Caballero de la lengua, andante del espíritu
Gerardo Vivas Pineda:
“Y subida alto en el gran cadalso, como vio el cuerpo de Tirante, el corazón se le quiso quebrantar, y la ira le forzó el ánimo a poder subir sobre la cama y con muchas lágrimas se echó sobre el cuerpo de Tirante… ¡Dejádmele besar muchas veces por contentamiento de mi ánima! Besaba al frío cuerpo la afligida señora con tanta fuerza que se quebró las narices, de las cuales le salió mucha sangre, que los ojos y la cara tenía llena de ella, y todos los que le veían llorar lanzaban muchas lágrimas de dolor y compasión”.[i] De no haber sido por Cristian Álvarez me habría perdido la lectura de ese beso violento, sangrante y lacrimoso, quizás el más apasionado de la literatura registrada al oeste de la Jerusalén pretendida por cruzados y caballeros. Lo conocí cuando, a lomos de la novela caballeresca de procedencia artúrica, él ejercía el Decanato de Estudios Generales en la Universidad Simón Bolívar. A poco de encontrarnos predominaron en nuestras charlas los comentarios sobre el lagrimeo por litros en decenas de aventuras caballerescas. Ambos impartíamos, con diferentes enfoques, estudios generales sobre El Quijote a estudiantes de ingeniería, matemática pura, biología y computación —también hemos sido Quijotes frente al pizarrón—, a los que él añadía cursos sobre Mariano Picón-Salas y libros de caballerías, sus dos pasiones literarias. De allí en adelante conocí un hombre cuya integridad intelectual en el cultivo de las humanidades y el ejercicio del género ensayístico se combinaron con una modestia y un bajo perfil público que nos aturdían por su sencillez silenciosa, mas no desapercibida en su entorno inmediato. Con toda justicia, al cabo de tres décadas largas entregadas al ejercicio literario y su correspondiente siembra docente, Cristian Álvarez ha subido al techo académico —Sillón “W” de la Academia Venezolana de la Lengua—, sin pretender aplausos ni fanfarrias, tan sólo que su obra pase por el tamiz en la mirada del lector.
Nacer para el ensayo.
Hay curiosas coincidencias en la vida y en la historia intelectual de Cristian Álvarez. Roberto Lovera De-Sola publica El ojo que lee en 1992, donde incluye el capítulo “A propósito del ensayo venezolano”.[ii] Ahí no figura Cristian, a pesar de que escribirá penetrantes estudios cercanos a una filología muy personal. En conciso examen del panorama literario nacional Lovera De-Sola clasifica la producción ensayística del país a partir de 1960, pero Cristian era un recién nacido en 1959; no había cómo insertarlo en el acucioso trabajo. Lovera atribuye al género cuatro o cinco variadas tendencias: el ensayo estético, el de ideas, el crítico-literario, el ensayo “a secas”, el investigativo, el de corte psiquiátrico vestido de buena literatura por médicos de profesión —“mucho de lo publicado por Abel Sánchez Peláez son ensayos propiamente dichos”—, en fin, efectúa un registro minucioso de quienes se han atrevido a escribir sin cortapisas ni temores, bañando de libertad su pensamiento.
Pero la ausencia temporal de Cristian Álvarez en el panorama literario desaparecería ese mismo año del Quinto Centenario americano, cuando pronuncia en el Connecticut College estadounidense la conferencia Don Quijote como signo de la Historia de América, luego publicada por la Universidad Simón Bolívar,[iii] sesuda y sentida interpretación del “hombre de frontera” amarrado a la disputa perpetua entre el ser, el estar y el soñar, es decir, la esencia continental del criollo triple-mestizado en quien el plano espiritual enmarca el dilema existencial en permanente conflicto, a veces al extremo de la desgracia. “Esta tragedia —expresa Cristian—, la pugna y tensión entre estas dos visiones caracterizarán también los sucesos posteriores y aun nuestra historia contemporánea”. Dos años antes Álvarez había dado a luz Ramos Sucre y la Edad Media: el caballero, el monje y el trovador,[iv] en cuya introducción declara su propia actitud frente al libro por leer: “Confieso que soy aficionado al estudio de la historia, pero prefiero aún más ese mundo mágico de leyendas, ese mundo mítico que revela que el alma y los deseos y obsesiones del hombre casi son los mismos a través de todas las épocas”.
