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La Religión woke

¿Cómo un impulso originalmente generoso y bien intencionado puede, sin embargo, malograrse en el camino?

Editorial de www.humanitas.cl/Eduardo Valenzuela,director:

Woke es el pasado participio de la palabra inglesa wake que significa despertar, estar alerta, abrir los ojos. El wokismo designa a la generación de aquellos que llaman a estar alertas ante las diversas manifestaciones de la injusticia y discriminación que persisten en el mundo en que vivimos.

Woke es una palabra utilizada en el movimiento de emancipación negra norteamericana –también por Martin Luther King– que evoca claramente los movimientos de despertar religioso (awaikening) característicos de la tradición protestante.

El llamado “despertar chileno” del estallido social de 2019 anuncia la irrupción en la gran escena de la generación woke en nuestro país. ¿Cómo un impulso originalmente generoso y bien intencionado puede, sin embargo, malograrse en el camino? Los movimientos de toma de conciencia no son nuevos. Hace unas décadas, se hizo algo similar respecto de la injusticia social que implicaba mantener a la mayor parte de la población en la miseria y se despertaron impulsos de solidaridad que hicieron indudablemente mucho bien. La toma de conciencia respecto de la discriminación inaceptable en que se mantuvo por años a determinados grupos minoritarios de la población –homosexuales, indígenas, inmigrantes, negros, hoy día trans, discapacitados– no puede resultar sino encomiosa. ¿Quién pude desconocer que nuestro trato completamente injusto y denigrante hacia la homosexualidad ha cambiado para mejor? ¿Acaso alguien con alguna edad no recuerda cómo se trataba a las personas que tenían algún defecto físico o una limitación cognitiva hace apenas unos años atrás?

“El divorcio entre las elites secularizadas y altamente educadas, por un lado, y la gente común y corriente que vive su religión normalmente y conserva el sentido común, por otra, es tanto o más notable en países que no han tenido secularización de masas como sucede en toda América”.

El problema es sacar de su quicio algo que es de suyo bueno y verdadero. Chesterton decía que una herejía es una verdad llevada al extremo, recordando la herejía donatista que exacerbaba el ideal de pobreza evangélica o la insistencia luterana en la exclusividad de la fe como medio de salvación. La generación woke –bien inspirada en lo medular– puede caer con facilidad en el error de llevar las cosas demasiado lejos. Una cosa es advertir acerca del maltrato animal (otra indignidad de la antigua generación que se puede confesar abiertamente) y otra es borrar toda distinción sustantiva entre el hombre y el animal y abrir paso a las diversas posiciones antihumanistas con que se desea justificar la defensa de la naturaleza.

Muchos podríamos estar de acuerdo en que varias de las diferencias de género que nos parecieron naturales –la mujer en la casa, el hombre en el trabajo, por ejemplo– están socialmente construidas y pueden perfectamente ponerse en cuestión, como lo ha hecho el feminismo más esclarecido, pero otra es negar la realidad del sexo biológico y considerar que es una mera atribución que hace el médico cuando nacemos. Una cosa es pensar que el prejuicio contra la obesidad hace daño a las personas con sobrepeso, otra que el verdadero y único problema de la obesidad es dicho prejuicio y que el sobrepeso no trae consigo ninguna consecuencia que requiera atención y consejo.

Religión woke es el título de un libro polémico escrito por Jean-Francois Braunstein, profesor emérito de filosofía contemporánea de la Universidad de París, para designar el credo principal que impera entre los académicos de universidades norteamericanas. Las universidades constituyen hoy por hoy la sede por excelencia de la secularización del mundo moderno y en muchas disciplinas (ciencias exactas, literatura y estudios culturales, arte y ciencias sociales) es casi imposible encontrar siquiera el vestigio de una creencia religiosa. El divorcio entre las elites secularizadas y altamente educadas, por un lado, y la gente común y corriente que vive su religión normalmente y conserva el sentido común, por otra, es tanto o más notable en países que no han tenido secularización de masas como sucede en toda América. Por ello mismo sorprende la forma que toma el wokismo como religión secular con las características propias de los revivals del sectarismo protestante, unanimismo, fanatismo y puritanismo. La creencia debe permear todos los aspectos de la vida, nadie puede legítimamente pensar de otra manera, desviarse de las creencias es motivo inmediato de reproche y sanción social. Una verdadera religión secular que hace palidecer a las religiones sectarias.

