Carta abierta a Rolando Álvarez y Silvio Báez: «No se ha apagado ni un poquito nuestra certeza de que este país crucificado resucitará»
«La Nicaragua que ustedes dejaron desde que fueron desterrados ha estado siendo sometida a un desmembramiento tan feroz, del que ni nuestra propia iglesia se ha salvado. Hemos cambiado, nos han forzado a cambiar»
«Ustedes nos han ayudado a no desmayar, a no dar todo por perdido, a no creer tampoco que la solución nos lloverá del cielo ni la cosecharemos dentro de un elote. La tenemos que creer y crear nosotros»
«Con la liberación de los últimos 135 presos políticos, también nos hemos ido enterando de diversos testimonios que cuentan las humillaciones y agravios que sufrió usted, hermano Rolando, mientras estuvo recluido en la cárcel»
«Enrique Leonel Velásquez, el subprefecto de la cárcel La Modelo de Tipitapa e identificado como su torturador, junto con Julio Orozco, director de la cárcel y Venancio Alaniz que apareció en una de las fotos durante su reclusión, deben saber que están excomulgados. Y también Jaime Vanegas, Ramón Avellán, Francisco Díaz»
Admirados hermanos y pastores: Nicaragua no es la misma desde hace ya tiempo. No sabemos decir desde cuándo, pero si ustedes decidieran volver hoy, les sorprendería experimentar en su piel que ya ni el calor atmosférico ni el calor humano es igual. La Nicaragua que ustedes dejaron desde que fueron desterrados ha estado siendo sometida a un desmembramiento tan feroz, del que ni nuestra propia iglesia se ha salvado. Hemos cambiado, nos han forzado a cambiar.
Y les escribo esto para que no se sorprendan cuando regresen. Porque sé que van volver. El trabajo a futuro para nuestra iglesia, cuando esta pesadilla acabe, va requerir que los que se fueron regresen a dar la mejor, a reconstruir tanto que se ha caído, a reunir tanto que se ha disgregado, a rehacer tanto que se perdido, a reconciliar un país tan herido. En esa tarea urgente para la nueva Nicaragua, que contra toda desesperanza no dejamos de esperar, los necesitamos a ustedes hermano Rolando, hermano Silvio.
Estuve ahí, en esas marchas donde fueron símbolo de unidad, opción preferencial por la justicia y lucha consciente y cívica por la liberación de nuestra gente. Yo los vi a ustedes, en Managua uno y en Matagalpa el otro, caminar sin más protección que su cruz en el pecho, sus sotanas blancas y el abrazo incondicional de todos los que nos sentíamos alumbrados por sus palabras y su ejemplo. Es esa presencia de pastores coherentes y capaces de andar y decir sin miedo lo que tanto echamos de menos hoy.
Aunque ya nos hemos acostumbrado a que nos vigilen, a que nos filtren gente en los consejos pastorales, a que nos visiten de formas inesperadas, a que nos sigan grabando las homilías; a pesar de esas reuniones donde han tenido que ir compañeros religiosos extranjeras, compañeras monjitas de otras nacionalidades, a ser intimidados para que no den opiniones políticas contrarias al gobierno, a ver forzadamente una burda propaganda de la dictadura; aunque nuestra pastoral esté siendo cada vez más limitada, intramuros parroquiales, siendo así que ya ni muchos de nuestros enfermos pueden recibir la comunión ni tantísimas comunidades pueden celebrar la Palabra; a pesar de estos, mis queridos hermanos, no se ha apagado ni un poquito nuestra certeza de que este país crucificado resucitará. Y ya está resucitando.
Porque aquí en Nicaragua hay gente, laicos y laicas, jóvenes y adultos, que no le dan atol con el dedo, y como nos enseñó el maravilloso güegüense, le damos la vuelta a todo. Ellos creen que nos reímos con ellos, pero la verdad es que nos reímos de ellos, de su absurda pretensión de querer controlar nuestra fe, de su loca idea de que van a durar para siempre, de ese convencimiento cada vez más iluso de que estamos en silencio. No. La iglesia sigue, la verdadera iglesia que es el pueblo fiel de Dios: ese que reza el rosario por los presos políticos, ese que ofrece mandas a Santo Domingo por los exiliados, ese que todavía honra a los muertos del 2018, ese que celebra misas a escondidas por la liberación de este país, ese que canta, silba y tararea a María, que “del dragón infernal la cabeza, quebrantó con su pie virginal”. Todos sabemos cómo se llama ese dragón infernal.