En ese instante Cristian inicia su andadura intelectual y pública, y conecta con el objetivo final formulado por otros intelectos del pensamiento venezolano y latinoamericano: radiografiar el espíritu, buscar las almas, o sea el humanismo desnudo y puro con proyección mística. Empezando por el mismo Mariano Picón-Salas de sus desvelos productivos, cuya obra completa compila junto con Guillermo Sucre, Cristian reconoce la españolidad de ese merideño en permanente vocería a favor de la constatable “unidad espiritual del mundo español”.[v] Como emulando al Alonso Quijano aburrido pero inconforme, el signo quijotesco de América inaugura el aporte literario e historiográfico de Cristian Álvarez a la cultura finisecular, de la mano con aquellas otras mentes anteriores y múltiples en el sentir humanístico y venezolanista. Cristian permanecía generacionalmente fuera de la órbita ensayística del también académico Roberto Lovera De-Sola, pero ahora, codo con codo en la Academia, quizás prueben intercambios y redacciones de sueños quijotescos en ese género llamado ensayo que el neo-académico abona y cultiva esparciendo una sal metafísica en sus escritos.
El resto de la obra: un humanismo místico.
En pleno viraje electoral de la Venezuela ansiosa e históricamente descuidada, Cristian Álvarez publica en 1999 Salir a la realidad: un legado quijotesco.[vi] La primera parte, titulada con acierto “La herencia”, incluye el ya comentado signo quijotesco en la historia de América, sumando comentarios sobre Ramos Sucre y Picón-Salas. De este último Cristian realiza una glosa final para coronar el subcapítulo “Escribir en la Tierra de Gracia”, donde el amor por la belleza del arte y la naturaleza contrarrestan “la desaforada historia del siglo XX”. En el volumen también chisporrotean Jorge Guillén, Jorge Luis Borges, Guillermo Sucre, pero es el epígrafe “Libros sobre la infancia” acerca de “una plenitud que se tuvo” lo que más enamora a los ojos espectadores. Agradece el lector la oportunidad de regresar a la niñez lectora, donde lo único carente de plenitud eran la baja estatura y los pantalones cortos.
Por otra parte, tratándose de totalidad humana trascendente, en La “varia lección” de Mariano Picón-Salas: la conciencia como primera libertad, publicada poco después en México,[vii] hay un sugerido encuentro de intelectuales convocados por Cristian alrededor de una mesa gigantesca, no necesariamente redonda como la del rey Arturo y sus heroicos caballeros, sino poliédrica y vibrante, adaptada a una diversidad de pálpitos en derredor de la cultura secular y el arado del espíritu con sus elementos constitutivos. Más de 130 autores citados o parafraseados a partir del desglose humanístico marianista exigen lecturas consecutivas, no por una densidad conceptual impenetrable, sino por la fruición lectora de quien se atreve a degustar el plato del ensayo sin límites estéticos.
Proliferan páginas cuyas cuatro quintas partes corresponden a notas al pie, especie de segundo volumen paralelo por si acaso alguna insatisfacción lectora exige más plato fuerte para consumir. En tono interpretativo mayor del ensayo sobre Picón-Salas, la exploración de una espiritualidad históricamente protagonizada por algunos santos, entre muchos otros seres puros, resulta estorbada por endemoniados, —Robespierres, Lenins, Mussolinis, Hitlers o Stalins— empeñados en imponer inmóviles ideologías tornadas en exclusivas doctrinas genocidas, propugnadas por una insepulta galería demoníaca al comienzo del tercer milenio. Ante la amenaza totalitaria, don Mariano propone “que el sentido ecuánime de una conciencia en ejercicio apunte hacia la necesaria traducción de los valores de justicia y equidad en la realidad, pero, eso sí, sin que ello pueda menoscabar un ápice la libertad responsable del hombre”. Es la base ideológica sobre la cual se abre el camino hacia la meta espiritual, una constante en los textos de Álvarez y sus autores preferidos.
