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El Día del Señor

“Sin el día del Señor no podemos vivir. Lo que es del Señor no puede omitirse”

 

Nelson Martínez Rust:

 

Transcurría el año 304. El lugar: el norte de África. El emperador reinante: Diocleciano. Circunstancias del momento: se perseguía ferozmente a los cristianos. En esta situación unos funcionarios romanos sorprendieron a un grupo, como de cincuenta cristianos, que celebraban la Eucaristía en una de sus casas. Los arrestaron por transgredir la normativa vigente. La transcripción del debido proceso que se les siguió ha llegado hasta nuestros días. El procónsul romano, dirigiéndose al presbítero Saturnino lo increpa: “Has actuado contra la orden de los emperadores y césares al congregar aquí a toda esta gente”. El redactor cristiano señala que la respuesta del presbítero fue inspirada por el Espíritu Santo: “Hemos celebrado con toda seguridad – “securi” – lo que es del Señor – “dominicus” -”. Destaco las expresiones latinas: “dominicus” = “lo que es del Señor” = “lo que Dios quiere que se haga” y “securi” = “somos poseedores ciertos” = “cumplimos con un precepto divino” -. Aquellos cristianos sabían y estaban firmes y seguros en lo que Dios quería y ellos lo acataban.

En latín la palabra es “dominicus” = “las cosas de Dios”, es una palabra polivalente pero que en esta ocasión designa “el día del Señor”, y que, dadas las circunstancias en las que se pronuncia, remite también al contenido de la misma: al sacramento del Señor: al memorial de su pasión, su muerte, su resurrección y su ascensión y, por consiguiente, a su permanencia real en la Eucaristía. El procónsul romano insiste y exige una explicación del hecho punible. A lo que el sacerdote responde de manera sorprendente y serena: “Lo hemos hecho porque no podemos omitir lo que es del Señor”. Con estas palabras el sacerdote recoge y certifica la fe de aquellos primeros cristianos: Que “el Señor – Dios – está por encima del señor terreno – el emperador –“. Primero está Dios por sobre todas las cosas, después los hombres – el Emperador -. Esta conciencia, la de cumplir la voluntad de Dios, dio al sacerdote la “seguridad– “la certeza” = “securi, cuando era evidente la total inseguridad y desamparo exterior de la pequeña comunidad cristiana.

La respuesta que dio el dueño de la casa, Emérito, en donde se celebró la Eucaristía es todavi’a mucho más contundente y maravillosa. A la pregunta del “por qué” permitió la reunión en su casa, contesta que los reunidos eran “hermanos” = “la Iglesia” a los que no podía cerrar las puertas. El procónsul insiste diciéndole que debía haber negado la entrada. A lo que el dueño responde: “Quoniam sine dominico non possumus= “Porque no podemos vivir sin celebrar el día del Señor, sin la conmemoración del misterio del Señor” -. Aquel cristiano señalaba la necesidad que tenían los cristianos de “celebrar” la Eucaristía. A la voluntad del César se opone el claro y decidido “no podemos” de la conciencia cristiana. Este acontecimiento recuerda el “no podemos callar” del anuncio cristiano que habían alegado Pedro y Juan para incumplir el silencio impuesto por el Sanedrín (Hch 4,20).

 

———- O ———-

 

Es posible que, al leer el texto ante citado, al lector le invada la nostalgia y la melancolía. Se deben superar dichos sentimientos. He traído a la memoria lo narrado porque, en función de esa vivencia de la cual gozaron aquellos hombres y mujeres, hermanos nuestros en la fe, pienso que pueden ser tomados estos acontecimientos – no para copiarlos hoy – sino  como, y a la manera de, un paradigma que, me permite no solo revivir con respeto y admiración la vida de fe de la primitiva Iglesia en momentos difíciles sino también porque me brinda la ocasión de examinar la postura de los cristianos de hoy en día con respecto a “El Día del Señor” en parecidas circunstancias.

