Trabajos especiales

Para una Iglesia sinodal (I)

No emito presupuestos alguno de opinión sobre los resultados a los cuales llegarán las comisiones que deben estudiar el texto para ponerlo en práctica

 

Nelson Martínez Rust:

 

El tiempo presente es confuso, difícil e interesante, nada está en calma, es como la tormenta que viene presidida por cúmulos de nubes, relámpagos y truenos. Época de controversia y de toma de decisiones, en el cual todo ser humano, unos de manera más consciente otros con menos consciencia de lo que ocurre a su alrededor, está abocado a tomar decisiones o posturas que, en muchos casos, marcarán sus vidas de manera definitiva. ¿Es exagerado decir que está naciendo una nueva era? No lo sé. La historia es caprichosa y tiene muchas variantes. Lo que sí puedo asegurar es que es un tiempo interesante y apasionante. Este es el cuadro que observo, aunque es muy somero.

Precisamente esta incertidumbre en el devenir que se observa, este navegar en un mar proceloso es lo que hace por demás interesante el tiempo presente. El viviente es protagonista de la historia, él la edifica con su actuar en libertad.  El cristiano lo es mucho más porque, en medio de la turbulencia, cree y profesa profundamente en un “cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap. 21,1): es decir, en un desembocar positivo de la historia. Por lo tanto, ante el momento presente no se puede ser indiferente. No es tiempo para la quejumbre, la pasividad, la indiferencia, para… “el indiferentismo”. Todo lo contrario, es una invitación a ser protagonista de la historia presente realizando el papel correspondiente.

En este contexto ¿qué papel juega la Iglesia? Considero la pregunta sumamente válida y actual, porque unas de las características del tiempo que se vive es el poner de lado “lo viejo”, lo que “no sirve”, lo caduco”. Hoy priva la novedad, aun cuando esta no sea trascendente o carezca de contenido y todo sea “obra del momento”. La Iglesia debe ser – está llamada a ser – una “eterna novedad” por el contenido que está llamada a trasmitir: “El Evangelio= Buena Noticia para todos los hombres y para todos los tiempos”. Acaso, ¿lo ha dejado de ser en los últimos años?

Con profunda convicción contesto de manera afirmativa: ¡La Iglesia ha sido “novedad” y continúa a serlo! Basta ir a la historia de la segunda mitad del siglo XX. Todo se inició con el gran evento del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII – Pontífice catalogado de “pasajero” o “momentáneo” o “de ocasión” -. Pero, si a ver vamos, no fue una realización casual e improvisada. Desde comienzos de siglo y con anterioridad, los grandes centros culturales eclesiales europeos como también grandes teólogos y filósofos sintieron la necesidad y prepararon dicha realización. Hoy, la Iglesia venera esos prohombres que en medio de la incomprensión sentaron las bases del Concilio. Pablo VI siguió los pasos emprendidos por su predecesor, puso en marcha las reformas exigidas por el evento conciliar e iluminó con su magisterio los inicios del posconcilio. Posteriormente Juan Pablo II brindó a la Iglesia una hermenéutica conciliar, al mismo tiempo que adelantó una “puesta al día” en materia de moral cristiana. A Juan Pablo II siguió Benedicto XVI, profundo teólogo y filósofo, gran analista de los tiempos presentes y continuador de la obra de su antecesor con sus escritos. Señaló y enfatizó las consecuencias de la crisis “modernista” que se vive en la actualidad. A Benedicto XVI sucede el Papa Francisco, protagonista de la historia de la Iglesia de los tiempos contemporáneos. Él ha convocado la edición del sínodo No. XVI con las características siguientes: duración (tres años), amplitud en la consulta (todo el pueblo de Dios), amplitud temática (se ha tratado de oír todas las tendencias) y puesta en el tiempo de las conclusiones.

Existe un peligro latente en cuanto a la recepción y puesta en marcha del documento sinodal. El peligro de la no aceptación o de una aceptación que partiendo de una absoluta novedad olvida la vida milenaria de la Iglesia. Esto ha originado una polarización o polémica inútil entre los bandos, como de hecho ocurrió al final del Medioevo e inicio de la Edad Moderna.

