Creados libres
Tampoco podemos gritar “¡Libertad! ¡Libertad!” a nuestro propio corazón, es más fácil gritarlo ante un amo que nosotros mismos reconocemos como tal, ¡vaya drama!
Bernardo Moncada Cárdenas:
Una de las prerrogativas que más reclamamos en el mundo de hoy es la Libertad. Libertad, pensada como Libertad de acción, de pensamiento, de expresión, de movimiento… Las libertades (así, en plural) son concebidas como derechos; derechos que se nos “otorgan” -pudiendo también sernos negados- desde el poder. Es decir, la Libertad (o las libertades) nos parecen estar, paradójicamente, sujetas a la voluntad del poder.
Una libertad así concebida, ¿puede ser verdaderamente libre? Una libertad que necesita ser conquistada, o arrancada violentamente, de las manos del poder, ¿puede considerarse libertad?
Una libertad, así pensada, no es libre. Pensemos un poco: La libertad es, básicamente, lo opuesto a la necesidad (a “lo que tiene que ser”), es positivamente la “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.” Claro que hay también una definición que llamo negativa: “Estado o condición de quien no es esclavo”. Nótese la diferencia entre una facultad y una condición o estado. La primera, la facultad, es una “Aptitud, potencia física o moral”; la segunda es la “Situación en que se encuentra alguien o algo”. La facultad nos es inherente, innata; no así la condición o estado.
La verdadera libertad, la inherente, es la más deseable de nuestras escaseces: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida», leemos en el capítulo 58 de El Quijote.
Sin embargo, como escribió otra gran referencia de la literatura universal, Franz Kafka: «Tememos a la libertad y a la responsabilidad y cada uno prefiere ahogarse detrás de los barrotes que él mismo se ha construido.»
¿Tememos a la libertad por la gran responsabilidad que ella entraña? No nos sorprendamos, pues una cosa es objetivar la libertad, como un bien externo al que podemos aspirar sin jamás conquistarlo realmente, y otra es enfrentarnos con la posibilidad de ser real y libremente nosotros mismos, sin excusas, ante la realidad. No parece fácil.
Tampoco podemos gritar “¡Libertad! ¡Libertad!” a nuestro propio corazón, es más fácil gritarlo ante un amo que nosotros mismos reconocemos como tal, ¡vaya drama!
¿Podemos, entonces, ser esclavos, aunque nuestra condición objetiva, adjetiva, sea la de “libres”, o, por lo contrario, ser libres, aunque por años, como a San Juan de La Cruz, hombre libre como él solo, nos encierren en una celda?
Mientras concibamos la libertad como ese poder-hacer-lo-que-nos-viene-en gana, sin el temible compromiso de la responsabilidad inherente, y mientras la veamos como un bien que otro nos arrebata y nos adeuda, y no como esa facultad innata que podemos o no ejercer independientemente de nuestra situación, no habrá “liberación” que no esté entre comillas.
Nuestra libertad no está en las libertades; es una sola, no está fuera de nosotros mismos, y es la única capaz de sacudir el cascarón opresivo de una historia que se repite. «Lo que usualmente permanece intacto en las épocas de petrificación y ruina predestinada es la facultad de la libertad en sí misma, la pura capacidad de comenzar, que anima -escribe Hannah Arendt- e inspira todas las actividades humanas y constituye la fuente oculta de la producción de todas las cosas grandes y bellas.»
Hemos sido creados libres, como con un deseo y una realidad impresas en nuestro corazón, los cuales, desde niños, aunque luego la pensemos de otra manera, deberían llevarnos a cumplir con ser libres verdaderamente, es decir, ser “nosotros mismos” sin depender de algo ni de alguien, como niños, ante la realidad.
Solamente siendo libres así podemos contribuir a esa “pura capacidad de comenzar”, la facultad que permite que las cosas, para nosotros o para todo un pueblo, no necesariamente sean “lo que tiene que ser”.-