Mons. Fernando Chica Arellano, Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA:
Introducción:
Estas reflexiones buscan ser un modesto acercamiento a un tema de primera importancia: el relativo a la conexión entre dos fenómenos que afectan particularmente a la realidad so-cioeconómica y ambiental actual, la globalización y los residuos.Antes de detenernos en la investigación de las consecuencias derivadas de su interacción, mencionadas por el Papa Francisco cuando se refiere a la globalización de la indiferencia y a la cultura del descarte, es preciso encuadrar brevemente estos dos conceptos, para luego razonar juntos sobre cuáles podrían ser los “antídotos” a sus nefastas consecuencias sobre la humanidad, y sobre lo que la Santa Sede propone a través de su acción diplomática multilateral en el seno de la Familia de las Naciones para asegurar la salvaguarda de la convivencia pacífica entre los pueblos y las personas1.1. La realidad de la globalizaciónEl fenómeno de la globalización es, en sí mismo, relativamente reciente, ya que comenzó a gestarse en las últimas décadas del siglo XX, cobrando luego una importancia primordial con la caída del Muro de Berlín, cuando experimentó una aceleración vertiginosa y puso de manifiesto toda su virulencia en los años de los pontifica-dos de Juan Pablo II, primero, y, después, de Benedicto XVI.1 Estas reflexiones forman parte de la lección impartida por el autor, el 5 de mayo de 2023, a los alumnos del Magister en Doctrina Social de la Iglesia. Reflexión y Vida patrocinado por la Universidad Finis Terrae (Santiago de Chile), Universidad Anáhuac (México), Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma), y la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid).
Los estudiosos han tratado de ilustrar este proceso con múltiples definiciones. Algunas de estas son de carácter general2, otras desta-caron su vertiente económico-financiera primaria3, otras el efecto de carácter sociocultural4 y el impacto en los estilos de vida de las personas5. En todo caso, se trata de un fenómeno muy complejo, que ha influido fuertemente en la vida y la identidad de las perso-nas. Fue implícitamente identificado por Pablo VI6, posteriormente mencionado y desarrollado en numerosos discursos y documentos de Juan Pablo II7, recogido magistralmente en el Compendio de la 2 La globalización ha sido definida como el estrechamiento de distancias a gran esca-la, implicando la existencia de redes de interdependencia a nivel global y refiriénd-ose a los lazos e interconexiones que progresivamente se han ido creando entre Estados y sociedades de la economía mundial (cf. C. Esposito, Istituzioni econo-miche internazionali e governance globale, Giappichelli, Torino 2009, 32). Keohane la entendió como «el proceso por el cual el globalismo (es decir, un estado del mundo que implica redes de interdependencia a distancias multicontinentales) se vuelve cada vez más intenso»
(R.O. Kehoane – J.S. Nye Jr., Introduction, in J.S. Nye Jr. – J.D. Donahue (eds.), Governance in a Globalizing World, Brookings Institution Press, Washington D.C. 2000, 7). Mientras que según Tabb es «el proceso por el cual los eventos, decisiones y actividades en una parte del mundo tienen con-secuencias significativas para individuos y comunidades en lugares físicamente distantes» (W.K. Tabb, Economic Governance in the Age of Globalization, Columbia University Press, New York 2004, 41).3
Entendieron la globalización como la «integración de las economías nacionales a la economía internacional a través del comercio, la inversión extranjera directa (por corporaciones y multinacionales), flujos de capital a corto plazo, flujos inter-nacionales de trabajadores y personas en general, y de tecnología» (J. Bhagwati,In Defence of Globalization, Oxford University Press, Oxford 2004, 3). Fazio la reco-noce centrada en la capacidad de extender el capitalismo, apoyándose en el libre mercado, es decir, en la posibilidad de emprender, fundar nuevos negocios, co-mercializar libremente productos. Cf. A. Fazio, Globalizzazione. Politica economica e Dottrina sociale, TAU, Todi 2008, 53-61.4 Para un análisis en profundidad de las consecuencias que la globalización ha pro-ducido sobre la cultura, véase Z. Bauman, Globalization. The Human Consequences, Polity Press-Blackwell Publishers Ltd., Cambridge-Oxford 1998. El autor repasa la polarización de las experiencias humanas derivadas de la globalización, que ha generado una situación homogénea de agudas incertidumbres, angustias y miedos existenciales.5 Piénsese en Held y McGrew, quienes destacan la dimensión social de la globali-zación, precisando que es el proceso en el que se transforma la organización espa-cial de las relaciones y transiciones sociales, generando redes transcontinentales o interregionales de interacción y ejercicio del poder.
