El aborto
En el escrito de la “Didaje” – escrito cristino del s. I principio del II – encontramos la defensa más antigua de la vida humana: “No matarás por medio del aborto el fruto del seno y no harás morir al niño ya nacido”
Nelson Martínez Rust:
En continuidad con la doctrina emanada del “Dicasterio de la Doctrina de la Fe” sobre la “Dignidad Humana”, abordaremos la doctrina de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos señalados por el documento. Iniciaremos nuestro comentario con la reflexión sobre el aborto. Para entender con mayor claridad dicha doctrina, remitimos a los dos escritos anteriores sobre la realidad del “Ser Humano” y, por consecuencia, sobre su Dignidad en cuanto tal.
Damos inicia con una pregunta previa que juzgamos necesaria: ¿Qué es “El embarazo”? Es el estado fisiológico de la mujer que lleva en el útero el resultado de la concepción por un período de tiempo de aproximadamente doscientos ochenta días. Se inicia con la fecundación y finaliza con el parto. En el desarrollo fisiológico del embarazo debe tenerse en cuenta dos aspectos de gran importancia: a.- El proceso de fecundación, implantación, evolución del ovulo y nacimiento – proceso biológico – y b.- el proceso por el cual la madre recibe y acepta el ovulo fecundado en su vientre – proceso afectivo -.
¿Qué es “El Aborto” o “La Interrupción del embarazo”? El embarazo se detiene o interrumpe cuando el proceso de fecundación, implantación o evolución del ovulo es detenido antes de que el nuevo ser haya alcanzado la vitalidad o viabilidad, es decir, no tiene todavía la capacidad de seguir viviendo fuera del útero materno y, por consiguiente, muere. Debemos advertir que ambas expresiones contienen un cierto matiz de acentuación en cuanto a su significado y valoración que no la hacen equivalente. En efecto, el término “Aborto” hace énfasis sobre la gravedad moral del hecho en cuanto tal, y, por lo tanto, afecta la conciencia del (los) creyente(s) que pone en primer lugar la vida del embrión; mientras que la expresión “Interrupción del embarazo” hace referencia más al proceso fisiológico de la mujer y, consecuentemente, a sus intereses particulares y deja la consideración de la moralidad del acto procurado en un segundo o tercer lugar. Como se puede observar esto va en detrimento de una valoración moral del acto cometido. Y, como es obvio, perjudica el juicio moral. Este segundo término se hace cada día más popular. Nosotros no aceptamos el eufemismo; por el contrario, asumimos el término “Aborto” en primer lugar.
A.- EL ABORTO EN LA REVELACION
Si recorremos las Sagradas Escrituras encontramos que, de manera ex profesa, no presenta ninguna enseñanza ni sobre el momento de la influción del alma sobre el ser humano concebido, ni tampoco contiene preceptos contra el aborto; aun cuando el investigador se remonte a la legislación judía más antigua. No obstante, se pueden encontrar pasajes y expresiones en el libro sagrado que permiten deducir el alto respeto y la gran valoración que, por la vida, aun no nacida, tenía el pueblo judío. A saber, en el libro del Éxodo encontramos la siguiente legislación: “…si, durante el curso de una riña, alguien golpea a una mujer encinta, provocándole el aborto, pero sin causarle otros danos, el culpable deberá indemnizar con lo que le pida el marido de la mujer y determinen los jueces. Pero si se produjeran otros danos, entonces pagareis vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal” (Ex 21, 22-25). Si recorremos cuidadosamente las Escrituras podemos encontrar pasajes bíblicos en donde se nos enseña que Dios ama entrañablemente al ser humano aun antes de nacer: “…me revestiste de carne y piel, me tejiste de huesos y tendones. Me concediste el don de la vida, cuidaste solicito mi aliento” (Job 10,11-12); y la madre de los macabeos, digno ejemplo de fe, no solo por el testimonio que brinda del Dios de Israel, sino también por el coraje con que anima a sus hijos al martirio y por la dignidad sobrenatural que profesa de la vida humana que está en manos de Dios: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos por amor a sus leyes” (2 Mac 7,22-23). El Nuevo Testamento nos da a conocer la grandeza del Bautista en cuanto precursor y de Cristo en cuanto Mesías, aun antes del nacimiento: “…entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno. Y exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,40-42). De lo dicho podemos concluir que no era nada frecuente el aborto entre los hebreos, aun más, era rechazado puesto que, generalmente, aspiraban a una descendencia numerosa.
