Lecturas recomendadas

Las Bienaventuranzas II

 

Nelson Martínez Rust:

 

Retomamos el tema de “Las Bienaventuranzas” en la versión del Evangelista San Mateo. Así ha sido solicitado por algunos lectores. No obstante, antes de entrar en la materia que nos incumbe, creemos de suma importancia indagar en los orígenes del Evangelio estudiado – tiempo, ambiente, procedencia de los cristianos a los cuales va dirigido – como también las circunstancias que pudieron rodear su escritura – circunstancias políticas, económicas y sociales – que han podido influir en su redacción. Además de lo señalado – el estudioso de la realidad evangélica – debe tener en cuenta el idioma en el cual fue escrito, su autor o autores, las fuentes de las cuales proceden las tradiciones y la misma fe que animaba a los fieles cristianos de la época. Todo este trabajo es indispensable para poder alcanzar el significado genuino y la enseñanza para el tiempo presente del pasaje estudiado. A todo este conjunto de análisis es a lo que se denomina “Exégesis Bíblica”. Estos estudios bíblicos se han convertido en una especialización indispensable en el estudio de la teología.

El “Discurso de las Bienaventuranzas” o “Evangélico” (Mt 5,1-12) está considerado como el primero de los cinco grandes discursos programáticos de la predicación de Jesús (Cf.: Mt 10,1-42; 13,1-52; 18,1-35 y 24,1-25,46) en el Evangelio de Mateo. Para su mayor comprensión, debe ser leído en paralelo con Ex 19-20 en donde se nos relata el don de la “Alianza” llevada a cabo por el Dios de Israel – YAHVEH – y el pueblo expectante al pie de la montaña. Además, debe tenerse en cuenta el significado de la realidad del “Reino de los cielos” – predicación central de Jesús -, muy importante ya que de lo contrario se dificulta notablemente su recta comprensión. Al fin y al cabo, las “Bienaventuranzas” se constituyen en un despliegue – desarrollo o explicitación – de la realidad del Reino, que, como ya lo hemos afirmado, es lo importante en la predicación de Jesús. Por consiguiente, su contenido, sus características y la necesidad de ser cumplidas se convierten en un imperativo para que se haga presente el “Reino de Dios” o “Reino de los Cielos”.

Nos encontramos frente a enunciados de valor – añoranzas -, y no mandamientos como se debe clasificar la legislación del Sinaí. Esa es una de las características contenidas que diferencian ambas enseñanzas.  De esta manera ellas se convierten en signo e invitación a una superación constante en el amor a Dios-Padre y a su enviado Jesucristo. Son denuncias o propuestas que contrastan con la mezquindad innata en el hombre pecador, en fragrante contraste con la misericordia de Dios y la alegría que se genera y experimenta cuando el “Reino” se convierte en realidad.

Las “Bienaventuranzas” en el Evangelio de San Mateo están dirigidas a la formación del grupo de los íntimos – los doce – a quienes Jesús había llamado con anterioridad (Mt 5,1). Lucas, por el contrario, dirige su escrito a toda la multitud, como mensaje dirigido a los que lo quieran oír, ya que ellas son parte integrante de su mensaje central (Lc 6,20-23). Mateo escribe para una comunidad de cristianos procedente del judaísmo, recién convertida a la fe, establecida y necesitada de formación y alimento espiritual ya que, necesitaba ser sostenida y fortalecida después de haber roto con la tradición judaica. Esta situación los había transformado en huérfanos y en marginados sociales, culturales y religiosa; aún más, en perseguidos. Es a estos hombres a quienes Mateo invita a profundizar en la realidad del “Reino de Dios o de los cielos” y en la superación de las dificultades presentes siempre en vista de la realidad futura del Reino.

Aun cuando pueda parecer aberrante y contradictorio ponerlo en la boca de Jesús, nos parece necesario decirlo para tenerlo en cueta: por medio de ellas, Jesús fórmula una perentoria invitación a vivir y a considerarse “bienaventurados cuando se es pobre, afligido, despreciado, cuando se sufre hambre y se es sediento de la justicia. ¡Qué contradicción! ¡El cristiano se debe alegrar en el sufrimiento! ¡Qué mensaje tan grande y difícil de entender y asimilar el del Evangelio!!Qué contraste con la vida deshumanizada de  habido = robo, del sexo, del placer, del hedonismo, del abuso de poder, de la extorción y la injusticia! Sin embargo, en las “Bienaventuranzas” se encuentra el secreto de la auténtica felicidad que enseña el cristianismo. El hecho de vivir según el espíritu de las “Bienaventuranzas” en vista de la realización del “Reino de los cielos” convierte al bautizado en “auténtico cristiano” y “consecuente testigo”. No hay otra manera de serlo.

De esta forma “la pobreza material se transformará en “pobreza del corazón” o apertura confiada a la voluntad y providencia del Padre; la aflicción, en “consuelo” mesiánico, el único en dar sentido al sufrimiento y a la muerte; el desprendimiento en posesión de la “herencia” de la tierra, expresión que equivale a recibir el reinado de Dios; y el hambre y la sed de justicia, en “esperanza” del cambio radical que traerá la Buena Nueva” (Cf. Luis Alonso Schokel).