En efecto, el Renacimiento originó una nueva figura del hombre, emancipado y orientado hacia ese mundo naciente, que dio lugar a una crítica de la Iglesia y de su actuación apoyada en los nuevos motivos y conceptos.  Se debe tener claro que la crítica más fuerte no fue contra la doctrina en un primer momento, sino contra el papado. Los papas del Renacimiento y sus empresas arquitectónicas y artísticas, indiscutiblemente grandiosas, proyectaron y acentuaron una visión de la Iglesia a la manera de un “imperium” – “imperio” -, que ya se había ido delineando con el “Dictatus Papae” de Gregorio VII (*1020-+1085), y del triunfo del predominio de una figura medieval de la Iglesia anacrónica y escandalosa.

El papado se vio involucrado en la mundanización y en la descristianización. Cada vez se vinculó más y más al poder y a la intriga, al nepotismo, al fiscalismo y la inmoralidad. De esta manera se perdió el sentido del ejercicio específicamente cristiano, evangélico y eclesial de su ministerio para el cual había sido creado. El profesor Heinrich Freis ha caracterizado esta época de la siguiente manera: “oían el clamor que llegaba hasta ellos a través del lenguaje de su tiempo en pro de una renovación y una conversión, pero sin escucharlo y sin reconocer su urgencia ni su envergadura. Eran ciegos conductores de ciegos”.

En este ambiente es en donde surge la figura de Martín Lutero, el cual fue producto de un olvido del Evangelio y del asumir acríticamente las tendencias seculares. No voy a desarrollar la doctrina teológica del Reformador, solo deseo ubicarlo en el tiempo y como consecuencia de no querer oír la voz del Espíritu que llamaba a la conversión. Este movimiento de reforma, con todas las graves consecuencias que trajo consigo, significó para la Iglesia católica, una gran toma de conciencia a manera de respuesta y reacción, que se ha dado en llamar “La Contrarreforma” o “La Renovación Católica”. No tengo ni el espacio ni el tiempo para desarrollar este interesantísimo y controversial período de la Iglesia que condujo a la ruptura definitiva de la unidad de la Iglesia. Solo señalare’ lo siguiente: El Concilio de Trento tuvo lugar demasiado tarde, no pudo detener la ruptura, sino solo alcanzó a comprobarla y a articular de manera más clara una respuesta católica a los innovadores – reformadores -. En él no se estudió el misterio de la Iglesia. Los Padres conciliares en su mayoría eran canonistas, no teólogos. Se trataron otros problemas en conexión con el tema central de la Reforma: la Gracia, la Salvación, la Justificación, los Sacramentos, etc.

Mi criterio al respecto es el siguiente: El Concilio de Trento no dio respuesta al problema central que planteaban los reformadores: La Iglesia. Por el contrario, se concretó a sistematizar la doctrina medieval que, prácticamente, se ha tenido hasta el Concilio Vaticano II.

El Concilio Vaticano I, en medio de los avatares de la historia, no pudo concluir lo que había empezado. Solo se trató el tema del papado, se había previsto el estudio de la Iglesia, el cual quedó en el invernadero. Se ha tenido que esperar al Concilio Vaticano II para tener una “Constitución Dogmática sobre la Iglesia” – “Lumen Gentium” -.

La figura del sínodo, nacido como fruto del Concilio Vaticano II – diría que, en muchos casos, como profundización del documento conciliar – con el documento sinodal “PARA UNA IGLESIA SINODAL” busca actualizar la imagen de la Iglesia, no solo para hacerla más atrayente sino también para capacitarla en orden a una evangelización mucho más dinámica. Tarea sumamente ardua y delicada, para lo cual hay que seguir el criterio formulado por Benedicto XVI: Reformar siguiendo la Tradición y el Magisterio y desde dentro de la misma Iglesia. Así es como hay que entender el eslogan: “COMUNION, PARTICIPACION Y MISION”. Este trabajo sinodal es necesario que se le entienda no solo a la luz del Vaticano II sino con humildad y en la búsqueda sincera de la “VERDAD”. No se puede caer en diatribas y ver solo lo negativo del mismo: Es necesario hurgar en las afirmaciones, corregir lo corregible, perfeccionar, adaptar y trabajar en función del anuncio de Cristo, El Señor, bajo la luz del Espíritu Santo y teniendo en cuenta la necesidad de los fieles cristianos que buscan y desean encontrarse con Dios. No todo fue malo en la Reforma. Los protagonistas de ambos lados no supieron estar a la altura de lo que en el momento se les pedía. El resultado fue catastrófico: la fractura de la Iglesia.

