Trabajos especiales

El Tiempo

¿Cuál es el pensar de la Iglesia Católica? Para entender en su profundidad y de manera correcta su enseñanza, es necesario, no solo acudir a la Sagrada Escritura y a la Tradición sino también al rico patrimonio de la Liturgia

Nelson Martínez Rust:

 

Existe una realidad que atraviesa toda nuestra existencia y en la cual estamos sumergidos: “”EL TIEMPO”. ¿Qué es el tiempo? Desde la antigüedad clásica los pensadores se avocaron en definir esta realidad. Aristóteles lo definió como “la medida del movimiento”. Definición por demás “mecanicista”, “reduccionista” y “cosmocéntrica”. “EL TIEMPO, entendido de esta manera, es un espacio vacío, homogéneo y continuo, en donde se lleva a cabo, de manera preestablecida, el movimiento de lo creado y, por consiguiente, de la vida humana – los griegos le dieron el nombre de “el eterno retorno” -. Esta definición, aun cuando destaca un aspecto importante de la realidad en la realización de algo, deja por fuera, a medio camino, sin valorarlo, el contenido central y de gran importante de la realidad existencial: “EL HOMBRE”. Y “EL HOMBRE” en su significado más profundo de “EL SER HUMANO”: en su capacidad de “hacerse”, “de construirse”. De esta manera, queda atrapado en la realidad de “EL TIEMPO”, a merced del acontecer y del capricho de los dioses.

Por el contrario, el platonismo ya había definido “EL TIEMPO” en función de “la idea”, que Platón consideraba como la deidad: el hombre tiende a la consecución – posesión – de “la idea”, que es “la plenitud” = “una cierta participación en la divinidad”. ¿Acaso, se tornaría erróneo entender a toda la filosofía platónica bajo esta idea antropológica de la posibilidad de deificación del ser humano? ¿Acaso toda la filosofía y teología agustiniana no se sustenta en la firmeza de este principio, incesantemente afirmado y repetido, de la búsqueda de participación en la naturaleza divina, en el ser de Dios? Si se tiene en cuenta este punto de vista se podría afirmar que los griegos ya atisbaron o percibieron, de alguna manera, el ansia – ¿necesidad? – inscrita en lo más profundo del corazón humano, de participar en la naturaleza de los dioses. Ya es por demás interesante el poder comprobar que la filosofía griega no dejó de buscar y aspirar a lo trascendente. Piénsese, por un momento, en el dicho: “seréis como dioses”.

Vayamos al encuentro del momento presente. Los pensadores del pasado siglo XX, al profundizar en el pensamiento de los mayores, afirman que “EL TIEMPO” es una realidad llena, preñada de posibilidades, y dotado de una profunda e insustituible dimensión humana, que está formado por la libre maduración del “ser” a través de su “existencia” humana. Visto así, “EL TIEMPO” no es una realidad que le viene dada al hombre, “EL TIEMPO” mecanicista de Aristóteles, sino que, es el producto del acontecer libre de esa singularidad llamada “hombre” en su relación con lo creado, con los otros hombres y con la realidad sobrenatural.

Este concepto de “EL TIEMPOse manifestó por primera vez en el pensamiento filosófico de Agustín de Hipona – ya señalado -, el cual deduce la realidad de “EL TIEMPO” de la interpretación que la existencia hace de sí misma a la luz del supremo creador. En la Edad Media no se tuvo en cuenta el pensamiento agustiniano, prevaleció el aristotélico, para volver a ser retomado en las filosofías de corte personalistas y existencialistas, en donde el hombre es considerado como “individuo”, “ser insustituible”, “como aquel ser para quien la esencia le es proporcionada a sí misma mediante o por la propia existencia, y a cuya realidad compete el tener que confrontarse continuamente con su propia esencia teniendo en cuenta que es plenamente libre. El hombre es un ser “en proyecto”. No viene hecho. Él se hace en “EL TIEMPO”. Es así, como, de este “hacerse”, nace la responsabilidad ante sí mismo, ante la sociedad y ante Dios”. De esta manera, “EL TIEMPO” viene a ser “la historia del ser”. Con este enfoque se podrá coprender un poco más los tiempos que se viven, a los cuales se les ha dado el nombre de “Post Modernidad”, realidad nacida en el ocaso del siglo pasado.