En la versión de San Mateo son ocho las bienaventuranzas. Para una mediana comprensión de las mismas debemos dividirlas en dos grupos de cuatro. El primer grupo está compuesto por: “los pobres”, “los afligidos”, “los desposeídos” y “los que tienen hambre y sed de justicia”. Estas cuatro primeras bienaventuranzas podrían dar, y de echo ha sucedido, la impresión de una fácil y falsa espiritualidad basada en la dura realidad humana que cifra su esperanza pasivamente en una futura reivindicación puesta en el futuro cambio de la realidad presente cuando o en la medida en que se instaure el “Reino de Dios”. ¡Nada más falso y erróneo! Las “Bienaventuranzas” deben ser leídas en su totalidad y no de manera fragmentada o caprichosa. A las cuatro actitudes anteriormente señaladas continúan cuatro bienaventuranzas más que indican el compromiso y el esfuerzo que cada cristiano debe realizar para lograr la instauración del “Reino de los cielos”, procurando cambiar la realidad presente y no esperando un cambio sin esfuerzo personal sino dejándole todo a la divinidad: “el compromiso por ser misericordiosos” a la manera de como Dios-Padre lo es, “el compromiso por la solidaridad”, “el trabajo arduo por alcanzar una vida honesta, honrada y limpia”, “el esforzarse por vivir en paz” y “la aceptación del “otro” en cuanto que es “Hijo de Dios” y, finalmente, “la firmeza espiritual en la persecución”, es decir, cuando no se nos comprenda o se nos tache de “inadaptados” por ser “cristianos” – seguidores de Cristo -. Todo eso y más debe ser alcanzado mediante el esfuerzo constante y personal.

Las cuatro primeras Bienaventuranzas son el núcleo central de la enseñanza de Jesús, y entre esas cuatro bienaventuranzas el término “Pobre en el espíritu” recapitula en sí toda la actitud que debe tener el cristiano. Por consiguiente, es sumamente necesario preguntarse por el sentido que encierra el término “Pobre” y el determinativo “en el espíritu”. ¿Quién o qué cosa es “pobre”? En nuestra cultura “pobre” encierra el significado de carencia: se es “pobre” de dinero, de conocimientos, de amor, de salud, etc. Debemos hacer la salvedad de que en el manuscrito griego del Evangelio no aparece la palabra que significa “pobre” sino el vocablo que indica “pordiosero”, “indigente”, “mendigo”. En la cultura semita el contenido del término, sin negar el anterior socio-político, se encierra un significado mucho más profundo: significa el anhelo, el deseo, la añoranza de un bien espiritual que se ha prometido y del cual se está necesitado y a la espera. En el tiempo de Jesús, se sentía profundamente el deseo y el anhelo del Mesías prometido en el Antiguo Testamento, de la libertad, de un liberador, del Salvador. No debe olvidarse que Israel estaba bajo el mandato del Imperio romano: ¡no era libre y soñaba con la libertad perdida! Ahora bien, el término “pobre”, puesto en la boca de Jesús, no debe reducirse a un mero significado “político-económico-social”. Esa reducción es errónea. Jesús la utiliza para indicar la actitud de aquellos que están deseos y a la expectativa de la llegada del “Reino de los cielos”, de aquellos que esperan con profundo anhelo la presencia del Mesías, de aquellos que, mediante la fe, se han dado cuenta de que con Él se ha hecho realidad ya el “Reino de Dios”. Los verdaderos “pobres en el espíritu” son los Pastores de Belén que reconocieron al Mesías en el niño recién nacido y lo veneraron como tal. Por eso fueron dignos de escuchar a los ángeles del cielo cantar: “Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los que Él ama” (Lc 21-21), los Magos de Oriente que se movilizaron para rendir reconocimiento al niño (Mt 2,1-12), los discípulos que, a la llamada del Señor, dejándolo todo, lo siguieron porque vieron en Él la presencia del Dios de Israel (Mt 10,1-15), los cristianos actuales que reconocen en Cristo a su Señor y le siguen en contra del “qué dirán”, y con humildad de corazón, desean seguirlo. Por consiguiente, se puede ser “pobre” siendo “rico”, se puede ser “rico”” siendo “pobre”. La diferencia radica en la aptitud de corazón que se tenga frente a la presencia del Señor del cielo. Este término encierra el contenido de las otras tres primeras bienaventuranzas.

No podemos dejar pasar por alto los versículos del capítulo quinto sobre la sal y la luz del mundo (Mt 5,13-16). Sabemos que no pertenecen directamente al relato de las “Bienaventuranzas” o “Evangélico”. Sin embargo, consideramos muy diciente su enseñanza. El Evangelio cifra el éxito de la Evangelización pasada y presente en el hecho de que el evangelizador debe ser de verdad “sal” y “luz del mundo. Sería de gran importancia hacer un estudio de la utilización y significado de tales elementos en el contexto en el que vivió Jesús. Eran elementos indispensables en la dieta ordinaria y en la vida ordinaria de la época – indispensables -, pues bien, el cristiano tiene que ser “sal” y “luz”, pero para poder serlo es necesario vivir en concordancia con el espíritu de las Bienaventuranzas. Jesús termina con un mandato: “Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt 5,16).

A manera de conclusión podemos señalar que el Sermón del Monte es una catequesis bautismal: Se le presentaba al recién bautizado la regla de vida del Hijo de Dios. No es una Ley nueva, es muy antigua. Es el cumplimiento de lo dicho por las profecías. No son exigencias difíciles de cumplir, sino el don sublime y hermoso que hace Dios-Padre de sí mismo, que nos ofrece Cristo al hacerse hermano nuestro. Ciertamente que, sin el don del Espíritu Santo, las Bienaventuranzas serían una ideología sublime, pero imposible de cumplir.-

Valencia. Julio 7- 2024

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