Cf. D. Held – A. McGrew, Introduction, in D. Held – A. McGrew (eds.), Governing Globalization,Polity Press, Cambridge – Oxford – New York 2002, 1-2.6 Cf. Pablo VI, carta encíclica Populorum progressio (26 de marzo de 1967), n. 61.7 Juan Pablo II, carta encíclica Sollicitudo rei socialis (30 de dicembre de 1987), n. 43; Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, n. 3; Discurso a los miembros de la Fundación «Centesimus Annus» (9 de mayo de 1998), n. 2; exhortación apostólica Ecclesia in America, n. 20; Discurso en la Audiencia de la ACLI (27 de abril de 2002), n. 4; Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003, n. 5; Discurso a la Academia
Globalización y desperdicio
Doctrina Social de la Iglesia8, profundizado, también en sus implica-ciones antropológicas, por Benedicto XVI9, especialmente en la car-ta encíclica Caritas in veritate10, y luego usado por el Papa Francisco muchas veces11.La complejidad de la globalización también puede verse en la dificultad de su evaluación completa, ya que numerosos juicios emitidos en su favor son a veces muy divergentes, cuando no fuer-temente opuestos. De hecho, hubo quien valoró este proceso muy positivamente12, creyendo que, gracias a una mayor integración económica mun-dial, los países en desarrollo podrían beneficiarse de él, utilizando Pontificia de las Ciencias Sociales (27 de abril de 2001), n. 4;
Discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales (11 de abril de 2002), n. 3.8 Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 361-367.9 Cf.Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2008); Mensaje para la XLII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2009).10 Cf. Benedicto XVI, carta encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), n. 42.11 En la encíclica Fratelli tutti aborda este tema en repetidas ocasiones con gran altura de miras.
Por ejemplo, en el n. 100, dice el Papa: «Hay un modelo de globa-lización que “conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la uni-dad. […] Si una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo”.
Ese falso sueño universalista termina quitando al mundo su variado co-lorido, su belleza y en definitiva su humanidad. Porque “el futuro no es mono-cromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra fa-milia humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos”». Y en ese mismo documento apunta también: «Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silen-cioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa la desaparición de algunas especies, debería obsesionarnos que en cualquier lugar haya personas y pueblos que no desarrollen su potencial y su belleza propia a causa de la pobreza o de otros límites estructurales. Porque eso termina empobreciéndonos a todos. Si esto fue siempre cierto, hoy lo es más que nunca debido a la realidad de un mundo tan conectado por la globalización. Necesitamos que un ordenamiento mundial jurídico, político y económico “in-cremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos”. Esto finalmente beneficiará a todo el planeta, porque “la ayuda al desarrollo de los países pobres” implica “creación de riqueza para todos”.
Desde el punto de vista del desarrollo integral, esto supone que se conceda “también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres”» y que se procure “incentivar el acceso al mercado internacional de los países marcados por la po-breza y el subdesarrollo”» (Francisco, carta encíclica Fratelli tutti, nn. 137-138). Sobre el tema puede consultarse: A.M. Cáceres Roldán, «La globalización según el pensamiento de Papa Francisco», Moralia 39 (2016), 161-180.12 Cf. R.H. Wade, «Is Globalization Reducing Poverty and Inequality?», International Journal of Health Services 34 (2004), 381-414.
