¿Amamos el Bien Común?
La autoridad no pertenece a cualquiera, sino sólo al gobernante legítimo. “La autoridad se ejerce de manera legítima cuando procura el bien común, y para conseguirlo utiliza medios moralmente lícitos. Por tanto, los regímenes políticos deben estar determinados por la libertad de decisión de los ciudadanos y respetar el principio del «Estado de derecho»
Rafael María de Balbín:
Toda persona humana está llamada, desde sus comienzos, a convivir con los demás. Nadie podría subsistir en absoluta soledad. Necesitamos a los demás y ellos nos necesitan. “Junto a la llamada personal a la bienaventuranza divina, el hombre posee una dimensión social que es parte esencial de su naturaleza y de su vocación. En efecto, todos los hombres están llamados a un idéntico fin, que es el mismo Dios. Hay una cierta semejanza entre la comunión de las Personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, fundada en la verdad y en la caridad. El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 401).
Esto quiere decir que estamos abiertos a la sociedad. “La persona es y debe ser principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales. Algunas sociedades, como la familia y la comunidad civil, son necesarias para la persona. También son útiles otras asociaciones, tanto dentro de las comunidades políticas como a nivel internacional, en el respeto del principio de subsidiaridad” (Idem, n. 402)-
En la buena marcha de la sociedad no debe imperar el abuso sino la colaboración. “El principio de subsidiaridad indica que una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad” (Idem, n. 403).
A todos interesa asegurar una verdadera convivencia humana en la sociedad. “Una auténtica convivencia humana requiere respetar la justicia y la recta jerarquía de valores, así como el subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales. En particular, cuando el pecado pervierte el clima social, se necesita hacer un llamamiento a la conversión del corazón y a la gracia de Dios, para conseguir los cambios sociales que estén realmente al servicio de cada persona, considerada en su integridad. La caridad es el más grande mandamiento social, pues exige y da la capacidad de practicar la justicia” (Idem, n. 404).
La vida de la sociedad requiere que haya una autoridad. Esto no es un mal pero sí lo es el abuso de la autoridad. “Toda sociedad humana tiene necesidad de una autoridad legítima, que asegure el orden y contribuya a la realización del bien común. Esta autoridad tiene su propio fundamento en la naturaleza humana, porque corresponde al orden establecido por Dios” (Idem, n. 405).
La autoridad no pertenece a cualquiera, sino sólo al gobernante legítimo. “La autoridad se ejerce de manera legítima cuando procura el bien común, y para conseguirlo utiliza medios moralmente lícitos. Por tanto, los regímenes políticos deben estar determinados por la libertad de decisión de los ciudadanos y respetar el principio del «Estado de derecho». Según tal principio, la soberanía es prerrogativa de la ley, no de la voluntad arbitraria de los hombres. Las leyes injustas y las medidas contrarias al orden moral no obligan en conciencia” (Idem, n. 406).
El bien de la sociedad no es sólo el bien particular de algunos, si no aquel bien excelente del que todos pueden participar. “Por bien común se entiende el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible, a los grupos y a cada uno de sus miembros, el logro de la propia perfección” (Idem, n. 407).
El bien común tiene un contenido. “El bien común supone: el respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona, el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la persona y la sociedad, y la paz y la seguridad de todos” (Idem, n. 408).
¿Dónde está presente cabalmente el bien común? “La realización más completa del bien común se verifica en aquellas comunidades políticas que defienden y promueven el bien de los ciudadanos y de las instituciones intermedias, sin olvidar el bien universal de la familia humana” (Idem, n. 409).
La realización del bien común es tarea de todos y de cada uno. El amor al bien común debe superar el amor egoísta al solo bien particular. “Todo hombre, según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, participa en la realización del bien común, respetando las leyes justas y haciéndose cargo de los sectores en los que tiene responsabilidad personal, como son el cuidado de la propia familia y el compromiso en el propio trabajo. Por otra parte, los ciudadanos deben tomar parte activa en la vida pública, en la medida en que les sea posible” (Idem, n. 410).-