compromiso bautismal.

Conocí de la vida de la Asociación porque mi padre, que fue fundador y secretario, conservó el libro de actas que se dio a conocer, en primera página de La Religión, el 17 de julio de 1973, casi cuarenta años más tarde. Cuando encontré el libro de actas ya Mario Briceño Iragorry estaba en la eternidad, pero había visto una alusión a esa iniciativa releyendo la obra Trayectoria y Tránsito de Caracciolo Parra: Trabajó en silencio, como la hormiga, para la causa de la justicia. Sin ruido, sin ir en pos de voluntades y aplausos, fundamos una agrupación de tinte católico, que quería preparar un núcleo de hombres capaces de representar y defender los ideales cristianos en la hora, prevista por todos, en que, concluida la dictadura, habría de surgir una verdadera lucha social. La asociación fracasó por pequeñeces, que la piedad ordena olvidar, pero en las pocas actas que de ella quedan y que yo conservo, consta que la ponencia inicial de Caracciolo Parra fue ¿Cuál es en justicia el salario mínimo de un obrero en Caracas? Era necesario encauzar una acción realística que, partiendo de los llamados centros de Acción Católica y de las propias clases dirigentes, evitase que, en nuestro medio, a causa de egoísmo y abandono, se diese lo que fatalmente se dio lo que Pio XI hubo de llamar “el gran escándalo del siglo XIX”: los obreros amparándose en consignas sin contenido cristiano para la defensa de sus legítimos derechos.”

Varias veces he preguntado a jesuitas de Caracas, si tenían noticia de esa Asociación, pero hasta hoy no he encontrado respuesta. No tuve ocasión de tratar el tema, en vida del Padre Barnola, porque no había pensado que era por la Compañía por donde debía venir una luz. Esto lo vislumbré al ver, en la última acta, que una de las   tareas pendientes era pedir el salón del Colegio San Ignacio para hacer el retiro mensual, previsto para los Caballeros y luego escuchar la respuesta de mi madre Josefina Picón, quien al preguntarle si sabía algo de lo que pudo pasar, me respondió: hija, no recuerdo qué pasó. Pero si sé que fue un problema con los jesuitas. Pero tu papá no me habló de eso.

Lo cierto, es que considero importante que la Confederación Nacional de Laicos conozca más ese intento asociativo laical, porque no creo que exista en Venezuela, antes o después del Concilio, una institución nacional donde la secularidad haya estado mejor representada, a pesar de que en esos tiempos el término no se conocía. Aunque no entraré hoy en detalles de la Regla por la que se regían los Caballeros, si quiero compartir los nombres de los que asistieron a la instalación hace 90 años. Estos fueron José Manuel Nuñez Ponte, Individuo de Número de la Academia Venezolana, Director del Colegio Sucre, Comendador de la Orden Pontificia de San Gregorio; doctor Caracciolo Parra León, Vicerrector de la Universidad Central e Individuo de Número de las Academias Venezolana y Nacional de la Historia; doctor José Izquierdo, director de la Escuela de Medicina de la Universidad Central e Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales; doctor Hernán Ayala, Individuo de Número de la misma Academia; doctor F. Angulo Ariza, Profesor de la Universidad Central y Presidente de la Corte Suprema de Justicia del Distrito Federal; doctor Rafael Vera, Profesor de la Universidad Central; don Manuel Antonio Izaguirre, Gerente del Banco Caracas; don Tomás Andrés Polanco, Redactor de la Religión; don Herman Rodríguez Lange y doctor Mario Briceño Iragorry, Individuo de Número de las Academias Venezolana y Nacional de la Historia y Profesor de la Universidad Central. En las siguientes juntas se aprobó el ingreso de otros Caballeros del mismo nivel intelectual y de reconocida fe católica. También se delinearon temas de estudio sobre Doctrina Social de la Iglesia, temas matrimoniales para fortalecer la familia y aspectos específicos sobre la espiritualidad propia del grupo. Es decir que estos compatriotas, adelantados a su época, pueden considerarse pioneros de un laicado que debe continuar madurando para servir mejor a la Iglesia.

Muchos estamos convencidos que el catolicismo espasmódico, de sacramento en sacramento, desde el bautismo hasta la unción de enfermos, debe llegar a ser un continuo, donde la secularidad o la bien entendida laicidad, que diferencia a los laicos de los religiosos, trabajen en efectiva comunión.

Perdona, Manuel, la amplitud de estas líneas mal hilvanadas por la prisa y la necesidad de no dejar pasar un aniversario redondo. Por supuesto que los pastores, obispos y sacerdotes, deben dar luz en todos los caminos donde el Espíritu se hace vida nueva, siempre de la mano de la fe, la esperanza y el amor, respetando los carismas y la singularidad de los modos de estar en el mundo o en comunidades religiosas.

Gracias a Dios y a tantos, el Espíritu Santo dejó de ser el gran desconocido. Ahora, en memoria de sus Caballeros, decimos Veni, Sancte Spiritu…Veni Creator Spiritus.-

 

 

Beatriz Briceño Picón

Humanista y Periodista

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