Lecturas recomendadas

¡La paz os dejo, mi paz os doy!

 

 

Nelson Martínez Rust:

 

Cada mañana, a la manera de un ritual aprendido en la niñez, acudimos a las redes sociales con la finalidad de informarnos de los acontecimientos del día anterior y de la pasada noche. Es sumamente difícil – ¿imposible? – encontrar una noticia que sacie plenamente las esperanzas y expectativas de paz y convivencia. En los últimos doce meses esa espera alentadora ha sucumbido con la permanencia en el tiempo de dos conflictos – señalando los que más llaman la atención – de gran magnitud que, día a día, pareciera acrecentarse en vez de lograr la tan anhelada paz: Rusia-Ucrania, Palestina-Israel. Se habla ya de un conflicto de alcance mundial, preludio de situaciones mucho más graves.

En el embolismo que se reza después del “Padre Nuestro” leemos: “La paz os dejo, mi paz os doy. No tengas en cuenta nuestros pecados, …”. Antes de la comunión la Iglesia nos invita a intercambiar un gesto de paz: “Daos fraternamente la paz”. El canto de los ángeles en la noche de Navidad fue: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace” (Lc 2,14). Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Qué ha fallado? La promesa divina no se ha cumplido. Acaso la “Palabra de Dios”, hecha esperanza en el niño nacido en Belén, ¿no es eficaz? ¿Qué sucede en el mundo? ¿La vocación del hombre es el odiarse y la muerte?

La Revelación Divina consignada en las Sagradas Escrituras es sumamente enriquecedora cuando habla de la “Paz”. Sin embargo, el concepto que lo expresa es pobre. No obstante, gracias a las traducciones de la Biblia a las lenguas vulgares, se ha ido esclareciendo y, en la actualidad, goza de una interesante profundidad en su significado. En efecto, las traducciones griegas y latinas han enriquecido el vocablo con nuevos e interesantes matices. Así tenemos que el termino bíblico – Shalom – nos señala la totalidad, la integridad del bienestar considerado desde un punto de vista objetivo y subjetivo de satisfacción: goza de “paz” el que no carece de nada y tiene salud (2 Sam 11,7). Para la cultura griega – Eirene’ – designa el tiempo o el estado en el cual la nación goza de ausencia de guerra, de una profunda prosperidad; mientras que para los romanos – Pax – venía a significar el cumplimiento de la ley, de la observancia de lo mandado, de los acuerdos realizados y aceptados. Es en este sentido que se hablaba de la “Pax romana”, en los tiempos del emperador César Augusto. Por lo tanto, al conjugar estos tres significados percibimos que el significado de “Paz” querido por el Antiguo Testamento, designa la armonía que debe reinar con el grupo humano y con cada uno de los individuos, con Dios, con el mundo material y consigo mismo, tanto en la abundancia y en la certeza de la salud, como en la riqueza, la tranquilidad, el honor, la bendición divina y, en una palabra, con toda manifestación de la vida humana.

Podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el elemento unificador de estos tres significados en el Antiguo Testamento? Lo que unifica y da sentido a todos estos valores diversos y, al mismo tiempo, convergentes, es que se fundamentan en ser un don de Yahveh – el Dios de Israel. Dicha referencia de manera explicita o implícita a Yahveh se convierte en la clave de lectura que nos muestra el sentido profundo y genuino de la “Paz” que profesaba el pueblo de Israel (Sal 128[127]).

