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Ruptura diplomática entre Nicaragua y Brasil tras la persecución del clero por Daniel Ortega

En un giro inesperado, Nicaragua y Brasil han roto relaciones diplomáticas después de que ambos países se expulsaran mutuamente a sus embajadores. La ruptura sigue a la creciente tensión entre Ortega y Lula sobre la persecución de clérigos en Nicaragua y temas relacionados con Venezuela

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, cortaron las relaciones diplomáticas entre ambos países con la expulsión mutua de sus embajadores en Managua y Brasilia, llevada a cabo en los últimos dos días.

Antiguos aliados que participan en organizaciones internacionales de izquierda como el Foro de São Paulo -que reúne a partidos progresistas y socialistas latinoamericanos-, Ortega y Lula habían congelado las relaciones entre sus naciones en los últimos meses, después de que el mandatario nicaragüense se negara a hablar con el presidente brasileño sobre la persecución de sacerdotes en el Estado centroamericano.

Según un reportaje publicado en abril por el diario brasileño O Globo, el Papa Francisco y otros altos cargos de la Iglesia, como el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, habían pedido a Lula que mediara en la crisis con Ortega. El tema fue tratado durante la visita de Lula a Roma en junio de 2023, y en otras ocasiones a través de llamadas telefónicas y cartas.

Esto cobró especial relevancia tras la detención del obispo Rolando Álvarez de Matagalpa en agosto de 2022. Estuvo bajo custodia sin cargos durante más de 100 días, hasta que fue acusado formalmente de conspiración y permaneció en prisión hasta enero de 2024, cuando él y otros miembros del clero fueron liberados y enviados al Vaticano.

Álvarez, como otros sacerdotes y obispos, criticó públicamente las fechorías del gobierno. Condenó al régimen de Ortega por la brutal represión durante la ola de protestas de 2018, cuando miles de nicaragüenses -muchos de ellos jóvenes- salieron a las calles y protagonizaron grandes manifestaciones contra la administración sandinista.

Durante el tiempo que Álvarez estuvo en prisión, Lula intentó tratar el tema con Ortega, al parecer durante una visita de Parolin a Brasil. Pero el líder nicaragüense ni siquiera contestó al teléfono. El mandatario brasileño ordenó entonces al embajador en Managua que evitara participar en varios actos públicos, entre ellos la Revolución Sandinista del 18 de julio. Ortega supuestamente se enfureció con la actitud del diplomático brasileño y entonces decidió expulsarlo.

«El hecho concreto es que Daniel Ortega no contestó el teléfono y no quiso hablar conmigo. Así que no he vuelto a hablar con él, nunca», declaró Lula a los periodistas durante una rueda de prensa en julio.

La decisión del régimen nicaragüense se conoció el 7 de agosto, pero el gobierno brasileño había sido alertado de la expulsión del embajador hace dos semanas. Brasilia dejó claro a Nicaragua que esa medida tendría consecuencias.

El 8 de agosto, el gobierno brasileño anunció que el embajador de Nicaragua también sería expulsado del país.

Según Enrique Sáenz, economista y analista político nicaragüense que vive exiliado en Costa Rica, cuando Ortega volvió al poder en 2007, estableció nuevas relaciones con varias instituciones, entre ellas la Iglesia, y aparentemente se distanció de sus posturas más radicales de los años que siguieron a la Revolución Sandinista en la década de 1980.

«Había invitado al cardenal Miguel Obando y Bravo, con quien mantenía malas relaciones desde hacía décadas, a celebrar su boda con Rosario Murillo [en 2005]», dijo Sáenz a Crux.

A pesar de los cambios superficiales, las relaciones entre su gobierno y la Iglesia se deterioraron progresivamente con el paso de los años. En 2018, cuando muchos en la Iglesia se unieron a las manifestaciones antisandinistas o criticaron la represión del Estado, Ortega comenzó a apuntar al clero una vez más, dijo Sáenz.

«Nunca perdonó a los obispos y sacerdotes que lo criticaron en 2018. Desde entonces busca venganza contra la institución en su conjunto», agregó.

Solo en 2023, 151 sacerdotes y 76 religiosas fueron expulsados del país -y el número sigue creciendo-.

Según Sáenz, muchas de las acciones de Ortega en este momento implican no sólo estrategia política u obsesión por el poder, sino también rasgos patológicos.

«En el caso de muchos sacerdotes, hay un claro elemento sádico en la forma en que ha buscado castigarlos. Ese fue el caso del obispo Álvarez, que se negó a subir a un avión para salir de Nicaragua», dijo Sáenz, y añadió que la reacción de Ortega fue explosiva, y se veía venir un duro castigo.

La paranoia de Ortega, en su opinión, está detrás de la prohibición de actos religiosos públicos, como las procesiones.

Sáenz dice que otra razón de la ruptura de Ortega con Lula fue la postura de Brasil sobre las elecciones venezolanas del 28 de julio. Aunque Lula no se ha unido al grupo de presidentes latinoamericanos que cuestionan directamente la victoria del líder Nicolás Maduro, ha estado presionando a la administración chavista para que libere los registros electorales y negocie con la oposición.

«Ortega pensaba que todos los gobiernos de izquierda debían respaldarlo siempre. También quiere aparecer como alguien que defiende a Maduro».-

(CruxNow/InfoCatólica)

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