Alicia Álamo Bartolomé:
A Joaquín Marta Sosa
Me gusta de los ingleses -entre otras muchas cosas que no me gustan- su manera tradicional de enfrentar la vida. Veo, con o sin razón, cómo la tradición es una fuerza de cohesión que contribuye a afianzar los valores que enriquecen a un pueblo y que son orgullo de su identidad y su historia. Orgullo de pertenencia. ¿A qué viene todo este? A que quiero hablar del recién pasado Grand Slam de tenis, tercero del año, el campeonato de Wimbledon, Inglaterra. Fue del 1º al 14 de julio de 2024. Antes se sucedieron el de Australia y el Roland Garros de París; falta el US Open de Nueva York, en agosto próximo, para completar los cuatro grandes encuentros donde se cita la elite del tenis mundial.
En mi juventud yo no era tan aficionada al tenis, con los años y mi obligada restricción a la pantalla chica, he hecho una selección de aficiones: me he cansado de tanta agresión y groseras faltas en otros deportes, mientras el tenis se mantiene elegante y limpio. Con razón lo llaman el deporte blanco, pero por algo más. Antes, los tenistas tenían que ir todos vestidos de blanco. Hoy el color y la variedad han invadido las canchas, pero en Wimbledon no. Es la tradición inglesa que tanto admiro. La fantasía de la moda no ha podido todavía con ella. ¿Podrá algún día? Tal vez. Incluso los tradicionalistas ingleses han tenido sus cambios. No es la misma sociedad inglesa antes de los Beatles que la después de éstos. Ni la que condenó y humilló a Oscar Wilde por su homosexualidad, que la abierta y complaciente de ahora.
Pero no nos desviemos del tema. Este es hoy Wimbledon y en Wimbledon recalaremos. Éste existe desde 1877, de manera que ya vamos para 150 años del famoso campeonato inglés de tenis. En esos primeros años lo dominó William Renshaw, de una familia de tenistas, con seis títulos seguidos y otros intercalados. Lawrence Doherty comienza dominando el siglo XX, con cinco campeonatos en fila, lo sigue Anthony Wilding con cuatro y viene la interrupción de la Primera Mundial. En 1919 vuelve el campeonato de Wimbledon por un corto período, pues la Segunda Guerra Mundial lo cancelará de 1939 a 1945. Quizás lo más resaltante de esta etapa sea la aparición de un doble campeón, el francés René Lacoste, uno de los llamados Tres Mosqueteros del tenis galo, que hace un aporte a la moda y a la aparición de marcas en el vestuario deportivo, lo cual se ha convertido en una formidable fuente económica para los famosos que las usan. Lacoste funda la empresa con su nombre y el símbolo de su apodo: Cocodrilo.
Nos interesan, sobre todo, los últimos 50 años del campeonato de Wimbledon, donde ya aparecen nombres y récords conocidos por nosotros. A finales del siglo XX, llenan la escena de campeones de Wimbledon los nombres de Borg, Connors, Becker, McEnroe y sobre todo Sampras, de 1993 al 2000, gana siete veces la corona, hasta que aparece en el olimpo del tenis mundial el gran caballero de este deporte, el suizo Roger Federe , que de 2003 a 2017 se corona campeón ocho veces -el máximo-, con dos interrupciones del mallorquín Rafael Nadal y alguna otra por Murray, hasta entregar su imperio al arrollador serbio Novak Djokovic.
Parece que empezamos una nueva era de Wimbledon. El año pasado el joven español de 20 años, Carlos Alcaraz, le arrebató la corona al arrogante serbio, de 36. Este año sucedió lo mismo, el murciano veinteañero defendía su título frente al mismo contrincante y el domingo 14 de julio de 2024 lo rindió en tres sets memorables. ¿Tiene un nuevo rey Wimbledon?
El deporte es eso: competir y ganar, competir y perder. El atleta que nosotros vemos con deleite exhibir sus destrezas, no es un simple dotado para su deporte. Es un hombre o una mujer con formidable preparación física y psíquica, que representa mucho trabajo y sacrificio. Agotadores ejercicios de entrenamiento, caminatas, dietas, intervenciones quirúrgicas por accidentes practicando el deporte, rehabilitación, cuidados especiales.
Se parece mucho el entrenamiento deportivo a la formación espiritual. A san Pablo le gustaba destacarlo. La santidad es una carrera para ganar la eternidad feliz y ésta se logra con un entrenamiento diario de pequeños sacrificios, que van fortaleciendo el alma, como el cuerpo en el entrenamiento físico. Y en ambos casos la salud psíquica es necesaria para saber lo que se quiere y por qué.
Tras un Federer, un Nadal, un Djokovic o un Alcaraz, debe haber no sólo un formidable entrenamiento físico sino psíquico y tal vez espiritual. Conocido es el caso del tío Tony Nadal, entrenador de su sobrino Rafael, a quien preparó no sólo para ser un gran tenista sino un hombre de bien. Le dijo: Asume la culpa de tus fracasos, no busques excusas en los jueces, el estado de la cancha o las raquetas, ni mucho menos en tu oponente. Muy joven Rafa perdía un juego y alguien fue a advertirle a Tony, que atendía a otro jugador, que su sobrino jugaba con la raqueta rota. Cuando Tony se lo hizo ver, el muchacho contestó: Como tú dijiste que la culpa era siempre mía…
Pero estamos en la mañana del 14 de julio de 2024 -tarde en Londres- aniversario de la toma de La Bastille, fiesta en Francia. En el césped de la cancha central de Wimbledon, Catedral mundial del tenis, se baten Carlos Alcaraz y Novak Djokovic. El uno por defender, el otro por recuperar su campeonato y su reinado. ¡Qué va, demasiado español para un disminuido serbio que venía de una reciente cirugía! Tres sets donde el de Murcia exhibió un tenis brillante, preciso, imbatible, con sus saltos de subyugante ballet para atacar y responder. Un tercer set de antología, porque el serbio intentó y logró recuperarse, para caer finalmente en el tie-break, ante el muchachito hispano.
Ataviada en morado claro, la estilizada Princesa de Gales entregó la copa al rey Carlos Alcaraz.-