Iglesia Venezolana

El Cardenal Baltazar Porras en la Catedral de Caracas

"El dramático deterioro actual de la vida ordinaria en el país resquebraja los valores de la verdad, la justicia, la libertad y el respeto a la vida, impidiendo una rexistencia más pacífica y amable. No obstante, alienta..."

PALABRAS DE SALUTACIÓN AL INICIO DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DE TOMA DE POSESIÓN DEL ARZOBISPADO DE CARACAS DE MONS.RAÚL BIORD CASTILLO. Catedral Metropolitana de Caracas, sábado 24 de agosto de 2024.

 

 

Muy queridos hermanos:

 

Hoy es un día muy especial para la Iglesia que peregrina en Caracas y un verdadero privilegio para quienes estamos presentes en esta catedral y los que nos siguen a través de los medios y redes. En el credo afirmamos que la Iglesia es apostólica porque la sucesión del obispo al frente de una diócesis es parte de la permanencia del legado recibido desde los tiempos apostólicos de que el Señor permanecerá con nosotros hasta el fin de los tiempos.

 

Desde hace casi cinco siglos, la diócesis de Coro, Caracas y Venezuela, y la arquidiócesis de Caracas han sido testigos del nombramiento de cuarenta y cinco obispos por disposición de los Papas. Es signo de la preocupación pontificia de atender a los pueblos porque la evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: “vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que les he mandado” (Mt. 28,19-20).

 

 

La vida más que bicentenaria de este arzobispado ofrece valiosos testimonios de la entrega generosa de la gente, convirtiendo en oasis de descanso y satisfacción la vida de miles de bautizados que han seguido la senda del Evangelio con profundo amor a la Iglesia y a todos los que han hecho de nuestra tierra su casa, sin distingos de ninguna especie, privilegiando a los más débiles y necesitados.

 

También, como señaló en algún momento con dejos de nostalgia el Cardenal José Humberto Quintero, duocécimo arzobispo de Caracas, afirmó que sobre la cruz pectoral de los pastores de esta Iglesia caraqueña hay que cargar con los sufrimientos y dolores por cumplir con el deber de “ponerse a la escucha de la Palabra, para que ésta ilumine su vida y la realidad en la que está inmerso, y pueda discernir la acción de Dios en los acontecimientos” (CPV, doc. 9, n. 60).

 

El ministerio episcopal se ejerce en medio de los condicionamientos concretos de cada tiempo y lugar. Con sus luces y sombras ha sido la base del afecto y respeto con que nuestro pueblo lo ha distinguido como exigencia responsable. Para cumplirla “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio… Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (G.S.4).

 

El dramático deterioro actual de la vida ordinaria en el país resquebraja los valores de la verdad, la justicia, la libertad y el respeto a la vida, impidiendo una rexistencia más pacífica y amable. No obstante, alienta comprobar los anhelos de convivir en democracia, en armonía y fraternidad, fruto de la voluntad de amistad social (Papa Francisco), y también en buena medida de la acción evangelizadora de los muchos agentes pastorales que conforman un tejido de autenticidad en toda la extensión de nuestra arquidiócesis y, de la clara conciencia ciudadana de ser protagonista del quehacer cotidiano.

 

Querido Mons. Raúl, tomas el báculo pastoral y el timón de esta iglesia como el décimo séptimo arzobispo caraqueño. ¡Bienvenido en nombre del Señor Jesús!. Que la santidad de Juan Bautista Castro, Felipe Rincón González y tu tío abuelo Lucas Guillermo Castillo Hernández, entre otros, fortalezcan tu espíritu en los episodios que la vida cotidiana te deparará. Te recibimos con alegría y esperanza, cuenta con el clero, diáconos permanentes, religiosos/as, los muchos laicos inscritos en movimientos apostólicos o en instancias como la catequesis o el servicio social para caminar juntos, con muchos otros que ven a la Iglesia como la casa de todos, sinodalmente, en compañía de quien nos sale en el camino, unas veces cercano, otras distante o hasta lejano, pero con voluntad de hacerse prójimo. En estos últimos años la experiencia de acogida y escucha de numerosas personas e instituciones así lo percibimos. Todos ellos son objeto de nuestro acompañañmiento y preocupación samaritana. Cuenta siempre con la gracia del Señor, del Nazareno de San Pablo, devoción singular del pueblo caraqueño, con la bendición de la Virgen de la Soledad, madre amorosa y tierna, que ellas sean tu compañía silenciosa para que tu ministerio sea más fecundo para bien de todos.

 

Que así sea.-

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