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La Iglesia: misterio humano-divino II

 

Nelson Martínez Rust:

 

Retomamos la reflexión de la semana pasada sobre la Iglesia. Habíamos afirmado que la realidad eclesial nace tanto del deseo y de la necesidad de perpetuar “la Presencia”, “la Enseñanza”, “el Evangelio”, y “la Memoria” del Redentor como también del deseo de dar cumplimiento a un mandato del Resucitado, sabiendo que en Él se encuentra “La Vida” de la humanidad (Mt 28,16-20; Mc 16, 14-18; Jn 20,20-23). Pues bien, teniendo en cuenta estos fines nace la siguiente interrogante: ¿Cuál es la manera por medio de la cual el Espíritu de Dios edifica y lleva a cabo la doble finalidad de la Iglesia, a saber, la glorificación de Dios trino y la salvación de los hombres? O formulado de otra manera ¿Cómo se realiza, en medio de los hombres, la salvación aportada por la realidad del Misterio Pascual de Cristo?

Continuamos con Pablo. Pablo responde con claridad y precisión: mediante El Evangelio y Los Signos eficaces fundamentados en la ayuda de los Servicios ministeriales y carismáticos.

A.-      EL EVANGELIO

Para el Apóstol el Evangelio es “Evangelio de Dios” (Rm 1,1.15.16), “Testimonio de Dios” (1 Cor 2,1), “Palabra de Dios” (1 Cor 14,36; 2 Cor 2,17). Por consiguiente, Dios no es sólo el autor del mensaje, sino que es Él mismo quien llama mediante el Evangelio (2 Cor 2,17; 5,19; 1 Tes 2,12; 4,7; 5,24; Gal 1,6), y, por consiguiente, quien escucha el Evangelio, escucha al mismo Dios (Rm 10,10). Este mismo Evangelio es llamado también “Evangelio de Cristo” (1 Tes 3,2; 2 Tes 1,8), “Testimonio de Cristo” (1 Cor 1,6), “Palabra del Señor” (1 Tes 1,8; 2 Tes 3,1) con el mismo contenido y alcance con el que se afirma que es “Evangelio de Dios”.  Ahora bien, el mismo Apóstol designa a este Evangelio con el posesivo de “mi Evangelio” o “nuestro Evangelio” o “el Evangelio que yo predico” (Gal 1,11;2,2; 1 Tes 1,5; 2 Tes 2,14); de donde se puede deducir que la “Palabra de Dios” o …de Cristo” se extiende por el mundo entero mediante la palabra proclamada por el(los) Apóstol(es). Por tanto, cuando el Apóstol predica, Dios se manifiesta llamando, santificando y, por tanto, el testimonio de Dios-Padre y de Jesucristo, su Hijo, se hace presente, llama, convoca, santifica y se propaga por medio y en la palabra del Apóstol.

De esta manera la Palabra de Dios-Padre y de su Hijo, Jesucristo, junto con la palabra de los apóstoles se compenetran la una en la otra, y, de esta manera, la Palabra de Dios pronunciada desde toda la eternidad (Jn1,1-4) se realiza – “se presencializa” = se hace presente – una vez más en y por los apóstoles por mediación del Espíritu Santo (1 Tes 2,13). De esta manera, ella es “Palabra de Dios en la boca de los hombres”, y, ya que es “Palabra humano-divina”, actualiza la “presencia del Misterio Pascual” – haciendo “El Memorial de nuestra Fe” – en el mundo de hoy.

El “Evangelio del Apóstol” se manifiesta y difunde por gracia del Espíritu Santo y, – destacamos la siguiente afirmación -, no solo remite a la salvación que se manifiesta en y por medio de Cristo, sino que el Apóstol la muestra a los oyentes para que llegue a ser “fuente de sabiduría: “…al contrario, mediante la manifestación de la verdad nos recomendamos a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Cor 4,2). El Evangelio es sabiduría de Dios-Padre para la humanidad y no solo “salvación”.

