Lecturas recomendadas

Las Bienaventuranzas

Las Bienaventuranzas se convierten en la nueva legislación, en la nueva carta magna de la vida cristiana

Nelson Martínez Rust:

 

Existe un texto que pareciera concentrar en sí toda la enseñanza del Evangelio. Este texto es el de “Las Bienaventuranzas”. Sin embargo, para entenderlo en su justo contenido y vivir su enseñanza es necesario acudir al Antiguo Testamento, por el principio de exégesis bíblica que enseña que en el Antiguo Testamento se gesta ya el Nuevo Testamento y que hay que acudir a aquel para entender este en profundidad.

En efecto, “el Antiguo Testamento no fue solo el supuesto previo del mensaje neotestamentario desde un punto de vista histórico y cronológico, sino que sigue siendo, precisamente por lo que concierne a la cristología y eclesiología el “diccionario” del Nuevo Testamento, necesario para su comprensión y nunca anticuado” (Cf.: R. Schnackenburg). Lo que permanece inmutable y constante en el contenido veterotestamentario es “El Israel de Dios” = “El Pueblo de la Alianza” = “la Promesa de Dios” = “La voluntad de Dios de salvar a la humanidad”, no obstante, todas las dolorosas contingencias que tuvo que vivir el pueblo elegido ya que era y es una realidad histórica, pero que, no obstante, conservó el núcleo esencial que trasciende dichas infidelidades del espacio y del tiempo. Es precisamente este núcleo el que hereda la Iglesia = “Nuevo Pueblo de Dios” = “Pueblo de la Nueva Alianza” = “Pueblo amado y protegido por Dios”. De esta manera, la Iglesia, como nuevo y en continuidad con el antiguo Israel, es al mismo tiempo una institución humano-divina; una institución terreno-sobrenatural e, igualmente, un fenómeno histórico-escatológico. Precisamente, es aquí en donde radica el profundo fundamento del vínculo existente entre el pueblo de Dios veterotestamentario – el Israel – y el neotestamentario – la Iglesia -. Si observamos con ojos más agudos, de lo que se trata es de una misma realidad que, a pesar de todos los fracasos del Pueblo de Israel y de la Iglesia, y, no obstante, el haber estado y estar sostenida por el insuperable acontecimiento salvífico realizado en y por medio de Cristo, se puede y se debe hablar no solo de una continuidad, sino, en cierto modo, de una identidad.

Establecido este principio básico pasemos a nuestra meditación de “Las Bienaventuranzas”. La epopeya que narra el libro del Éxodo tiene como centro el gran tema de la Alianza y la promulgación del Decálogo (Ex 19,1-31,18). Se debe tener en cuenta que la salida de Egipto no representaba exclusivamente una mera liberación de la esclavitud, también conllevaba la posibilidad de establecer una relación profunda con el Dios de Israel. Esto es más importante que lo primero. En efecto, Dios se manifiesta a Moisés en la cumbre “del monte de Dios” (Ex 19,3) y, recopilándole la gesta portentosa de la salida de Egipto, le propone la posibilidad de una Alianza entre Él y el Pueblo (Ex 19, 4-8). Israel se compromete a hacer suya la idea que Dios le ofrece; y después de una necesaria purificación (Ex 19,9-15), Dios, sirviéndole de mediador Moisés, se manifiesta en una extraordinaria teofanía, mostrando su grandeza y poderío a todo el pueblo reunido al pie del monte (Ex 19,16-25). Moisés se constituye en el gran legislador de Israel, en el “amigo de Dios”, que recibe la legislación o como se conoce en el ambiente judío: la TORAH – La Ley – (Ex 20, 1-21) de manos del mismo Dios. Esta ley será la ley suprema de Israel hasta nuestros días, sobre la que se inspirará toda la legislación posterior y toda la vida social, política y económica del pueblo. De esta manera se da inicio al gran tema de la Alianza al mismo tiempo que se formula su Legislación. Así Dios se convierte en “el Dios de Israel, en su guardián”, e Israel, al observar la ley con sus preceptos, será para Dios “El Pueblo de Dios, el elegido, su hijo muy amado”. De esta manera, por medio de Israel y a través de su historia, llena de momentos de fidelidad y otras veces de infidelidad e incertidumbre, Dios va preparando “la plenitud de los tiempos” en la cual habrá de hacerse hombre Jesucristo, el Hijo de Dios para la remisión de los pecados (Lc 2,1-20). Los demás capítulos del Éxodo serán la explicitación de la Alianza y su legislación en el más amplio sentido de la palabra (Ex 25-31).