sus recursos de manera más eficaz y generando mayor riqueza13. Los países pobres, por su parte, gracias a los mayores ingresos po-drían importar más productos terminados en los países desarrolla-dos y este libre comercio habría beneficiado a toda la economía mundial14. La globalización también se abordó desde el flanco del sector agrícola. Las organizaciones intergubernamentales respaldaron los efectos positivos que habría producido la globalización en la seguridad alimentaria: habría reducido el riesgo de un shock de oferta global15, el precio real de los alimentos habría bajado16 y se vería frenada la volatilidad de los precios17. El Fondo Monetario Internacional había destacado que la interdependencia planetariaque se ha creado con la globalización habría llevado, en el sector agrícola, a quintuplicar el volumen del comercio internacional de materias primas, pasando de unos 200 mil millones de dólares en 1980 a casi USD 1,1 billones en 2010, el mayor crecimiento de cual-quier industria18. Esto también se debió a la acción llevada a cabo a nivel internacional, en particular por la Organización Mundial del Comercio y su Agenda de Desarrollo de Doha (concluida en Bali en 2013), que se había fijado el objetivo de promover la implementa-ción del Acuerdo sobre Agricultura concluido en la ronda Uruguay del GATT en 1994, que preveía, entre otras medidas, la reducción de las formas de proteccionismo y el apoyo a las exportaciones que producían distorsiones comerciales19 garantizando así un beneficio tanto para los consumidores de los países ricos, a través de una reducción significativa de los precios de los alimentos, como para
13 Cf. R.C. Feenstra – A.M. Taylor, International trade, Macmillan Learning eds., New York 20174.14 Cf. D. Salvatore, International economics, Wiley, New Jersey 201311.15 F.C. Runge – B. Senauer – P.G. Pardey – M.W. Rosegrant, Ending Hunger in Our Lifetime: Food Security and Globalization, The Johns Hopkins Press, Baltimore 2003.16 FAO, The State of Agricultural Commodity Markets 2004, FAO, Roma 2004.17 World Bank, Dealing with Commodity Price Volatility in Developing Countries: A Proposal for a Market-Based Approach, The World Bank, Washington D.C. 2003.18 Cf. C. Bogmans, «Seven Questions on the Globalization of Farmland», IMF Research Bulletin (november 2017), n. 003.19
Como las contribuciones que en su momento otorgaron a sus actividades agrícolas y ganaderas Estados Unidos, la Unión Europea, Australia, Brasil, India y Japón, impidiendo la importación de productos agrícolas y alimenticios de mu-chos países en desarrollo que les habrían abastecido en condiciones más conve-nientes. Para más información, cf. M. Alabrese, Il regime della food security nel com-mercio agricolo internazionale. Dall’Havana Charter al processo di riforma dell’Accordo agricolo WTO, Giappichelli Editore, Torino 2018.
Globalización y desperdicio305los de los países exportadores de los mismos bienes, que se habrían beneficiado en términos de ingresos y desarrollo económico20.Sin embargo, también ha habido quienes han destacado los límites y riesgos que desencadena esta nueva dinámica, incisiva-mente radicada en el panorama internacional21. Pensemos en lo que acertadamente escribió el Profesor Zamagni: «La globalización […] es un proceso que aumenta la riqueza general (y por lo tanto representa un juego de suma positiva), pero al mismo tiempo de-termina ganadores y perdedores.
En otras palabras, la globalización en sí misma tiende a reducir la pobreza en un sentido absoluto y a aumentarla en un sentido relativo»22. Esto es también lo que ha mantenido el Magisterio social de la Iglesia en los últimos tiempos. En particular, Benedicto XVI no dudó en indicar que «no se puede decir que globalización sea sinónimo de orden mundial, ni mucho menos»23. También manifestó que, con la globalización, «la riqueza global está creciendo en términos absolutos, pero las disparidades
20Cf. T. Mass – A. Bannon, «Africa and the Battle over Agricultural Protectionism», World Policy Journal 21, n. 2 (2004), 53-61.21 Cf. A. Scott, The Limits of Globalization. Cases and Arguments, Routledge, London – New York 1997; G. Shangquan, Economic Globalization: Trends, Risks and Risk Prevention, CDP Background Paper No. 1, 2000, ST/ESA/2000/CDP/1; O.N. Yanitsky, «Challenges and Risks of Globalization», Sotsiologicheskie issledovani-ya 1 (2019), 29-39; E. Sheppard, Limits to Globalization. Disruptive Geographies of Capitalist Development, Oxford University Press, Oxford 2016
(quien, analizando el capitalismo globalizador desde una perspectiva geográfica, destaca que el capi-talismo globalizador tiende a reproducir la desigualdad social y territorial y que la persistencia de la pobreza se debe a la forma en que la creación de riqueza en algunos lugares conduce al empobrecimiento en otros).
