Devociones y tradiciones

San Luis Martin y Santa Celia Guérin, padres de Santa Teresita de Lisieux

Cada 12 de julio la Iglesia Católica celebra a los esposos San Luis Martin y Santa Celia Guérin, padres de Santa Teresita de Lisieux (Santa Teresa del Niño Jesús). Ellos se santificaron en la vida matrimonial, en el seno familiar que construyeron asistidos por la gracia divina, marcando un hito en la historia de la Iglesia: fueron la primera pareja de esposos en ser canonizada en una misma ceremonia.

El matrimonio es camino hacia la santidad

“Los santos esposos (…) vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas Santa Teresa del Niño Jesús”, afirmó el Papa Francisco en la Misa de canonización de Luis y Celia.

La historia de los Martin Guérin está llena de episodios ejemplares, marcados por alegrías profundas, así como por los dolores y dificultades propios de la vida conyugal.

Resulta siempre edificante constatar cómo ambos, unidos, supieron capear los obstáculos del día a día con cariño y confianza en Dios. Quizás sea bueno considerar alguno de esos detalles: como muchas familias de la actualidad, los Martin, con diecinueve años de matrimonio, se vieron obligados a dejar la tierra en la que habían vivido siempre y trasladarse a Lisieux, afectados por la crisis económica que asolaba Francia en ese momento. También, como muchas familias de hoy, lo que los movió a dar el gran paso fue el deseo de garantizar el bienestar y futuro de sus hijos.

Luis trabajó como relojero y joyero, mientras que Celia se convirtió en pequeña empresaria -hoy sería llamada “emprendedora”-, dirigiendo un taller de bordado. Al lado de sus cinco hijas, los Martin Guerin emplearon tiempo, esfuerzo e ingenio para salir adelante, y Dios les procuró siempre lo necesario para solventar los gastos domésticos y ayudar solidariamente a otras familias en mayor necesidad.

Iglesia doméstica

A los santos esposos les tocó vivir en la Francia del siglo XIX, aquejada por los problemas políticos y económicos acaecidos tras la Revolución francesa y el expansionismo napoleónico. Les tocó además hacer frente a tiempos de un creciente secularismo y abandono de la fe.

Luis nació en Burdeos en 1823 y falleció en Arnières-sur-Iton en 1894. Su esposa, María Celia, había nacido en San Saint-Denis-Sarthon en 1831 y murió en Alençon en 1877.

Luis y Celia fueron educados en la devoción por sus respectivas familias, y abrazaron su fe desde muy jóvenes. Durante su juventud, antes de conocer a Luis, María Celia quiso ser religiosa e ingresó al monasterio de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.

Luis, por su parte, también experimentó el deseo de consagrar su vida a Dios y se presentó como candidato al monasterio, pero no tuvo éxito en los estudios debido a su dificultad con el latín. Al final de cuentas, Dios tenía un plan distinto para ellos.

Los jóvenes se conocieron cuando Luis tenía 35 años y Celia 27. El entendimiento y el amor fue tan rápido y grande entre los dos que contrajeron matrimonio el 13 de julio de 1858, sólo tres meses después de haberse conocido. Ambos llevaron una vida matrimonial ejemplar: Misa diaria, oración personal y en familia, Confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente.

Diversidad de llamados, una sola meta: la santidad

Las cinco hijas que sobrevivieron ingresaron a la vida religiosa. Entre ellas estaba Santa Teresita de Lisieux, la futura Patrona de las Misiones, quien, de paso, fue fuente invalorable para fortalecer el proceso de santificación de sus padres. Para Santa Teresita, si algún ideal estuvo siempre presente en la mente de sus progenitores fue este: educar a sus hijas para que sean buenas cristianas y ciudadanas honradas.

Dios llamó a Celia primero, a los 45 años, mientras que Luis le sobrevivió por varios años, hasta que cumplió 70. Luis tenía 53 años al quedar viudo.

Entre 1882 y 1887, Luis acompañó en distintos momentos a tres de sus hijas hasta las puertas de algún convento carmelita. Quizás el sacrificio mayor que experimentó fue separarse de Teresa, que ingresó al Carmelo a los 15 años. Luego, sin ninguna duda, Dios premiaría su generosidad con creces: entre sus hijas se cuenta a una de las santas y místicas más importantes de los tiempos modernos.-

Aciprensa

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