A pensar así contribuyó mucho la filosofía alemana y francesa con sus exponentes más sobresalientes: Martín Heidegger (1889-1976) y Jean Paul Sartre (1905-1980) entre otros.

¿Cuál es el pensar de la Iglesia Católica? Para entender en su profundidad y de manera correcta su enseñanza, es necesario, no solo acudir a la Sagrada Escritura y a la Tradición sino también al rico patrimonio de la Liturgia.

I.- La Revelación.

En el estudio de cómo entendía el Pueblo escogido la realidad de “EL TIEMPO”, se debe tener en cuenta que era concebido en el contexto amplio de “un acontecer salvífico”, “en el cumplimiento de una promesa de salvación”. Esta promesa salvífica se debía hacer realidad en “EL TIEMPO”. Salvación que estaba profundamente condicionada a una respuesta positiva del pueblo – Cf. La noción de la Alianza – que debía estar dispuesto a aceptar las condiciones puestas por la divinidad para alcanzar la salvación en el ejercicio de su libertad. De esta manera las realidades del “TIEMPO”, “SALVACION” y “LIBERTAD” se manifiestan bíblicamente como una sola y profunda unidad. Esta unidad que constituye un “todo”, estrechamente vinculados entre sí, no debe ser vista como una sucesión de momentos y de realidades distintas, sino que forman una única “realidad temporal” en donde habrá de realizarse la redención. Otro aspecto que se debe tener presente al reflexionar sobre “EL TIEMPO” es que lo que fue una preparación o anuncio en el Antiguo Testamento llega a ser realidad en la persona del Verbo de Dios hecho carne en la persona de Jesucristo: Él es “plenitud” de “EL TIEMPO”. En Él se cumplen todas las promesas: (Jn 7,6.8). Él inaugura un “TIEMPO NUEVO”: “Mira que hago nueva todas las cosas” (Ap 21,1.5).

Teniendo esto presente veamos las características de “EL TIEMPO BIBLICO”.

A.- Se da una profunda conexión entre la historia del Pueblo de Israel y su Dios. 1.- En efecto, el acontecimiento de la salida de Egipto es considerado como el recuerdo de una cita con Dios en el tiempo (Ex 15,1; Dt 6,22; 26,8). 2.- Las sucesivas alianzas vienen a ser parte de una misma experiencia histórica (Ex 19,3-6). La historia de Israel se convierte en una cadena de salvaciones y alianzas con Yahveh. Dios da la tierra de Canaán a Israel porque Él es el Señor de toda la tierra (Ex 19,5; Dt 10,14s). 3.- Finalmente, Dios pide a su pueblo, al que ha elegido, que le sirva y le reconozca como su único Señor y Rey (Dt 7,1-10; 10,12-22).

B.-  En el Nuevo Testamento, los testimonios de fe cristiana tienen a Cristo como centro y último sentido de la historia humana (1 Tim 3,16; Rm 1,3ss; Jn 1,1-8) y “EL TIEMPO” de Dios alcanza su sentido pleno y salvífico con la venida del “Hijo del Hombre” que revela su misterio (Heb. 13,8; Ap 1,17ss). De esta centralidad de Cristo se deduce: 1.- Que en Él se cumple “EL TIEMPO” anunciado en el Antiguo Testamento por los profetas (Lc 24,25ss; 44-47). 2.- Que la aceptación y el seguimiento de Cristo es la clave para pertenecer a la “Historia de la Salvación” (Lc 2,11; 19,41-44). En casi todos los escritos neotestamentarios subyace esta idea (2 Cor 6,2; Rm 3,21; Heb 3,7; Jn 4,23).