22 Cf. S. Zamagni, Disuguaglianze e giustizia benevolente, in Associazione Italiana per la Promozione della Cultura della Cooperazione e del Non Profit (Aiccon) ricerca, 7. Este trabajo puede encontrarse en este enlace: https://www.aiccon.it/wp-content/uploads/2017/01/Diseguaglianze_e_giustizia_benevolente_ZAMAGNI_20123.pdf Sobre estas temáticas pueden consultarse también los interesantes estudios de B. Milanovic, Desigualdad mundial: un nuevo enfoque para la era de la globalización,Fondo de Cultura Económica, México 2017; J. Stiglitz, La gran brecha: qué hacer con las sociedades desiguales, Debolsillo, Barcelona 2017.23 Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2008).
están aumentando»24, perpetuando de este modo lo que Pablo VI había definido como «el escándalo de las disparidades hirientes»25. Vivimos en una coyuntura en la quela visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propicia-do inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor» (Mt 20,25-26)26.Lejos de esta perspectiva evangélica, la tasa de pobreza ha creci-do en el mundo en desarrollo, con el riesgo de hacer más estructu-rales y perversamente irreversibles los fenómenos de marginación y abandono de los países más pobres y, dentro de ellos, de los grupos socialmente más vulnerables.
Además, en los países industrializa-dos, el fenómeno vinculado a la deslocalización de los complejos 24 Benedicto XVI, carta encíclica Caritas in veritate, n. 22. Y agregó, volviendo a referirse a ese fenómeno social, tan complejo y cruel, que en la hora presente sigue causando dolor como resultado de perversos dinamismos económicos, procesos políticos injustos, lógicas sociales nocivas y erradas decisiones personales: «En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo der-rochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones per-sistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo «el escándalo de las disparidades hirientes».
Lamentablemente, hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y an-tiguos, como en los países pobres. La falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores es provocada a veces por grandes empresas multinacionales y tam-bién por grupos de producción local. Las ayudas internacionales se han desviado con frecuencia de su finalidad por irresponsabilidades tanto en los donantes como en los beneficiarios. Podemos encontrar la misma articulación de responsabilida-des también en el ámbito de las causas inmateriales o culturales del desarrollo y el subdesarrollo. Hay formas excesivas de protección de los conocimientos por parte de los países ricos, a través de un empleo demasiado rígido del derecho a la propie-dad intelectual, especialmente en el campo sanitario. Al mismo tiempo, en algunos países pobres perduran modelos culturales y normas sociales de comportamiento que frenan el proceso de desarrollo».
(Caritas in veritate, n. 22).25 Pablo VI, carta encíclica Populorum progressio, n. 9. Se capta de este modo que, como persistente estribillo, la doctrina eclesial, con diferentes acentos, ha consi-derado siempre las desigualdades como enemigas de un desarrollo humano inte-gral. Sobre esta temática es conveniente leer el magnífico estudio de J.M. Aparicio Malo, «La desigualdad, a la luz de la Populorum Progressio», en J. Sols Lucia (Ed.), La humanidad en camino. Medio siglo de la encíclica «Populorum Progressio», Herder, Barcelona 2019, 109-148.26 Francisco, carta encíclica Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 82.
Globalización y desperdicio
productivos a otros países donde el costo de producción, especial-mente la mano de obra, es menor, ha generado otras consecuencias que afectan en gran medida a la vida de las personas, ya que los trabajadores se encontraban repentinamente sin trabajo, o forza-dos a formas de empleo caracterizadas por la precariedad y la inse-guridad que, de hecho, no garantizaban perspectivas de estabilidad ni para ellos ni para el futuro de sus hijos.Desde un punto de vista social, por lo tanto, con la globaliza-ción se ha llevado a cabo «la reducción de la red de seguridad social a cambio de la búsqueda de mayores ventajas competitivas en el mercado global»27 y una descalificación progresiva del trabajo hu-mano.