Cuatro ensayos componen el volumen Diálogo y comprensión: textos para la Universidad,[viii] publicado en medio de las tensiones políticas del siglo recién abierto a la nación y a la Universidad Simón Bolívar, mientras Cristian continúa llevando en ristre sus lanzas quijotescas a caballo de la convulsa realidad venezolana. Antes de asumir la dirección de la editorial universitaria Equinoccio, pone todo su esfuerzo en crear la carrera de Estudios y Artes Liberales en La Simón, justo cuando Hugh Thomas, el célebre hispanista británico y miembro de la Cámara de los Lores, dice en una ponencia sobre las letras caballerescas: “Yo mismo he pasado gran parte de mi vida pretendiendo ser un caballero español”.[ix] A Cristian no le hace falta proclamarlo públicamente: la caballería andante es su fervor intelectual, mientras lucha durante veinte largos años contra la resistencia de las autoridades a levantar la carrera humanística, síntoma de un país en visible disolución institucional. Apunta a la reconciliación deseada pero insegura, al diálogo entrecortado pero libre —Mariano Picón-Salas y Josef Pieper presentes una vez más—, el respeto al disentir, el reconocimiento al otro donde esté y como esté, la mancha pegajosa del resentimiento, el estridente mal olor del populismo destructor de la convivencia, la discusión ética y el envanecimiento de los “yos”.
La misma Sartenejas barutense recibe de Cristian su ¿Repensar (en) la Universidad Simón Bolívar?,[x] donde resume, no más comenzar, el medular humanismo, pues “resulta esencial para la persistencia de la institución y su objetivo fundamental, así como para la nación a la que sirve”. Ese persistir institucional, tan sólido durante décadas en la Sartenejas que durante los años 60 desarmó una plaza de toros bravos para desarrollar un campus universitario de 90 hectáreas, nos suena a hojarasca cuando una vez al año concurrimos a declarar la fe de vida para airear nuestra exangüe jubilación, encontrándonos la devastación provocada por el abandono oficial en lugar de los jardines e instalaciones antaño tan admirados. No obstante el desamparo repartido por el campus, el espíritu uesebista continúa planeando sobre techos de tejas, volando sobre árboles insepultos que se niegan a entregar sus almas verdes.
Revelación y coincidencia.
En esta ocasión incumplí con el propósito de no hablar, mientras redacto, al autor bajo mi reseña, pero me excuso porque la amistad propone complicidades inevitables. Convencido del carácter místico de su humanismo, pregunté a Cristian si sabía de alguien que hubiese utilizado anteriormente tal concepto. En segundos me envió “El humanismo místico de María Zambrano”, por Bartolomé Lara Fernández.[xi] Una epifanía inesperada me golpeó la cara con un puñetazo inmaterial, pleno de profundidades luminosas. Lara Fernández desglosa tal humanismo en la Zambrano, su permanente toque a lo insondable cercano, la idea conocida por la historia como espíritu, tan despreciada por el materialismo. Yo, sin saber de usos previos y sin decírselo, había endilgado a Cristian Álvarez una categoría muy propia de su obra, de su vida intelectual, de su ejercicio universitario y de su práctica cristiana. María Zambrano —Premio Cervantes 1988, mujer henchida de barroco existencial—, herida por la guerra civil y expulsada de su tierra española, construyó una obra filosófica y poética donde almas multicolores insisten en expresar su perpetuidad ante las descreencias de los hombres. No necesité más convencimiento. Irrumpía así el humanismo místico para aplicarle al Cristian académico.
Recordé el arrebato de la novela ejemplar cervantina La fuerza de la sangre donde Rodolfo, al pegar su boca a los labios de la desfallecida Leocadia, “estaba como esperando que se le saliese el alma para darle acogida en la suya”.[xii] Es el ánima a la que Cristian apunta el dedo para ensayar su opinión sobre un intelectual experto en analizar espíritus nacionales, el Mariano Picón-Salas empecinado en “buscar las rutas de la conciencia”. Gracias a Cristian me quité la tentación de aplicar un cursi como nota a esos episodios donde los llantos pastoriles remedan fuentes desbordadas.
