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¿Jerárquica y democrática?

Por la institución de Jesucristo la Iglesia es jerárquica, es decir que en ella la autoridad no procede de una elección popular, sino directamente de Dios

Rafael María de Balbín:

 

Directamente se orientan hacia el bien común del Pueblo de Dios: ”Dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio, confieren una gracia especial para una misión particular en la Iglesia, al servicio de la edificación del pueblo de Dios. Contribuyen especialmente a la comunión eclesial y a la salvación de los demás” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 321).

En la Iglesia de Jesucristo hay una igualdad, que podría llamarse democrática, en cuanto todos los bautizados tienen la común dignidad de fieles cristianos y gozan de los mismos derechos y deberes.

A la vez y por la institución de Jesucristo la Iglesia es jerárquica, es decir que en ella la autoridad no procede de una elección popular, sino directamente de Dios. Ello se realiza por medio de un sacramento. “El sacramento del Orden es aquel mediante el cual, la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles, sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos” (Idem, n. 322).

¿Por qué se llama así? “Orden indica un cuerpo eclesial, del que se entra a formar parte mediante una especial consagración (Ordenación), que, por un don singular del Espíritu Santo, permite ejercer una potestad sagrada al servicio del Pueblo de Dios en nombre y con la autoridad de Cristo” (Idem, n. 323).

El Orden se configura como un instrumento en el designio divino de l salvación. “En la Antigua Alianza el sacramento del Orden fue prefigurado por el servicio de los levitas, el sacerdocio de Aarón y la institución de los setenta «ancianos» (Nm 11, 25). Estas prefiguraciones se cumplen en Cristo Jesús, quien, mediante su sacrificio en la cruz, es «el único […..] mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2, 5), el «Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec» (Hb 5,10). El único sacerdocio de Cristo se hace presente por el sacerdocio ministerial” (Idem, n, 324).

«Sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos»         (Santo Tomás de Aquino).

Este sacramento se confiere por grados. “El sacramento del Orden se compone de tres grados, que son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: el episcopado, el presbiterado y el diaconado” (Idem, n. 325).

El grado más alto es el Episcopado. “La Ordenación episcopal da la plenitud del sacramento del Orden, hace al Obispo legítimo sucesor de los Apóstoles, lo constituye miembro del Colegio episcopal, compartiendo con el Papa y los demás obispos la solicitud por todas las Iglesias, y le confiere los oficios de enseñar, santificar y gobernar” (Idem, n. 326).

El oficio del Obispo es capital en la vida de la Iglesia. “El obispo, a quien se confía una Iglesia particular, es el principio visible y el fundamento de la unidad de esa Iglesia, en la cual desempeña, como vicario de Cristo, el oficio pastoral, ayudado por sus presbíteros y diáconos” (Idem, n. 327).

Colaborando con el Obispo están los presbíteros. “La unción del Espíritu marca al presbítero con un carácter espiritual indeleble, lo configura a Cristo sacerdote y lo hace capaz de actuar en nombre de Cristo Cabeza. Como cooperador del Orden episcopal, es consagrado para predicar el Evangelio, celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía, de la que saca fuerza todo su ministerio, y ser pastor de los fieles” (Idem, n. 328).

El ministerio presbiteral se realiza al servicio de todos los fieles. “Aunque haya sido ordenado para una misión universal, el presbítero la ejerce en una Iglesia particular, en fraternidad sacramental con los demás presbíteros que forman el «presbiterio» y que, en comunión con el obispo y en dependencia de él, tienen la responsabilidad de la Iglesia particular” (Idem, n. 329).

Además, como ministros ordenados, están los diáconos. “El diácono, configurado con Cristo siervo de todos, es ordenado para el servicio de la Iglesia, y lo cumple bajo la autoridad de su obispo, en el ministerio de la Palabra, el culto divino, la guía pastoral y la caridad” (Idem, n. 330).

El rito de la ordenación tiene un desarrollo análogo. “En cada uno de sus tres grados, el sacramento del Orden se confiere mediante la imposición de las manos sobre la cabeza del ordenando por parte del obispo, quien pronuncia la solemne oración consagratoria. Con ella, el obispo pide a Dios para el ordenando una especial efusión del Espíritu Santo y de sus dones, en orden al ejercicio de su ministerio” (Idem, n. 331).

La administración de este sacramento es atribución solamente del Obispo. “Corresponde a los obispos válidamente ordenados, en cuanto sucesores de los Apóstoles, conferir los tres grados del sacramento del Orden” (Idem, n. 332).

Recibir el orden no es un derecho de todo fiel, sino más bien una obligación para quien es llamado. “Sólo el varón bautizado puede recibir válidamente el sacramento del Orden. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del mismo Señor. Nadie puede exigir la recepción del sacramento del Orden, sino que debe ser considerado apto para el ministerio por la autoridad de la Iglesia” (Idem, n. 333).

“¿Se exige el celibato para recibir el sacramento del Orden? Para el episcopado se exige siempre el celibato. Para el presbiterado, en la Iglesia latina, son ordinariamente elegidos hombres creyentes que viven como célibes y tienen la voluntad de guardar el celibato «por el reino de los cielos» (Mt 19, 12); en las Iglesias orientales no está permitido contraer matrimonio después de haber recibido la ordenación. Al diaconado permanente pueden acceder también hombres casados” (Idem, n. 334).

Este sacramento produce efectos sorprendentes en quien lo recibe. “El sacramento del Orden otorga una efusión especial del Espíritu Santo, que configura con Cristo al ordenado en su triple función de Sacerdote, Profeta y Rey, según los respectivos grados del sacramento. La ordenación confiere un carácter espiritual indeleble: por eso no puede repetirse ni conferirse por un tiempo determinado” (Idem, 335).

La autoridad espiritual no es de dominio ni prepotencia, sino de servicio. “Los sacerdotes ordenados, en el ejercicio del ministerio sagrado, no hablan ni actúan por su propia autoridad, ni tampoco por mandato o delegación de la comunidad, sino en la Persona de Cristo Cabeza y en nombre de la Iglesia. Por tanto, el sacerdocio ministerial se diferencia esencialmente, y no sólo en grado, del sacerdocio común de los fieles, al servicio del cual lo instituyó Cristo” (Idem, n. 336).-

(rbalbin19@gmail.com)

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