B.-      LOS SACRAMENTOS

Con la finalidad de mostrar la realidad de Cristo y su dimensión salvífica terrena, Pablo enseña que el Espíritu Santo se sirve de determinadas acciones, signos y símbolos llamados “sacramentos”. Pablo hace énfasis en dos de ellos.

a.-  El bautismo

Si “La Iglesia” se construye a partir de “La Palabra de Dios” escuchada y aceptada por la fuerza del Espíritu Santo; no obstante, su realidad concreta se realiza en “El Bautismo”. Este es el fundamento de la teología bautismal de Pablo. Es mediante “El Bautismo” que el creyente está “en Cristo”, llega a ser “miembro de Cristo” y, por consiguiente, está incorporado al acontecimiento salvífico de la muerte, en el presente, y, en el futuro, lo será a la resurrección (Rm 6,1ss) para posteriormente también serlo en la ascensión (Ef 2,5ss). De esta manera el bautizado constituye y realiza “La Iglesia” sobre la tierra. Quienes han sido bautizados son admitidos en “La Historia de la Salvación” y de esta manera representan y son las piedras vivas que construyen el Cuerpo de Cristo (Ef 2,20). “El Bautismo” alcanza su plenitud de significado en la carta a los Efesios: Cristo se ha entregado por la Iglesia, que es su esposa, “para santificarla, purificándola mediante baño del agua, en virtud de la Palabra y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5, 26). De esta manera, para Pablo, ya la Iglesia estaba presente en el sacrificio de la Cruz y hacía que se construyera por el bautismo en donde, el cristiano hace suyo el sacrificio de Cristo. Sin embargo, “El Bautismo” presupone y exige la fe. De ahí que el hecho de “ser cristiano” = “ser en y para Cristo” no se fundamenta en la recepción de un rito, sino que exige previamente un encuentro personal con el Resucitado que cambia radicalmente la existencia, y que cristaliza en “El Bautismo”. De no ser así, el sacramento viene a ser solo “rito vacío”. “El Bautismo” conduce y hace necesariamente referencia al sacramento de “La Eucaristía

b.-  LA EUCARISTIA

El hecho de que Pablo relaciona “El Bautismo” con la muerte de Cristo en la Cruz, nos brinda la oportunidad de entender mejor la doctrina paulina sobre “La Eucaristía”. En efecto, el acontecimiento salvífico de Cristo en la Cruz acontece continuamente al realizarse el “Banquete del Señor”, que es como Pablo denomina “La Eucaristía”. ¿Cómo se verifica esta afirmación? En el sacramento eucarístico, la Iglesia, en cuanto “Cuerpo de Cristo” alcanza su máximo esplendor. Veamos: La persona de Cristo Resucitado – glorioso – es la que realiza la salvación de su cuerpo – “La Iglesia” – mediante la fe en el Evangelio por la mediación del Espíritu Santo. En efecto, Cristo resucitado – glorioso – lleva a cabo constantemente esta salvación por medio de los elementos y signos eficaces del pan y del vino. Es precisamente en la realización de este acontecimiento donde mejor se aprecia la relación entre el “Cuerpo de Cristo crucificado y glorioso” y el “Cuerpo de Cristo en su dimensión terrena y salvífica” de la Iglesia. Desde el mismo momento en el cual la Iglesia hace memoria de la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo, el mismo Cristo se hace presente con su Cuerpo glorioso y triunfante en virtud y por el poder del Espíritu Santo – proclamación litúrgica –. De este modo, se lleva a cabo la dimensión salvífica de todo el “cuerpo” de la Iglesia, con y mediante la participación de todos los que se encuentran reunidos participando en dicho banquete. En 1 Cor 10 y 11 el Apóstol precisa aun más esta relación. Solo y justamente aquí emerge el tercer concepto del Cuerpo de Cristo: “alimento”, bajo la forma del pan, un pan que llega a ser alimento espiritual por medio y a manera de efecto del poder santificador suscitado por el Espíritu Santo y que Pablo denomina “efecto del Espíritu y que suscita el Espíritu”.

Esa edificación y ampliación de la realidad del Cuerpo de Cristo muerto y resucitado en la dimensión salvífica concreta de la Iglesia terrestre se lleva a término mediante la proclamación de Cristo y por la acción del Espíritu Santo, la cual incluye necesariamente la actualización de su muerte sacrificial en el banquete del Señor, bajo su presencia del signo revelador del pan y del vino.

Con el transcurrir de los tres primeros siglos de cristianismo, la Iglesia va tomando conciencia del don concedido por Jesucristo en los sacramentos restantes. Esa toma de conciencia se origina, en algunas ocasiones, después de pasar por grandes controversias doctrinales y de la necesidad de la conversión; pero también la toma de conciencia se origina por medio de la meditación asidua de “La Palabra de Dios” y la asistencia del Espíritu Santo que guía la Iglesia. Ya, en el siglo IV se tiene conciencia refleja de la realidad septenaria de los sacramentos. Lo interesante de todo esto es que los restantes cinco sacramentos giran en torno a la necesidad de vivir “El Bautismo” y de participar en “La Eucaristía”. La pastoral bautismal está orientada hacia el sacramento de la Eucaristía como plenitud de la consagración del cristiano.

