Silencio
Alicia Álamo Bartolomé:
Se puede escribir mucho sobre el silencio, pero quizás el mejor homenaje a éste sea callar… Callo… Pausa… Sigo callada… Silencio… Pero quiero escribir sobre el silencio, ¿y cómo se puede escribir sin hablar? Justamente, escribir es poner por escrito lo que se habla, lo que se piensa, lo que se reflexiona. Se puede hacer todo esto sin romper el silencio. Se escribe para sí mismo, ¿pero es verdad? Creo que se escribe, aun en el silencio íntimo, pensando en un hipotético lector, así sea para el futuro. Algún día, alguien leerá mis ideas. Entonces, escribo…
En la conversación, como en la música, esos compases silenciosos son indispensables. Creo que el fumar se puso tan en boga porque, en este mundo lleno de prisas, la ceremonia de encender un cigarrillo detiene el tiempo y crea el espacio para decidir una contestación: una dosis de maligna nicotina para los pulmones, a cambio de una casual ayuda cerebral. Contrastes y contradicciones de nuestro quehacer humano.
En música, los silencios crean tensión y belleza. Se detiene una melodía y hay unos segundos de espera para que se insinúe suavemente o estalle otra. O bien es el acompañamiento que de repente interrumpe su rítmico brío, un suspenso, casi se detienen las pulsaciones cardíacas de los oyentes y vuelve el sonido vibrante que deshace las tensiones.
La música es eso: un contraste de vibraciones y silencios.
Pero hay otros silencios, a veces desoladores, aplastantes, como el de la pareja matrimonial que ya no se entiende, pero sigue en convivencia muda. Ese par no supo sublimar el apasionamiento del amor primero hacia niveles espirituales y fecundos. Hacer del matrimonio lo que aquel rudo pero acertado hombre decía: el matrimonio es como los zapatos, nuevos son bonitos, pero aprietan; viejos pierden la lozanía de la juventud, pero resultan cómodos. La belleza está en el espíritu, en haber aprendido a entenderse y complacerse, por encima de canas y arrugas. Lo terrible es la soledad en compañía, donde los esposos sólo se cruzan monosílabos cargados de fastidio.
Hay el silencio de la incomprensión. Cuando el científico no encuentra respuesta ni apoyo económico para su investigación; o del artista o del creador de nuevos caminos culturales. Silencio de los patrocinadores o mecenas. O de un Estado inmune a lo que no sea político o económico.
Silencio de los padres que no comprenden o no quieren la vocación del hijo, se niegan a opinar, a aconsejar con mente abierta, pero se desbordan en improperios contra instituciones respetables que acogen esa vocación.
Silencio irresponsable y cómodo de quienes no denuncian situaciones anómalas de abusos contra víctimas indefensas. Silencio culpable de los que callan una verdad en defensa de turbios intereses o impiden la actuación de la justicia. Silencio egoísta y mezquino de quienes callan las virtudes del prójimo, pero propagan sus debilidades.
Silencio culpable de los venezolanos si callamos en esta hora crítica de nuestra nación. Silencio más o menos grave si callamos por miedo a las represalias, la persecución, la cárcel o la muerte. Hay que arriesgar. Lo que está en juego no es un simple cambio político sino el futuro del país. No podemos quedarnos mudos cuando la mayoría del pueblo votó contra un régimen dictatorial y caduco que espuriamente, sin pruebas, pretende perpetuarse en el poder. No. Si hablamos claro en las urnas electorales, es nuestro derecho y deber defender estos resultados. Todos al frente tras la vehemencia inspiradora de héroes de un liderazgo indiscutible, tanto la juventud, como la madurez y la vejez.
Espero mucho de la juventud, de su brío, de su ímpetu. No concibo una juventud cobarde. Juventud es audacia y decisión. Los jóvenes son capaces de emprender misiones imposibles y realizar hazañas. ¿Cómo gastó su juventud Simón Bolívar? Un mes antes de cumplir los 41 años ganó la batalla de Carabobo y la independencia de Venezuela.
No espero menos de la madurez. En ésta la experiencia abre paso a la prudencia. Su táctica es la de la espera y el momento, Al lado de los ímpetus juveniles que pueden desbordarse, la madurez despliega cinturones de seguridad que controlen la temeridad y aseguren el triunfo final. La madurez no se precipita, pero tampoco frena.
La vejez. ¡Ah la vejez no se dé por olvidada, desechada, puesta a un lado! Los ancianos tienen voz y voz potente: ¡han vivido! Controlan la historia. No pueden callar. Desde la reclusión, la silla de ruedas o el eterno sillón, todavía tienen la capacidad de clamar, en muchos casos, escribir y, siempre, orar.
En esta hora crítica de nuestra historia, la ausencia de voz del pueblo venezolanos sería un silencio culpable
Pongamos el futuro de Venezuela en manos de Dios, pero ayudemos con nuestro apoyo entusiasta a quien ha sostenido la real oportunidad de un cambio y ha sabido mantenernos en alto la esperanza: ¡María Corina Machado!.-
16 octubre, 2024/El Impulso