Al respecto, no son pocos los analistas que dibujan inciertos horizontes de futuro con una paulatina profundización de la pre-cariedad laboral y crecientes dificultades para la vida misma de los trabajadores. En opinión de Beck, estamos forjando una economía política de la inseguridad que está convirtiendo en nómadas labora-les a gran parte de la humanidad y acabará descargando todos los riesgos sistémicos a los trabajadores y sus familias. No es extraño entonces que se vislumbren altas tasas de desempleo en países de-sarrollados y también en aquellas otras sociedades en vías de desa-rrollo. La Doctrina Social de la Iglesia, en cambio, bosqueja un pa-norama laboral diverso, en el que la persona ocupa el centro, de lo cual nacen metas como el respeto a la dignidad de los trabajadores, la inherente necesidad de los derechos y deberes, un adecuado sus-tento familiar y la dimensión comunitaria del trabajo.
Para lograr estos propósitos, se percibe que queda mucha distancia por cubrir.Los escenarios actuales de profunda transformación del trabajo humano hacen todavía más urgente un desarrollo auténticamente global y solida-rio, capaz de alcanzar todas las regiones del mundo, incluyendo las menos favorecidas. Para estas últimas, la puesta en marcha de un proceso de desarrollo solidario de vasto alcance, no solo aparece como una posibilidad concreta de creación de nuevos puestos de trabajo, sino que también representa una verdadera condición para la supervi-vencia de pueblos enteros: «Es preciso globalizar la solidaridad». Se entiende de este modo que, hablando de globalización, el Papa Francisco haya puesto de relieve que lamentablemente es la indiferencia la que se ha globalizado. A este respecto, en Fratelli tutti afirmó: 27 Benedicto XVI, Caritas in veritate, n. 25.28 Cf. U. Beck, Un nuevo mundo feliz. La precariedad del trabajo en la era de la globali-zación, Paidós, Barcelona 2000, 9-15.29 Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 321.
En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva «a una especie de cinismo. Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos por este camino de la desilu-sión o de la decepción. […] El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devol-ver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí.
En el sector agrícola, los estudiosos han hablado de la asimetría de la globalización, lo que ha producido efectos negativos para la agricultura en los países en vías de desarrollo, debido a la falta de infraestructuras32, de instituciones33 y a la diversidad de monedas utilizadas para fines transaccionales con sus diferentes tasaciones34. Progresivamente hemos sido testigos del empeoramiento de las condiciones comerciales, de la disminución de los ingresos agrí-colas y del éxodo hacia otros sectores de la economía.
Además, la globalización ha hecho que las tierras agrícolas se hayan vendido o confiado a inversores internacionales, como gobiernos extranjeros, multinacionales agroalimentarias, fondos de inversión que, ante la creciente demanda de alimentos, han comprado los derechos de propiedad o han arrendado grandes extensiones de terreno, espe-cialmente en países pobres, donde las formas de propiedad y te-nencia de la tierra son de carácter informal o ancestral. A menudo, la indeterminación de los derechos locales sobre las tierras, la difi-cultad de acceder a los procedimientos de registro, la indefinición de los requisitos para el uso productivo, los vacíos legales y otros factores debilitan la situación de los habitantes locales frente a las
Francisco, carta encíclica Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 30.31 Cf. P.A. Yotopoulos, «Asymmetric Globalization: Impact on the Third World», in P.A. Yotopoulos – D. Romano (eds.), The Asymmetries of Globalization, Routledge, London 2007, 7-27.32
Tanto de tipo material como carreteras, ferrocarriles y puertos; como lo que es intangible, como las redes de telecomunicaciones, los sistemas de educación y formación profesional.33 Provocada por la menor presencia de los mercados de crédito y seguros, bolsas de materias primas y de valores, etc.
