La Palabra
Siempre habrá y se encontrará una novedad en la lectura atenta de “la Palabra”, ya que es presencia de Cristo, Palabra pronunciada por Dios-Padre
Nelson Martínez Rust:
“La Palabra” ha sido y es un misterio. Hoy trataremos de acercarnos a ese “misterio”. “La Palabra” revela y, al mismo tiempo, oculta al ser que la pronuncia. Revela la interioridad con que el parlante desea o quiere relacionarse con el otro dándose a conocer. Sin embargo, al mismo tiempo oculta en gran medida la totalidad de su realidad espiritual. Si se la estudia en unión con los hechos, logros y gestos de los cuales va acompañada, se llega a conocer parcialmente a quien la pronuncia: siempre quedara algo oculto capaz de ser revelado.
La primera experiencia humana de la importancia de “la Palabra” se encuentra en los pueblos primitivos. En ellos “la Palabra” poseía el aparente poder mágico que podía llegar, en algunos casos, al señorío sobre la divinidad por quien era poseedor de la “Palabra” clave. Se encuentran también casos contrarios en los cuales “la Palabra” manifestaba la fuerza que la divinidad ejercía sobre la creación entera.
En resumidas cuentas, se puede afirmar que desde los tiempos ancestrales de la humanidad “la palabra” ha sido revestida de un poder que encontraba su fundamento en la divinidad originaria. Ha sido en la literatura clásica griega en donde mejor se puede apreciar este poder inherente a “la Palabra”.
Hoy en día se torna difícil comprender la importancia, el alcance y la función que, en la antigüedad, desempeñaba “la Palabra”. Para ello es necesario deslastrarse del sentido negativo que la acompaña. Hoy en día se afirma: “Hechos y no palabras”: El “hacer” se valora como primer elemento de importancia en la apreciación de alguien. Este es el criterio de juicio de prevalencia en la actualidad. Esto equivale a una infravaloración de “la Palabra” que puede devenir en graves problemas éticos. Sin embargo, en este ambiente existencial la liturgia de la Iglesia y toda la misma existencia de la comunidad se fundamentan en “La Palabra”. En efecto, después de las lecturas se pide al lector que diga: “Palabra del Señor” y la comunidad reunida en la escucha de “la Palabra” responde: “Te alabamos, Señor”. El fiel cristiano ¿conoce el significado y el puesto que ocupa la Palabra en la celebración litúrgica?
Dios ha roto su silencio y se ha manifestado a los hombres con una “Palabra” de amor y salvación. El hablar de Dios, su comunicación con los hombres, se realiza en el transcurrir del tiempo y bajo una pedagogía admirable que respeta escrupulosamente los momentos, los tiempos y la realidad humana, y que se reconoce con el nombre de “la historia”.
Si se considera atentamente el valor de “la Palabra” en la existencia del pueblo de Israel, se observa que la creencia del pueblo era que el que se dirigía mediante “la palabra” a otra persona transmitía al espíritu del oyente lo que él mismo había creado o formado en su propia alma sobre sí mismo. Aquello que se trasmitía era engendrado en primer lugar en el corazón del parlante. Venía a ser parte del que hablaba. Era como el acto de transmisión de su ser, o traslado de su existencia: si la palabra era mala, creaba infelicidad, circunstancias adversas, incertidumbre; si era buena, felicidad y bondad. De la misma manera, cuando la criatura denominaba algo o a alguien con determinada palabra era porque previamente había logrado poseer la “esencia”, la realidad más profunda de lo nombrado. En otras palabras: El hecho de poder identificar o nombrar algo con determinada palabra significaba que se había alcanzado al ser más íntimo de lo nombrado. En el libro de Génesis el hombre pone nombre a lo creado, demostrando así su señorío.
El hecho de que Dios se comunicara con Israel implicaba que las relaciones que se establecían con Dios – YAHVEH – daban a conocer a la divinidad y, al mismo tiempo, exigían algo que posee toda persona humana: la capacidad de escuchar, asimilar y transformar en vida la palabra pronunciada por Dios y escuchada por el hombre. De esta manera toda la vida de Israel giró en torno a la “Alianza” = “BERIT” manifestada en la “Ley” = “TORAH’” = “Los diez mandamientos o Palabras” que era mucho más que un precepto para convertirse en la personificación de la presencia divina en medio del pueblo. En muchas ocasiones la “LEY” era considerada como presencia del mismo Dios. Esta fue la manera de entender y realizar el culto que tributaba Israel a la “TORAH”.
De la misma manera como la palabra es el medio principal de comunicación entre las personas, también para las relaciones de Dios con Israel la “Palabra” fue el instrumento más adecuado que establecía una relación multiforme conocida con el nombre de “comunión mutua” entre Dios y la creatura, aun cuando no era el único modo. De esta manera se estableció un conocimiento de Dios, no en sentido filosófico, sino en sentido bíblico, a la manera de una relación interpersonal de reconocimiento, respeto, aceptación y amor mutuo que en las Escrituras se conoce con el nombre de “temor de Dios”.