C.-  Acerca del fin de “EL TIEMPO

La historia y, por consiguiente, “EL TIEMPO” se encaminan hacia un fin, en el cual la primacía divina sobre todo lo creado será plena y definitiva. Es a lo que se ha dado en llamar “escatología bíblica”. Entonces, la serie de “actividades salvíficas” llevadas a cabo por Dios, se dirigirán hacia y se concentrarán en lo que se ha dado en llamar la “Salvación Definitiva” (1 Cor 15,28). 1.- Ya en el Antiguo Testamento se había anunciado esta plenitud (Am 5,18; Is 2,6-22; Ez 38-39). 2.- Con la venida de Cristo al fin de “EL TIEMPO” se precisa mucho más y se clarifica definitivamente la distinción entre el tiempo presente, que es una salvación iniciada por Cristo y presente actualmente en la Iglesia, y el “Reino de Dios” en acto (Mc 1,14s). 3.- El “Día del Señor” se convierte en el fin de la historia, cuando Cristo vuelva glorioso (Mt 24,32-25.30; Lc 17,20-33; Flp 1,6.10; 1Tim 6,13-16)). La Iglesia lo espera ansiosamente.

II.- La Tradición de la Iglesia.

El “tiempo sagrado” está lleno de sentido. Es capaz de realizar la intervención poderosa y benéfica del Absoluto. Es el tiempo de las grandes revelaciones, del “encuentro” del hombre con las fuerzas sobrenaturales y divinas. Por eso al “tiempo sagrado” se le suele llamar también “tiempo hierofánico”, de manifestación de lo sagrado.

A esta categoría corresponde el tiempo en que acontece la celebración de un ritual – liturgia -, a través del cual se repiten e imitan las grandes gestas realizadas en el tiempo mítico. A lo largo de la historia el tiempo mítico o primordial es recobrado y hecho presente mediante la celebración de un ritual. Es por eso que el tiempo mítico es un tiempo sagrado.  Finalmente, los ritmos cósmicos, en la medida que elevan la sacralidad habida en el cosmos, se convierten en el tiempo sagrado. Todo tiempo está abierto a la sacralidad en cuanto revela al Absoluto y Trascendente.

El acontecimiento pascual de Cristo constituye el eje de la historia de la salvación y punto de referencia obligado al que siempre remite cualquier acción cultual – litúrgica -. Este acontecimiento es considerado como primicia, anuncio y promesa de una renovación universal. Lo que ha ocurrido en la humanidad personal de Cristo ha de ocurrir también progresivamente, a lo largo de la historia, en todos y cada uno de los hombres.

III.- La Liturgia.

Desgraciadamente la liturgia ha sido concebida, la mayoría de las veces, en función de “ritos” y “gestos”, cuando no en vestimentas extravagantes en colorido y corte, como también en figuras y celebraciones rocambolescas que, antes de acrecentar la fe y el fervor del fiel, relegan a un segundo o tercer lugar el espíritu de la celebración, la compostura, la devoción y la sacralidad del “encuentro”, en una palabra, del “MISTERIO” que se lleva a cabo con el Dios de la Vida. Muchas veces se reduce a una función que debe “desempeñarse”. Dada la ignorancia que existe sobre la realidad litúrgica. En efecto, la concepción y la realidad de “EL TIEMPO LITURGICO” no pueden ser comprendidos o pensados como “nociones etéreas” o “estériles fantasías”, en donde ocupa un lugar preponderante una noción falsa de “pastoral”. Se olvida que el fin primario de la Iglesia es rendir gloria y reconocimiento a Dios trino.

El “TIEMPO LITURGICO” no se define. Es vida. Es la posibilidad de dar espacio vital al Espíritu Santo que transforma en realidad salvífica para el “hoy” de la historia, la acción salvadora llevada a cabo por Cristo en el Misterio Pascual – misterio de libertad y salvación -.

La liturgia se comprende mejor si se vive. El tiempo cósmico en el que se desenvuelve y se desarrolla la historia de la humanidad, si se toma en su sentido genuino, el que ha sido dado por el creador, es tiempo de Dios, de la misma manera como de Dios es el espacio y todos los seres. El “TIEMPO LITURGICO” es el tiempo de Dios en el cual se manifiesta en plenitud, pero con una observación: mediante Cristo Jesús. Solamente en Cristo es como vive el hombre, su realidad plena, dado que Él, el Señor, es la estructura y orientación interior de la misma historia. El cristiano, al tener claridad en esta realidad, consigue base segura para poder dialogar con otras concepciones del tiempo.

En la liturgia se hace presente el pasado en cuanto promesa, el presente en cuanto realidad salvífica ofrecida y el futuro en cuanto que es plenitud, dinamismo y sentido de la historia o de “EL TIEMPO”.

 

Valencia. Agosto 25; 2024

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