B.- EL ABORTO EN LA TRADICION DE LA IGLESIA
Los Padres de la Iglesia vivieron y trasmitieron el Evangelio en la época greco-romana. Dicha sociedad concedía la patria potestad al “Pater Familiae”, el cual tenía la capacidad de ejercer pleno dominio sobre los suyos, incluyéndose también en dicho ejercicio el derecho paterno de decidir de la vida del hijo – infanticidio -, abandono y venta; por consiguiente, con mayor razón permitía el aborto. Según esta mentalidad, “El hombre libre” era el único sujeto de los respectivos derechos ciudadanos, de ninguna manera el esclavo o el niño. Por consiguiente, fue mérito del Evangelio el que, poco a poco, se introdujera en esa cultura el respeto por la vida nacida y por nacer.
En el escrito de la “Didaje” – escrito cristino del s. I principio del II – encontramos la defensa más antigua de la vida humana: “No matarás por medio del aborto el fruto del seno y no harás morir al niño ya nacido”. Si adelantamos en el tiempo, Tertuliano – s. II al s. III – enseñaba en medio de su habitual rigorismo: “El aborto es un homicidio anticipado…debe considerarse al no nacido como un ser humano” (“De anima”. 27,). Este fue el criterio que prevaleció a lo largo de toda la patrística greco-latina con algunas excepciones como San Agustín que enseñaba que la animación del cuerpo por el alma, era posterior a la concepción. La condena del aborto constituyó una constante en la enseñanza de la Iglesia la cual en el siglo IV estableció la excomunión para todos aquellos que practicaban y se sometían al aborto (Concilio de Elvira año 303, can. 63 y Concilio de Ancira año 314, can. 21).
A lo largo de la Edad Media las opiniones de los estudiosos – teología moral – es variada: algunos consideran que el alma está presente desde el mismo momento de la concepción, otros, siguiendo a San Agustín, sostienen que su presencia se hace efectiva posteriormente, en las semanas sucesivas. Desde entonces hasta nuestros días, el magisterio ha reiterado constantemente la condena absoluta del aborto voluntario, omitiendo toda distinción que se pueda hacer entre las diversas fases de la vida embrionaria.
Finalmente, el Concilio Vaticano II afirma: “El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, muchas veces se ven impedidos por algunas condiciones actuales de vida y pueden encontrarse en circunstancias en las que, al menos durante un tiempo, no es posible aumentar el número de hijos…En efecto, Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que debe cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción. Por lo tanto, el aborto como el infanticidio son crímenes nefastos. La índole sexual del hombre y la facultad humana de engendrar superan de modo admirable lo que se encuentra en los niveles de vida inferiores” (GS 51). La posición que asume “Dignitas Infinita” (No. 47) es cónsona con el sentir y la doctrina permanente de la Iglesia Católica. La publicación del “Enchiridion Vaticanum” – recopilación de los documentos vaticanos – es la mejor fuente para estudiar las intervenciones de la Santa Sede sobre la realidad del aborto.
El mejor servicio que la Iglesia católica puede y debe prestar al hombre de todos los tiempos y lugares es la predicación de la Verdad revelada en el Evangelio del Señor Jesús. La Iglesia no está para contemporizar con la sociedad sino para ser vehículo de salvación entre Dios y el hombre.-
Imagen referencial: Conferencia Episcopal Española
Valencia. Mayo19; 2024