La nostalgia, la melancolía, el hastío por el vivir nacen cuando en el corazón del hombre en eso que se ha dado por calificar de “la civilización posmoderna” no se encuentra una razón válida para vivir. Nace de la ausencia o carencia de alguien o de algo o cuando ya no se tiene una ilusión o una razón; entonces se anida en él el sentimiento de impotencia, de insatisfacción, de frustración, porque la sensación que se tiene es de que todo se ha perdido. De que aun aquello en lo cual en algún momento se creyó, también se convirtió en falsedad, en fuego fatuo. Ante esta realidad se enardece el sentimiento de tanatos = de la muerte. ¿Acaso no será esto lo que acontece en nuestro mundo “civilizado” occidental? ¿Acaso no será eso lo que en parte se oculta detrás del sangriento éxodo de venezolanos? = ¿La frustración, la impotencia, la sinrazón de la vida, la pérdida de toda motivación?

Ciertamente que la crisis que se vive no se inicia en años recientes. Se inició en el momento en el cual el fiel cristiano dejó de sentir la necesidad, la novedad y el deber interno de celebrar el “día del Señor” – el domingo -. En ese momento el domingo deja de ser una necesidad nacida del amor, del necesario contacto con el amado para concebírsele como un precepto eclesial, como una burda obligación impuesta, como una necesidad externa de satisfacer, no se sabe qué cosa, que se acorta cada vez más, como una más entre todas las demás obligaciones y mandamientos que vienen impuestos al ser humano de afuera pero que no se sienten ni mucho menos se viven, porque nacen de un mandato frío y carente de alma y de certeza en lo que se manda, porque ya el domingo no dice nada sobre Dios ni de Dios, ni del descanso, ni del hombre…de nada. Y así, el domingo manifiesta la carencia – miseria – de nuestra civilización. De esta manera se llega al momento en que solo se ve la carga del deber, de la obligación que impone la Iglesia de asistir durante una hora o media hora a un rito extraño, que no dice nada, incomprensible y tremendamente aburrido, para luego desembocar en un rechazo comprensible.

El original sentido del domingo se ha degradado tanto que el cristiano se pregunta si “El día del Señor” es realmente hoy un tema importante, si en el mundo actual amenazado por el peligro de una gran conflagración mundial, por los problemas sociales y económicos vale la pena “perder” tiempo en la asistencia a un rito incomprensible. Inclusive los mismos sacerdotes se preguntan: “¿Qué buscamos con la celebración eucarística dominical? ¿No será acaso la simple supervivencia de una “asociación” – llamada “Iglesia” -? ¿o un pretexto para conservar la “profesión”, que ya no es “entrega” ni “servicio” “¿O es el cumplimiento de un mandato que ni siquiera él entiende? ¿Acaso no sería mejor distribuir alimentos, libros, ropa? De esta manera se ayudaría a solucionar algunos problemas.

Si se quiere tomar conciencia de la gravedad de la crisis del cristianismo actual, el mejor termómetro sería observar la vivencia del domingo en donde se celebra el misterio central de la fe: “La Pascua del Señor”. Conduciría a la profundidad del verdadero problema por el cual transita la comunidad eclesial y el mundo en su totalidad: la total ausencia de Dios, aun en aquellos que se dicen “cristianos”. En el domingo, en esta realidad, el cristiano encuentra muy poco o nada.

Deseo dar respuesta a mi inquietud. Dentro de la autocrítica que he tratado de formular, no puedo olvidar que, también hoy en día, muchos cristianos responden desde la más íntima convicción: “Sin el día del Señor no podemos vivir. Lo que es del Señor no puede omitirse”.

Detrás del problema planteado late una doble inquietud inconsciente, mucho más profunda: El problema principal: 1º.- ¿Qué significado tiene Cristo hoy? ¿Qué significa Él para mí? ¿Cómo irrumpe en mi vida? ¿Cómo encontrarlo y vivirlo? y un segundo problema secundario y en dependencia del anterior: 2º.- ¿Qué es la Iglesia? ¿Acaso es una asociación – ONG – o de verdad es “el proyecto de Dios de cuya realización depende el destino feliz del mundo”? Se debe recordar que ya en la época del Nuevo Testamento (Hch 10,25; 1 Cor 11,17-34) se daban casos de lamentable deficiencia en la celebración dominical; y si me traslado un poco más acá en el tiempo, encuentro, en los “Padres de la Iglesia”, que la lamentación era una constante. Por lo tanto, creo que, en la actual industria del ocio en los países desarrollados y la frustración en los países tercermundistas, el verdadero motor que se encuentra, de manera incomprendida y la mayor parte de las veces ignorada voluntariamente, es la nostalgia por lo que aquellos mártires llamaron “dominicus”. En otras palabras, el mundo está sediento – anhela – encontrarse con lo que anima su intimidad más profunda – el alma -, la búsqueda de aquello que los primeros cristianos recibieron y hoy también pueden recibir en el domingo. Mi pregunta es doble: ¿Cómo puede la Iglesia reencontrarse con el Dios de la creación y de la vida? y ¿cómo puede el sacerdote de hoy encontrarlo para poder darlo? Antes de brindar “aparentes soluciones”, deseo hacer algunas aclaratorias.