Ustedes nos han ayudado a no desmayar, a no dar todo por perdido, a no creer tampoco que la solución nos lloverá del cielo ni la cosecharemos dentro de un elote. La tenemos que creer y crear nosotros. De la mano de Dios, pues. Pero siempre nosotros. Ese es el verdadero milagro: mantener la esperanza de que veremos otra Nicaragua. Sin ellos.
Con la liberación de los últimos 135 presos políticos, también nos hemos ido enterando de diversos testimonios que cuentan las humillaciones y agravios que sufrió usted, hermano Rolando, mientras estuvo recluido en la cárcel. Hemos sabido de su profética protesta, de sus resistencia valiente, de cómo se ensañaron con su persona. Nosotros sabemos quiénes son. Nosotros sabemos también que ni ellos ni ningún cómplice pertenece ya a la comunidad de fe. Están excomulgados desde el momento mismo en que han agredido a un sacerdote. Tal vez estaban excomulgados desde mucho antes, cuando han participado del asesinato, el maltrato y la persecución de tantos otros hermanos.
Enrique Leonel Velásquez, el subprefecto de la cárcel La Modelo de Tipitapa e identificado como su torturador, junto con Julio Orozco, director de la cárcel y Venancio Alaniz que apareció en una de las fotos durante su reclusión, deben saber que están excomulgados. Y también Jaime Vanegas, Ramón Avellán, Francisco Díaz. Ojalá mis hermanos sacerdotes se atrevan a hacer valer lo que bien aprendimos en el derecho canónico (Canon 1370 § 2). Todos los que han atentado física y moralmente contra los obispos y contra cualquier ser humano ha cometido una ofensa directa contra Dios, por más que lo tengan en la boca.
Aquí seguimos, desde la tierra por la que ustedes han querido dar la vida y en la que nos han querido enseñar cómo vivir. La Buena Noticia sigue vibrando en nuestros corazones, seguimos resistencia en medio de tanta incertidumbre, sin más bandera que el Evangelio, sin más reclamo que el de justicia, democracia y respeto a la dignidad. Estamos convencidos que la última palabra la tiene siempre Dios, por más que los dictadores nos quieran callar y otros siguiéndole el juego o por miedo a que sus pecados queden al descubierto, acepten no hablar. Dios siempre habla en sus profetas y en la realidad. Y ustedes siguen siendo nuestros profetas.
Nuestra esperanza siguen siendo los jóvenes, los que se fueron buscando cómo sobrevivir y los que aquí dentro le siguen haciendo frente a la dura realidad que vivimos. Nuestra esperanza son las pastorales juveniles, donde saldrán vocaciones forjadas en este encierro y que no serán formadas en el miedo sino en una conciencia humana, cristiana y comprometida con el pueblo. Jóvenes que los vieron a ustedes caminar de su lado, jóvenes que se sintieron defendidos, consolados e inspirados en la inteligencia sensible de usted hermano Silvio y en el profetismo valiente suyo hermano Rolando. Ellos fueron los que hicieron despertar la nación, los que dieron un giro sin retorno en nuestro historia en el 2018. Nuestros jóvenes cristianos le devolverán a este país la esperanza.
Han cambiado muchas cosas, hermanos y pastores. Nuestra Iglesia no es la misma. Tenemos todo un porvenir por hacer. Es nuestra responsabilidad. Ustedes volverán, estoy seguro, y caminarán nuevamente las calles heridas de Managua y Matagalpa. Volverán a iluminar con sus palabras el sendero para una iglesia y una patria verdaderamente hermanada. Mientras tanto, aquí seguimos resistiendo y cambiando. Pero hay algo que no cambia, dice la canción: “no cambia mi amor por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo ni el dolor de mi pueblo y de mi gente. Y lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo en estas tierras lejanas”.
Hermano Rolando, hermano Silvio, los esperamos. –
| Un sacerdote de la arquidiócesis de Managua/RD