C.-      MINISTERIOS Y CARISMAS

El mandato del Señor de Evangelizar, Bautizar y celebrar la Eucaristía suscita la presencia de determinados servicios en la comunidad eclesial. Si fijamos la atención solo en el “Evangelio” lo notaremos con claridad; no obstante, poco a poco sucede lo mismo con el “Bautismo” y el “Banquete del Señor”.

No olvidemos que la revelación de Jesucristo al Apóstol, no solo es el inicio de la predicación paulina del “Evangelio”, sino que es también el inicio de su apostolado (Gal 1,11-15). Esta afirmación debe ser comprendida no como una oposición entre las dos realidades, sino como una necesaria complementariedad. Por consiguiente, Cristo es el enviado del Padre y su “Palabra” es también la “Palabra” del enviado de Cristo: Pablo, que actúa en su nombre (2 Cor 5,20).

Ahora bien, el “servicio” o el “ministerio” que se le ha confiado al enviado (1 Cor 9,17; Col 1,25) es el del “servicio al Evangelio” o el “ministerio de la Palabra” (Rm 1,9; 2 Cor 3,4). Por consiguiente, Pablo es “servidor de Cristo o “servidor de Dios” o “servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios” ya que se le encomendó el Evangelio al ser “enviado” (1 Cor 1,17; 4,1ss; 2 Cor 6,4; 11,23) y, al mismo tiempo, se le convirtió en “liturgo“  de Cristo (Rm 15,16).

Con el fin de llevar a cabo “la nueva creación en Cristo”, Dios ha hecho dos cosas: Nos ha reconciliado al igual que al mundo consigo en y por medio del misterio pascual de Cristo (2 Cor 5,18). Esto no quiere decir que siempre existirán los apóstoles. La realidad del “apóstol” termina con Pablo, pero “el servicio apostólico” no tiene fin, continuará hasta el fin del tiempo. Este oficio es asumido por los discípulos de los apóstoles, y se va articulando de manera paulatina con el transcurrir de la historia. En 1 Cor 4,17 se puede encontrar una alusión a esta sucesión fáctica que pronto se habría de transformar en formal. Según esto, Timoteo es el representante de Pablo; no enseña una doctrina propia. El Apóstol pide para él a la comunidad de Corinto el reconocimiento y el cuidado por parte de la Iglesia (1 Cor 16,10; 2 Cor 1,13.15; Col 4,10). También se le concede la asistencia del Espíritu Santo, que es el poder y la fuerza por medio de la cual Timoteo adquirirá la capacidad para ejercer bien su ministerio.  De esta manera Timoteo se convierte en “profeta”. Debemos señalar lo siguiente: El elemento profético es constitutivo de la Iglesia, no puede renunciar a ello. Ahora bien, el profetismo es entendido en el Nuevo Testamento como aquél que, puesto por Dios-Padre en su Iglesia, ayuda a descubrir en el presente la voluntad de Dios-Padre en Cristo, y no tanto el anunciador de un incierto mañana. Debe tenerse mucho cuidado con esos movimientos de exaltación carismática que se dicen “poseedores” del Espíritu Santo. El Espíritu se da a la Iglesia para su edificación, no para el bien particular.

A la luz de lo visto someramente sobre la Iglesia en la teología del Apóstol, surgen muchas y variadas interrogantes sobre la pastoral: ¿Qué pastoral para los sacramentos? Al menos, ¿nos hemos planteado el problema? ¿Se está satisfecho con la breve charla pre-bautismal, realizada minutos antes de la administración del sacramento? ¿Qué valor se le brinda en la pastoral al septenario sacramental? ¿La administración de los sacramentos tal como se tiene en la actualidad, significa y lleva consigo un encuentro con el Dios vivo o es simplemente un requisito a llenar en una visión de cristiandad y en vista de una posterior fiesta, pero no precisamente evangelizadora? Si Pablo viviera hoy, teniendo entre nuestras manos las cartas a los Corintos, contestemos la siguiente pregunta: ¿qué pensaría de nuestras Iglesias? ¿Debe continuarse con la praxis de bautizar niños de padres indiferentes?

Una seria reflexión teológica es fundamental para un cambio en la pastoral. Nos hace mucha falta.-

Valencia. Septiembre 15; 2024

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