Por el contrario, el significado de “Paz” en el Nuevo Testamento no solo asume toda la doctrina revelada en el Antiguo, sino que lo complementa al brindarle un significado mucho más profundo. En efecto, el libro de “Los Hechos” al narrar la vida de la primitiva comunidad cristiana la presenta como un acontecimiento, como un fruto, que ha nacido de la “paz”, cuyo artífice, Dios-Padre, la lleva a cabo mediante Jesucristo: “Él ha enviado su palabra a los israelitas, anunciándoles la Buena Nueva (evangelizar) de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos” (Hch 10,36); y Pablo en su carta a los Efesios: “Vino a anunciar (evangelizó) la paz: paz a vosotros que estáis lejos, y paz a los que estaban cerca” (Ef 2,17). El tema de la “Paz” que en el Antiguo Testamento tenía una gran significación, viene a ser central en el Nuevo Testamento (Mt 1,21; Lc 2,10-11.14). Pero, ¿qué significado tiene la palabra en el Nuevo Testamento? Ciertamente que la “paz” a la cual alude el Nuevo Testamento, debe entenderse como un acontecimiento o realización de la “justificación”. En otras palabras, como un acto por el cual Dios-Padre perdona y acoge a la humanidad caída, mediante su Hijo el cual, por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección – misterio de la Pascua – la lleva a cabo. Todo el Nuevo Testamento podríamos leerlo desde esta perspectiva de la “justificación. “Justificación” que supone una contrapartida de parte del creyente: “la acogida de dicha realidad”, o la llamada “conversión a Dios”.

Podríamos resumir diciendo que el don total y pleno de la “paz” dado por Dios se encuentra realizado plenamente en la persona de Jesucristo. Es por esta razón que, tanto Dios-Padre como su Hijo Jesucristo, son llamados “el Dios de la paz” (Rm 15,33), “el Señor de la paz” (2 Tes 3,14), “Él es nuestra paz” (Ef 2,14), “hace la paz”, “anunció la paz” (Ef 2,15.17).

Como podemos observar, la “Paz” que Jesucristo trae no se sitúa única y exclusivamente en un nivel simplemente político o exterior a la persona, aun cuando esta dimensión se encuentra presente. El cristiano debe tener siempre ante sus ojos que la “Paz” la constituye Jesucristo: su persona, su enseñanza, su actuación, su postura ante la sociedad y las naciones – ante la vida -, y que trabajar por la “Paz” significa y tiene como fundamento hacer presente a Jesucristo en todo el acontecer humano. Si nos quedamos solo en el nivel simplemente político, exterior al alma humana, proseguirá la guerra en el tiempo, se manifestarán las calamidades sociales, políticas y económicas, las cuales nunca serán superadas porque la verdadera “Pazradica en la aceptación de la persona de Jesús y esa escogencia implica ya violencia: “No penséis que he venido ha traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada” (Mt 10,34s). Cuando Jesús habla de la “Paz” está hablando de la “Paz” que solo se consigue en Él: “…para que tengáis paz en mí. En el mundo viviréis atribulados; pero tened buen ánimo: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Por lo tanto, la Iglesia cuando predica la “Paz” no anuncia un deseo o una añoranza vacía, sino que proclama y ofrece a la humanidad la verdadera simiente de la “Paz”: la paz mesiánica = Cristo (Mt 10,13; Lc 10,5-6).

Una última reflexión. La realización de la “paz” en la conducta cristiana tiene una doble vertiente. En primer lugar, un aspecto interno en la vida del cristiano, que consiste en el comportamiento personal que se deduce de la voluntad de vivir en paz con los demás: “Por lo demás, hermanos, vivid con alegría. Buscad la perfección y animaos. Tened un mismo sentir y vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros” (2 Cor 13,11).

La segunda vertiente ya se hace presente en las Bienaventuranzas en donde se anticipa el mandato del amor total al prójimo (Mt 5,9). De esta manera “seréis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos…Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,45-48).

La perspectiva futura – escatológica – se encuentra presente en todo lo que hemos dicho.  No debe buscarse el futuro de manera ansiosa – en las sectas, brujos o quiromancia – como a veces sucede. En efecto, el porvenir, el futuro es ya una realidad presente, en acto, en la persona de Jesucristo, en Él ya no hay nada que esperar, aun cuando su perfecta y plena realización mediante la vivencia y el conocimiento sigue siendo objeto de espera para los creyentes que vivimos en el tiempo. Por tanto: ¡Seamos constructores de Paz!.-

 

Valencia. Julio 14; 2024

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