Existen dos versiones de Las Bienaventuranzas, la de Mateo (Mt 5,1-12) y la de Lucas (Lc 6,20-26), con variantes sumamente interesantes que señalan las peculiaridades de cada una de las comunidades cristianas en las cuales se evangelizaba. Lucas añade, a su versión, unas “maldiciones”. Nosotros examinaremos la versión que nos transmite la comunidad de Mateo.

El Evangelio de San Mateo expone Las Bienaventuranzas en el capítulo quinto versículos del 1 al 12. El Evangelista inicia su narración con la siguiente afirmación: “Viendo a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron. Entonces tomando la palabra, les enseñaba así: …” (Mt 5,1). La similitud entre la narración del Éxodo y la del Evangelista es bastante clara: en ambas narraciones los protagonistas suben al monte – Moisés y Jesús -, el legislador del AT y el legislador del NT; ambos buscan la altura – la cercanía con Dios, con la trascendencia – para dar a conocer su mensaje. Moisés legisla para “la Alianza”, Jesús legisla para fundamentar los cimientos del “Reino de los cielosexponiendo el espíritu que debía animar a los que le seguían, ya que el Reino comienza con la aceptación de su persona y puesta en práctica de sus enseñanzas. Moisés establece la ley, Jesús llama “Bienaventurados” a los que le escuchan y asimilan su enseñanza, Moisés establece la Torah – la Ley -, mientras que Jesús es el Hijo de Dios, Dios como el Padre y el Espíritu. Él es el “Enmanuel” = “el Dios con nosotros”, que establece la nueva legislación del “Reino de los cielos”.

Mateo presenta una variante que no conseguimos en Lucas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3). Para el Evangelio de Mateo ciertamente que Jesús se hace eco de la doctrina de los Profetas del Antiguo Testamento con el inciso de “los pobres de espíritu”. Los pobres también participan de las bendiciones celestiales. Es una clara realidad en todo el Antiguo Testamento. Pero, consideramos que no debemos quedarnos solo en esta concepción sociológica-política-económica de “pobre” en cuanto carente de bienes de fortuna, de la cual no está ausente la “ideología” del momento presente. Creemos que hay que profundizar mucho más en el sentido bíblico de la expresión. Por lo tanto, ¿quién es “pobre” para Dios? Sobre este problema se ha discutido bastante en los últimos años al tratar de analizar la enseñanza de ambos evangelistas. En la redacción del primer evangelista – Mateo – Jesús proclama dichosos a los pobres de espíritu, o sea a los mansos, los afligidos, y cuanto tienen hambre y sed de justicia (Mt 5,3-6). Evidentemente con esta expresión el profeta de Nazareth – Jesús – clarifica lo que debe entenderse con la palabra “pobre”: no deben ser considerados “dichosos” todos los pobres, sino solo aquellos que lo son en “espíritu”. ¿Qué significa esta expresión semítica? ¿Se trata de los pobres en sentido social o de otra especie de pobres? La expresión “en el espíritu” no aparece en ningún otro sitio del Evangelio de San Mateo; aun cuando es muy semejante a la expresión “de corazón”, que se emplea en la sexta bienaventuranza para indicar la pureza interior, la del alma (Mt 5,8). La expresión “de corazón” significa “en lo ‘intimo”, “en lo secreto del propio corazón” (Mt 5,28; 9,4; 24,48). En el pasaje de Mt 11,29 encontramos un dicho de Jesús muy similar al de la primera de las bienaventuranzas, en donde Él se pone como modelo de vida cristiana. Podemos apreciarlo al comparar ambas frases:

Mt 5,3:              “Bienaventurado los pobres de espíritu

Mt 11,29:         “(Yo) soy afable y humilde de corazón

De la misma manera como Jesús se caracteriza por la afabilidad y por la humildad, así mismo y por la misma razón los hijos del reino – los cristianos – deben caracterizarse por la pobreza interior, es decir, del alma.

De esta manera, Las Bienaventuranzas se convierten en la nueva legislación, en la nueva carta magna de la vida cristiana. A continuación, el evangelista Mateo sitúa una pericona, un poco larga, pero que aclara notablemente lo que ha venido enseñado acerca de la vivencia y práctica de las Bienaventuranzas. Para Mateo el cristiano que vive del espíritu de las Bienaventuranzas y las pone en práctica se convierte en “sal de la tierra y luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte…Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,13-16).

Las Bienaventuranzas las podemos clasificar de la siguiente manera: Las tres primeras (Mt 5,4-6) están destinadas a subrayar el sentido de la “pobreza evangélica”: los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia. Las otras destacan la actitud moral que debe animar a los seguidores de Jesús (Mt 5,7-10). A manera de conclusión podemos afirmar que el cristiano está llamado por vocación celestial, a brillar y ser una ciudad colocada en lo alto del monte.-

 

Valencia. Junio 23; 2024

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