La fuerza que ha adquirido el wokismo en las universidades tiene el inconveniente de que amenaza su propia naturaleza. Ya se ha informado de universidades norteamericanas que han alterado las rúbricas con que definen su misión desde la búsqueda del conocimiento a través del cultivo de la ciencia hacia la promoción de la justicia social. Como todo movimiento religioso –o pseudorreligioso– el wokismo se proclama enemigo de la ciencia y busca expresamente desestabilizar las condiciones que hacen posible la objetividad del conocimiento. No se trata de un litigio epistemológico, por lo demás legítimo, a saber, la discusión acerca de la naturaleza de lo real que ha cruzado todas las épocas y que ha ocupado a las mentes más esclarecidas. El problema consiste en negar de antemano toda posibilidad de acceder a algo verdadero, en menoscabar la curiosidad científica y la voluntad de saber, desvalorizar el conocimiento empírico –un exceso al que se unen alegremente muchos conservadores–, en someter todo conocimiento a una validación política o moral, y en restringir gravemente la libertad de investigación y de reflexión. La crítica de la objetividad científica es una cosa, pero constituye un exceso cuando ello da lugar a la exaltación de cualquier forma de saber como si fuera algo equivalente y digno de establecerse en las aulas al margen de toda consideración racional bajo el pretexto de que son “saberes subalternos” o “epistemologías del sur”.

El wokismo es mejor conocido por sus derivas identitarias tal como figuran en el excelente libro de Élisabeth Roudinesco, historiadora y directora de investigaciones también de la Universidad de París. No es casualidad que la reacción intelectual contra el wokismo provenga de las universidades francesas que tienen una tradición ilustrada más sólida que las americanas, incluyendo las nuestras, muy permeables a las falsificaciones intelectuales y a la comprensión de los grandes autores en el nivel del manual y de la vulgata académica. La deriva identitaria se origina en el problema de la raza y las etnias sometidas cuya discriminación se ha prolongado e intensificado con las corrientes inmigratorias americanas y europeas. Después se inventó la interseccionalidad, es decir la conjunción de discriminaciones que podían recaer sobre un grupo (mujeres negras, por ejemplo) y se intersectaron raza y género y algo menos clase social (un poco pasada de moda en el orden de las discriminaciones). La deriva identitaria consiste en exacerbar la diferencia cultural hasta el punto de suspender la posibilidad de diálogo y encuentro en un esfuerzo u objetivo común. En alguna universidad norteamericana se ha tenido la ocurrencia de graduar a los estudiantes en grupos que reciben su diploma según sea su procedencia o condición, primero todos los estudiantes de color, luego los hispanos, enseguida los nativos-americanos, luego los asiáticos, etc. La concurrencia de todos en una disciplina común que es aquello que acredita realmente el diploma que recibe cada cual no tendría importancia alguna.

El aprecio por la diferencia cultural constituye, sin lugar a duda, un logro que debemos a los movimientos que estimulan la diversidad y la inclusión también dentro de las universidades. Pero algo distinto es menoscabar gravemente los valores universales, en particular el universalismo de la razón que es lo propio de la universidad. Ningún grupo particular prevalecerá mientras no haya demostrado su capacidad de vincularse y contribuir al desarrollo de valores universales e insertar su particularidad cultural en el seno del mundo que compartimos todos. No se trata de aplastar las identidades –como prefieren los franceses que son más enfáticos y todavía prohíben el uso del velo islámico en los colegios–, pero tampoco de demoler los valores universales –condenar a Shakespeare, por ejemplo– bajo pretexto de que pertenecen a la clase dominante. Toda cultura debe someterse al juicio de la razón, así como lo han hecho las religiones, en particular el cristianismo que nunca ha eludido el desafío de medirse con los mejores logros del mundo racionalmente orientado.-

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