En la novela de caballerías el sueño medieval refundido en deseo renacentista rehúye la razón, pues todavía espera los escarceos experimentales para instituirse en pensamiento de avanzada. Hambres, pestes y guerras persuaden al campesino, al villano, al fijodalgo, al noble y al rey en busca de lo maravilloso, restauración a partir de las calamidades repartidas por doquier en feudos y señoríos. Se erige una ficción suprema de papel y recorre los pasos de armas en la España reconquistada por el caballero, actor pretendiente de lo sublime. Encarna la irrupción del sueño compensatorio que, en palabras de Viña Liste, exhorta al soñador a ser otro ser, a buscar una otredad más alta y grandiosa en una itinerancia inacabable,[xiii] empresa sólo posible entre almas mirando hacia arriba. Personifica, a mi entender, el humanismo místico donde Cristian Álvarez tañe la vihuela principal, como caballero andante que, además de arrebatar yelmos dorados, canta el romance Suelen las fuerzas de amor / sacar de quicio a las almas…, cual Quijote contento por enseñar el otro lado de la respiración a los duques, dueñas, doncellas y felinos maliciosos que le arañan el rostro, pero no hieren su alma mientras sueña (II, 46).
Quizás no sea entonces una forzada casualidad que al nacer Cristian en 1959 la canción Dream Lover de Bobby Darin hubiese vendido millones de copias en todo el mundo, como anunciando la universalidad del hombre a caballo sobre su ideal espiritual rebosante de corazonadas y ensoñaciones. Con frecuencia lo llaman Quijote, aunque sus andanzas permanezcan desleídas. VALE.-
Publicado en el Papel Literario de El Nacional.
[i] Libros de caballerías españoles: El Caballero Cifar, Amadís de Gaula, Tirante el Blanco, estudio preliminar, selección y notas por Felicidad Buendía, Aguilar Ediciones, Madrid, 1954, pp. 1.712-1.713.
[ii] Roberto Lovera De-Sola, El ojo que lee, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1992, pp. 265-280.
[iii] Cristian Álvarez, “Don Quijote como signo de la Historia de América”, Estudios: Revista de Investigaciones Literarias, año 3, N° 6, Universidad Simón Bolívar, Caracas, 1995, pp. 117-137.
[iv] Cristian Álvarez, Ramos Sucre y la Edad Media: el caballero, el monje y el trovador, Monte Ávila Editores, Caracas, 1ª edición 1990, 2ª edición 1992.
[v] Mariano Picón-Salas, De la Conquista a la Independencia y otros estudios, Monte Ávila Editores, Caracas, 1990, introducción de Guillermo Sucre, notas y variantes de Cristian Álvarez, pp. 90 y 95-96.
[vi] Salir a la realidad: un legado quijotesco, Monte Ávila Editores Latinoamericana – Equinoccio, Caracas, 1999.
[vii] La “varia lección” de Mariano Picón-Salas, Abediciones UCAB, Caracas, 2021, 1ª edición Universidad Autónoma de México, 2003.
[viii] Diálogo y comprensión: textos para la universidad, Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, Sartenejas, 2006.
[ix] Hugh Thomas, “La Casa de la Contratación: novelas caballerescas-acciones caballerescas”, Antonio Acosta Rodríguez, Adolfo González Rodríguez y Enriqueta Vila Vilar (coords.), La Casa de la Contratación y la navegación entre España e Indias, Universidad de Sevilla-C.S.I.C.-Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 2003, pág. 1.603.
[x] ¿Repensar (en) la Universidad Simón Bolívar?, Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, Sartenejas, 2015.
[xi] Bartolomé Lara Fernández, “El humanismo místico de María Zambrano”, Proyección LXIX, (2022), 247-264.
[xii] Miguel de Cervantes, “La fuerza de la sangre”, Obras Completas, Editorial Castalia, edición de Florencio Sevilla Arroyo, Madrid, 1999, pág. 600.
[xiii] José María Viña Liste (ed.), Textos medievales de caballerías, Ediciones Cátedra, Madrid, 1993, pp. 17 y 51-52.