34 Cf. P.A. Yotopoulos, Exchange Rate Parity for Trade and Development: Theory, Tests, and Case Studies, Cambridge University Press, Cambridge 1996; Id., «Is There a Third Way for Mediterranean Agriculture?», Politica Agricola Internazionale 1 (2000), 5-16.
grandes multinacionales u otras entidades que, con grandes me-dios financieros y potentes asesores jurídicos, adquieren los terre-nos por diversos medios35. Esto sucedió, en particular, después de la crisis financiera de 2007-2008 cuando un aumento sustancial en los precios de los productos alimenticios hizo que se incrementara el valor de las tierras agrícolas. Lamentablemente, esto mismo se está igualmente percibiendo en los últimos años, debido a las con-secuencias económicas de la pandemia y a la subida de los precios como consecuencia del conflicto en Ucrania. Para detener la preo-cupante propagación de estas acciones ilegítimas de adquisición de tierras (que se conocen como land grabbing), el polo romano de las Naciones Unidas, en particular el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA), ha desarrollado unas pautas orientativas y políticas como la Directrices voluntarias sobre la gobernanza responsable de la tenencia de la tierra, la pesca y los bosques en el contexto de la seguridad alimentaria nacional (Roma 2012)36 y los Principios para la inversión responsable en la agricultura y los sistemas alimentarios (Roma 2014)37, para reconocer y proteger los sistemas de propiedad consuetudina-ria de las tierras agrícolas y contribuir así al logro de medios de vida sostenibles, la estabilidad social, la seguridad habitacional, el desa-rrollo rural y la protección del medio ambiente, así como mejorar la calidad de las inversiones agrícolas, para que vayan en beneficio de quienes realmente más lo necesitan.Lo mencionado anteriormente ha significado que la globaliza-ción se ha convertido cada vez más en sinónimo de un alejamiento de la verdadera justicia social: buscando el desarrollo económico se ha deteriorado el auténtico desarrollo de lo que es el «primer capital a salvaguardar y valorar», es decir, del ser humano en su integridad que, retomando las palabras de la constitución pastoral Gaudium et Spes, «es el autor, el centro y la meta de toda la vida socioeconómica»3
8. 35 Cf. R. Arezki – C. Bogmans – H. Selod, The Globalization of Farmland: Theory and Empirical Evidence, IMF Working Paper n. 2018/145.36 El texto puede consultarse en: https://www.fao.org/4/i2801s/i2801s.pdf 37 El texto puede consultarse en: https://openknowledge.fao.org/server/api/core/bitstreams/a5473764-5e32-4988-a6c4-4383f59a0292/content 38 Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 63.
La cultura del descarte
Lamentablemente, la globalización sin valores ha llevado a lo que el Papa Francisco se ha referido repetidamente como una cultura del descarte, que a su vez forma parte de lo que el Obispo de Roma llama una economía de exclusión39. El conocido sociólogo Zygmunt Bauman consideró esta cultura como consecuencia de la modernidad líquida y como el resultado de una civilización del exceso, la redundancia, el desperdicio y la eliminación de desechos40. Para el Papa Francisco, quien aludió a este concepto desde el inicio de su pontificado, la cultura del descartese caracteriza por la práctica de desechar bienes y relaciones como una expresión de opulencia y como consecuencia de una inextin-guible sed de novedades. Por lo tanto, impregna varias dimensiones de la vida humana, a partir de la comida, el vestido, la tecno-logía y las relaciones, y se concreta en una mentalidad y una visión del mundo que lleva, e incluso alienta, a deshacerse de las cosas, los valores, las personas y los lazos comunes, llegando incluso a enten-der la propia existencia como una carga pesada para uno mismo y para el entorno familiar que por ello busca liberarse del enfermo o anciano cuanto antes. «Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad.
Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte” que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”»
(Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 53).40 Cf. Z. Bauman, Vite di scarto, Laterza, Roma-Bari 2005.41
«La cultura del descarte, de hecho, no tiene fronteras. Hay quienes presumen de poder determinar, basándose en criterios utilitarios y funcionales, cuándo una vida tiene valor y merece la pena ser vivida. Este tipo de mentalidad puede condu-cir a graves violaciones de los derechos de los más débiles, a grandes injusticias y desigualdades cuando uno se guía predominantemente por la lógica del beneficio, la eficacia o el éxito. Pero existe también, en la actual cultura del despilfarro, un aspecto menos visible y muy insidioso que erosiona el valor de la persona disca-pacitada a los ojos de la sociedad y a sus propios ojos: es la tendencia que lleva a considerar la propia existencia como una carga para uno mismo y para los seres queridos.-