I.-     ¿Qué teología subyace en el “Día del Señor”?

         A.-    Punto primero

La celebración del domingo se apoya en una fórmula tomada del Nuevo Testamento, que el Credo la incorporó a su cuerpo doctrinal: “Resucitó al tercer día según las Escrituras” (1 Cor 15,4). La Tradición tomó en consideración dicha expresión y la guardó junto con la del sepulcro vacío y las primeras apariciones del Resucitado. De la misma manera también recordó que el día tercero era el día anunciado por las Escrituras – Antiguo Testamento – para el acontecimiento de la Resurrección. De esta manera la expresión “tercer día no solo brinda una interpretación al Pentateuco sino también guarda el recuerdo concreto de la fecha.

En los relatos de la alianza del Sinaí, se encuentra la expresión “el tercer día” para indicar el día en el que Dios se manifiesta a su pueblo en medio de la teofanía celeste. De esta manera, la expresión “al tercer día” enseñaría que la resurrección de Jesús es la “alianza definitiva”, “manifestación definitiva”, “la entrada definitiva” de Dios en la historia humana, que la historia, desde ese instante, tiene un sentido y una claridad dada por Dios, que tiene una dirección, que no es el producto del capricho de los dioses – como los griegos -. De esta manera la Resurrección significaría que Dios ha manifestado su poder en la historia; significa que Dios es el que verdaderamente actúa en el mundo, significa que la ley universal de la muerte, ya no tiene vigencia, no es el poder definitivo del mundo ni su última palabra. Que no hay porque afligirse. Satanás, por intermedio del pecado del hombre, trató de poner a Dios y a su creación en ridículo, en evidencia al mostrarlos como mentirosos; quiso enseñar que la creación no era buena, que solo servía para la muerte. La Resurrección significa que Dios es más poderoso que el pecado. De esta manera Dios pronuncia una vez más su “vio Dios que todo era bueno” a la creación, así como lo pronunció en el acto de la creación inicial (Gn 1,1-31).

B.-    Punto segundo

Existe una profunda conexión entre el domingo cristiano y la fe en la creación. En efecto, “el tercer día” después de la muerte de Jesús, que se habría de convertir en el primer día de la semana, es el día de la nueva y definitiva creación. Esta expresión se esclarece y alcanza su profunda significación contrastándola con el libro del Génesis en los pasajes de la creación y la caída (Gn 1,1-31 y 3,1-24). Ahora bien, si se mantiene la integridad y concreción en la fe en la resurrección enseñada en el Nuevo Testamento, entonces el domingo y su significado no pueden encerrarse solo en un acontecimiento histórico, ocurrido en un tiempo pasado, conmemorado por la comunidad cristiana y la celebración pascual. Digo esto porque no se puede olvidar que por medio de la resurrección está en juego la totalidad de lo creado, toda la creación: en el pasado, presente y futuro. En el “primer día”, que los cristianos llamarán posteriormente “octavo”, toda la creación es restaurada en el acontecimiento de la resurrección y no solamente la realidad del hombre. De esta manera no debe separarse el Antiguo del Nuevo Testamento, concretamente en la interpretación del domingo – él es la nueva creación que ya ha comenzado -. La fe en la creación y en la resurrección no se pueden disociar y mucho menos en la confesión de la fe cristiana. La primera creación está en función de la resurrección como segunda y definitiva creación.-

(Continuará la reflexión)

 

Valencia. Octubre 20; 2024

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