El misterio de “la Palabra”, venerado en Israel, se concretiza haciéndose realidad en la persona de Jesucristo, verdadero Dios y Hombre. De esta manera la fe del Antiguo Testamento adquiere plenitud en el Nuevo. Jesucristo viene a ser el Dios encarnado, la “Palabra Eterna y Viva” pronunciada por Dios-Padre para revelarse en plenitud: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito y de Verdad” (Jn 1,14). Antes, San Juan había señalado: “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre cuando viene a este mundo” (Jn 1,9), lo que le permite al Evangelista afirmar que los que reciban esta “Palabra” “tienen el poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12).
De la misma manera, la realdad eclesial surge también de la realidad de “la Palabra Encarnada”. En efecto, ¿cómo nacen las comunidades dispersas por el mundo entero? Nacen por medio de la predicación de “la Palabra” y de los signos de los Apóstoles, servidores de “la Palabra”. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Dios y de Jesucristo, a través del cual, y en el cual se expresa la presencia de Dios en Jesús, habla por medio de la palabra apostólica la cual es, al mismo tiempo, un lenguaje milagroso y un milagro de lenguaje. La palabra en la cual se expresa el Espíritu Santo es al mismo tiempo, palabra humana y “Palabra de Dios”. Esta “Palabra” es una palabra pronunciada con entera libertad y sinceridad de lenguaje – parresia -. Esta “Palabra” implica la exhortación, el dar ánimo, la persuasión, el consejo y la petición entre otros elementos. Por tanto, la “Palabra”, que es Evangelio = Proclamación de la Buena Nueva de Cristo, es también enseñanza, discurso, proclamación, manifestación pública, aviso, anuncio, comunicación, palabra del heraldo – kerigma – que se propaga con todo su carácter de palabra franca, sincera y exhortativa, que ruega, conjura, llama y grita. Todos estos significados se los encuentra en la “Palabra bíblica” = “LOGOS” (Hech 6,2.7; 8,4; 10,34; 11,19; Jn 1,14; etc.).
Por ser palabra del Espíritu Santo no está a la disposición caprichosa ni del apóstol ni de sus sucesores y mucho menos de los carismáticos o de la comunidad en general. Por lo tanto, los doce apóstoles solo son servidores de “la Palabra” (Hech 6,4; cf. Lc 1,2). Los doce apóstoles, como también Pablo, sirven al Evangelio en la medida en que cargan con la persecución, la incomprensión y el sufrimiento por esta “Palabra”. Es necesario advertirlo con claridad: este sufrimiento no es algo casual y motivado por las situaciones, sino que se da necesariamente junto con la predicación y la aceptación del Evangelio (Hch 9,15s; 14,31s; Cf.20,18s). Pero, ¿qué cosa da a conocer esta “Palabra”? Ella da a conocer a la Iglesia y al mundo entero “el Evangelio de Jesús” (Hch 8,35), ella predica al “Mesías Jesús” (Hch 5,42) o también al “Evangelio del Señor Jesús” (Hch 11,20).
Esta “Palabra” predica el conjunto de los acontecimientos de la vida de Jesús, desde Juan el Bautista hasta la venida futura en su oficio de juez; todo se integra en la historia global de la salvación. Ahora bien, esta revelación que se manifiesta en el acontecimiento salvífico de Jesucristo exige “la conversión” de los oyentes, que consiste en una nueva orientación hacia Dios-Padre, vivo, creador y conductor de la historia (Hch 11,18; 14,15; 26,17ss). Pero esta “conversión” es solo el despertar de la fe, que recibe la remisión de los pecados (Hch 10,43). Por tanto, esta “Palabra” es fuente de salvación, de vida y de luz, y es ofrecida a todos los pueblos en virtud del Espíritu Santo a través de “la Palabra Apostólica” – la Iglesia -.
El Espíritu Santo no se sirve solo de “la Palabra”. También actúa mediante la eficacia de signos. La relación entre “Palabra” y “Signo” se esclarece en el pasaje de Hch 14,3. Los signos son el testimonio de Dios en favor de “la Palabra”, de su gracia y poder que ellos predican. Son una prueba de la autoridad de “la Palabra apostólica”. Los signos son una predicación a base de hechos, y en este sentido forman parte de la predicación del Evangelio.
De lo dicho se desprende que:
1º.- Jesucristo es “la Palabra viva” de Dios-Padre.
2º.- En la celebración litúrgica como en cualquier reunión que se encuentre presidida por “la Palabra”, se encuentra presente Cristo evangelizando y suscitando la santidad en los oyentes.
3º.- Siempre habrá y se encontrará una novedad en la lectura atenta de “la Palabra”, ya que es presencia de Cristo, Palabra pronunciada por Dios-Padre.
4º.- La liturgia de “la Palabra” prepara la presencia real eucarística al suscitar la fe del oyente.
5º.- En consecuencia el ministerio de lector no debe considerársele como una honorificencia para ser exhibida a la manera de un trofeo, sino un encargo que el mismo Cristo, mediante el Obispo, confiere a determinadas personas.
6º.- Dicho ministerio debe ser realizado con competencia, responsabilidad y preparación.
De ahí que la “Palabra Evangélica” proclamada en la comunidad dominical es “Palabra del Señor” = “Palabra de Vida”.-
Valencia. Agosto 4; 2024