Santas Justa y Rufina, patronas de los alfareros y los comerciantes de cerámica
Cada 19 de julio la Iglesia celebra a dos mujeres españolas del siglo III, las hermanas Santa Justa y Santa Rufina, mártires, patronas de la ciudad de Sevilla (España), así como de los alfareros, pues ellas se ganaron la vida vendiendo cerámicas.
En Sevilla, su tierra natal, se les celebra el día 17 de julio, mientras que en el resto de España y en otros lugares el día central de las celebraciones es el 19 de julio.
Más allá de la controversia
Existe una antigua controversia en torno a estas santas y su historicidad, dado que muchas de las fuentes en las que son mencionadas carecen de rigurosidad absoluta, sea por su temprana elaboración o por los típicos errores que abundan en los escritos de la antigüedad. Sin embargo, la tradición que las venera goza de tal fortaleza que hace perfectamente creíbles sus testimonios.
La Enciclopedia Católica señala: “Solamente Santa Justa es mencionada en el ‘Martyrologium Hieronymianum’, pero en los martirologios históricos (Quentin, “Les martyrologes historiques”) se le menciona como ‘Justina’”. Esto ha inducido a más de uno a ciertos malentendidos ocasionados por el nombre y a confundir a las hermanas con otras mujeres mártires. Lamentablemente, recién a partir de documentos del siglo VI ambas hermanas aparecen con los nombres con los que se les venera hoy. En consideración a esto (una fuente del siglo VI es una fuente considerada “cercana”) y a la tradición, reforzada por las Actas, es posible sostener que “no hay duda de que ambas santas son mártires históricas de la Iglesia española” (Enciclopedia Católica).
Hijas de la Iglesia
Las santas Justa y Rufina, fueron dos hermanas nacidas en Sevilla (España) en el siglo III. Ellas siendo aún muy jóvenes murieron martirizadas durante la persecución organizada por el emperador romano Diocleciano, según los antiguos relatos, por haberse negado a participar de los rituales ofrecidos a la diosa pagana Salambó (Salambona).
Justa y Rufina nacieron aproximadamente entre los años 268 y 270, en territorio perteneciente a Andalucía, Hispania, cuando esta formaba parte de los territorios de la península anexados al Imperio romano. Las hermanas eran parte de una familia muy modesta, pero de firmes costumbres y sólida fe cristiana.
Sus padres murieron cuando eran unas niñas. Entonces, el obispo de la ciudad, cercano a la familia, decidió apoyarlas y velar por ellas, animándolas a perseverar en la fe y la virtud. Luego, los cristianos las ayudaron a aprender un oficio -alfarería- con el que pudiesen ganarse la vida honradamente.
Comerciantes esforzadas e íntegras
Las hermanas se dedicaron a vender los recipientes de cerámica que hacían. Agradecidas con Dios por no haberlas abandonado, participaban activamente de la comunidad cristiana de su ciudad: oraban y asistían a la Eucaristía.
La gente del pueblo las conocía por su caridad y benevolencia, que concedían a todos sin distinción, sean paganos o cristianos. Las hermanas no temían dar testimonio de su fe frente a nadie y, en actitud ejemplar, pedían siempre por la conversión de los no cristianos. Proclamaban al Señor y enseñaban su doctrina a los gentiles.
Hacia el año 287, durante las celebraciones en honor a Venus, un grupo de mujeres pasó recorriendo las calles de Sevilla con un ídolo de la diosa Salambona (equivalente babilónico de Venus) cargado en hombros. Cuando estas divisaron a Justa y Rufina, les pidieron el donativo habitual para la festividad, además de que se hinquen y adoren a la estatuilla de la diosa. Las hermanas se negaron a entregar dinero y rechazaron rendir pleitesía alguna a la imagen. El desaire provocó la ira de la turba, que se lanzó contra ellas.
Firmes en la fe por la gracia
Diogeniano, prefecto romano en Sevilla, en respuesta a la “provocación” mandó apresar a Justa y Rufina, las interrogó y las amenazó con crueles tormentos si persistían en defender la religión cristiana. Sin embargo, pese a las amenazas, las santas se resistieron a renegar de su fe, exclamando que solo adorarían a Jesucristo:
«Eso que vos llamáis la diosa Salambona, no era más que un despreciable cacharro de barro cocido; nosotras adoramos al único Dios verdadero que está en los Cielos, y a su Hijo Jesucristo que se hizo hombre y murió por nosotros para salvarnos de nuestros pecados…».
Tras las crueles torturas, Santa Justa murió a causa del debilitamiento, encerrada en una celda sin agua ni alimento. Por su lado, Santa Rufina, quien sobrevivió brevemente a su hermana, terminó degollada por orden directa de Diogeniano.
Valientes sevillanas
La tradición ha hecho de las santas hermanas las patronas de Sevilla y de los gremios de alfareros y cacharreros. También lo son de Valencia, Palencia y otras ciudades de España. Sus restos fueron venerados en esta ciudad desde el tiempo de su martirio hasta la invasión árabe en el año 711, cuando tuvieron que ser escondidos para su protección.
El siglo pasado dichos restos fueron redescubiertos en Alcalá de los Gazules (Cádiz); y hoy, debajo de la iglesia de la Trinidad en Sevilla, pueden encontrarse las celdas en las que Justa y Rufina pasaron sus últimas horas.-
Aciprensa