Lecturas recomendadas

Santidad en la Iglesia y en el mundo

 

Nelson Martínez Rust:

 

En continuidad con el escrito de la semana pasada nos ha parecido oportuno y necesario tratar el tema de la “santidad”. En un mundo identificado con las características que se señalaban en esa ocasión, cabe la pregunta: ¿Cómo conciliar con esta realidad el mandato de Cristo: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo”? (Mt 5,48).

Aun cuando hay muchos lugares comunes en donde se plantea el tema de la santidad, creemos conveniente recurrir a la enseñanza establecida por el Concilio Vaticano II, y, de manera especial, al documento sobre la Iglesia, “Lumen Gentium”. En efecto, “Lumen Gentium”, después de establecer los fundamentos de la Iglesia en general, entra, en el capítulo IV, a tratar el tema de “Los Laicos”, podríamos decir que de manera general: Su definición y su función dentro de la Iglesia: “Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y rey” (LG 31). El aporte del Concilio es significativo e importante: 1º.- El Pueblo de Dios está constituido por aquellos que “están incorporados a Cristo por el bautismo” – todos los bautizados son miembros del Pueblo de Dios -. 2º.- Todos participan del sacerdocio, profetismo y gobierno de Cristo y 3º.- Con esta orientación la Iglesia, deja atrás una visión meramente medieval de la santidad.

El hecho de la participación del bautizado en el triple oficio de Cristo – sacerdote, profeta y rey – es un tema que la Iglesia trata de profundizar actualmente en el sínodo de los obispos. No obstante, la doctrina conciliar hace una distinción: Los laicos: son los bautizados que no pertenecen al orden sagrado – episcopado, sacerdocio y diaconado -, estos últimos han sido escogidos por Dios para el servicio espiritual del Pueblo de Dios; tampoco forman parte del laicado los religiosos. Ahora bien, lo que caracteriza al laicado es “su carácter secular” – hacen presente el Evangelio en el día a día de la vida -, mientras que a los miembros del orden sagrado se los caracteriza por estar ordenadosprincipalmente al sagrado ministerio como profesión propia. Los religiosos…dan un testimonio magnífico y extraordinario de que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios” (LG 31). Sin embargo, en su conjunto, todos constituyen el “Pueblo de Dios”.

Como se puede observar no se debe hacer del laico un “pequeño clero o hacerlo dependiente del sacramento del orden”, el laico tiene su ser propio, inconfundible y su propia función dentro de la Iglesia que debe ser respetada y aupada (Cf. LG 35-38), o laicizando al clérigo. El Concilio es claro y diáfano a este respecto. En nuestra Iglesia falta asimilar esta realidad. El querer clericalizar al laico es un error muy común en la labor pastoral de hoy en día, y viceversa.

Establecida esta necesaria aclaratoria, el Concilio establece, en el capítulo V, “La Vocación Universal a la Santidad en la Iglesia” (LG 39-42). ¿Qué es la santidad y cuál su fundamento dentro de la Iglesia? En el número 39 se presenta la santidad de la Iglesia desde una perspectiva de fe trinitaria: la Iglesia es “indefectiblemente santa”. El fundamento teológico de la santidad de la Iglesia no radica en sus miembros, que están necesitados de la gracia divina, sino en Cristo que ha sido proclamado junto con el Padre y el Espíritu Santo “el solo Santo”. Dios es el Santo y santifica a todo aquel o aquello con lo que se relaciona. Dios-Padre ama a la Iglesia, a la manera de cómo se ama a una esposa, y entregó a su Hijo por ella para su santificación (Ef 5,25-26), y, al cumplirse la Pascua de Cristo, entregó al Espíritu Divino llenándola de este modo, por medio de la gracia y del impulso necesario, de su santificación.

En esta visión trinitaria del Concilio se fundamenta la santidad de la Iglesia. Son las tres divinas personas la fuente de la santidad. De esta manera se entrecruzan con la obra redentora de Cristo, el don del Espíritu Santo y la gloria de Dios-Padre. Esta estrecha relación entre la Iglesia y la Trinidad nos remite al inicio de la Constitución “Lumen Gentium” en sus No.- 2-4 que presentan a la Iglesia como “un proyecto de salvación” – santidad – planificado, realizado y asistido por la Santísima Trinidad. Este fundamento de la santidad en la Iglesia es también el principio de la santidad de cada uno de los miembros de la Iglesia – cada bautizado debe ser santo en y por la Trinidad -. Ella es el origen de la vocación “universal” a la santidad (1 Tes 4,3; Ef 1,4).

En este marco conceptual el Concilio adelanta su reflexión (LG 40-42): 1º.- La santidad es, ante todo un don de Dios: Ahora bien, esta participación en la esencia de Dios, otorgada por gracia bautismal, reclama como contra parte un compromiso y una tarea, de modo que los cristianos están llamados a “conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron en el bautismo”. Esto quiere decir que la santidad recibida en el sacramento tiene que ser cultivada en la vida cotidiana siguiendo las indicaciones del Apóstol (Col 3,12; Gal 5,22; Rm 6,22) y tratando de sobreponerse a la pecaminosidad y debilidad humana, porque el cristiano siempre debe de tener la seguridad de que cuenta con la misericordia de Dios (Mt 6,12). 2º.- Esta llamada a la santidad es un acontecimiento universal: a.- “todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad”. b.- Esta llamada no queda circunscrita al ámbito eclesial, sino que tiene una repercusión positiva sobre toda la sociedad y a todo nivel: “esta santidad favorece en la sociedad terrena un estilo de vida mucho más humano”. La santidad de cada uno de los cristianos repercute, no solo en favor de la santidad de la Iglesia, sino también en la santificación del mundo en la línea de lo señalado por la Constitución conciliar “Gaudium et Spes”. De esta manera se dejan de lado los falsos y dañinos espiritualismos, muy comunes en nuestra época. 3º.- El Pueblo de Dios, llamado a la santidad, la cultiva por medio de los diversos “géneros de vida y ocupaciones”: todos cultivan la misma santidad, que es fruto de la acción del Espíritu Santo, en la observancia de la obediencia a la voluntad de Dios-Padre y la adoración a su persona siguiendo a Jesucristo pobre y humilde, si bien, cada uno lo hace “según sus dones y funciones”, avanzando en el camino de la fe, que suscita la esperanza y se traduce en obras de caridad.

Finalmente, “Lumen Gentium” hace del amor el camino y el principio formal de la vida cristiana (1 Jn 4,16), porque ser santo es estar unido a Dios, que es amor. Este don para amar a Dios y al prójimo es el “lazo de perfección y plenitud de la ley (Col 3,14; Rm 13,10) que dirige todos los medios de santificación, los informa y lleva a su fin” (LG 42). En este orden de ideas el Concilio se refiere a la fundamental y necesaria escucha de la Palabra de Dios, a la participación en los sacramentos – de manera especial de La Eucaristía -, a la oración, a la renuncia de sí mismo y a la práctica de las virtudes. Por consiguiente, la santidad es la inhabitación de Dios-Trino en nuestras almas.-

Valencia. Junio 9; 2024

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