==========  O  ==========

Antes de pasar al análisis del documento deseo hacer algunas aclaraciones:

1º.   Trataré de analizar el documento nacido del Sínodo. No pretendo analizar ni formular un juicio de los anteriores documentos escritos – encíclicas – del Papa Francisco ni de las prenotandas sinodales.

2º.   No emito presupuestos alguno de opinión sobre los resultados a los cuales llegarán las comisiones que deben estudiar el texto para ponerlo en práctica. Sería un hecho temerario. Habrá tiempo para ello.

3º.  El documento sinodal pertenece al magisterio ordinario del Papa, ya que así fue señalado y querido por el mismo Papa. Por lo tanto, es enseñanza pontificia. No habrá escrito papal postsinodal.

4º.- Algunos números del documento obtuvieron una muy baja votación que ameritaba una profunda revisión.

4º.  Para el comentario, sigo el texto original en italiano.

 

INTRODUCCION

 

I.-     Finalidad del documento

La finalidad del documento se indica con las siguientes palabras: “… para un renovado lanzamiento misionero… es una llamada a la alegría y a la renovación de la Iglesia en el seguimiento del Señoral servicio de la misión(3). Su finalidad es múltiple: renovación, carácter misionero y seguir al Señor – “Sequela Christi -.

El Sínodo asume la finalidad de la Iglesia “renovado lanzamiento misionero” (Mc 16,15-16). La Iglesia tiene como finalidad en primer lugar el anuncio gozoso de la “Palabra de Dios” que es “Buena Nueva de Salvación para la humanidad”. Este anuncio debe ser hecho de tal manera que suscite la fe en el oyente, al mismo tiempo que lo prepara para la celebración sacramental. El sacramento presupone la fe. La comunidad eclesial no puede dejar de predicar al Verbo encarnado – Jesucristo -. Él es el centro de todo lo creado y la Salvación está en Él. Este anuncio debe hacerse con competencia, dedicación y con alegría y renovado corazón, ya que es Dios-Hijo el anunciado. En toda celebración litúrgica, de manera especial en la celebración de los sacramentos, se acentúa en primer lugar la celebración – el anuncio – de la Palabra y posteriormente la celebración del sacramento. Queda dicho: El primero prepara la celebración que, de lo contrario, sería un mero acto sin sentido.

Otro aspecto que debe tenerse en cuenta es el hecho de que dicha renovación debe hacerse en vista de cumplir el mandato de Cristo resucitado. Es Él quien manda a sus discípulos a evangelizar. Dicho acto de evangelización no es el resultado de una obra humana nacida de una ideología o de un sistema económico o de criterios filosóficos, es Dios mismo el que encomienda la predicación de la Buena Nueva al quehacer del hombre. Para finalizar me llama la atención la expresión: “… en el seguimiento del Señor”. La misión implica una condición impostergable: Hay que estar en Dios y evangelizar desde Dios para poder trasmitir a Dios en lo que se anuncia, ya que lo que se anuncia no es un verbo pronunciado por hombre alguno y entregado a la Iglesia, sino que es la Palabra Eterna de Dios – “VERBUM DEI” que debe ser testificada por el heraldo del Evangelio.

 

II.-    Características del proceso sinodal

Las notas características del sínodo son: a.- Se fundamenta en la Tradición de la Iglesia y en el Magisterio conciliar b.- En la vida de fe de los creyentes c.- En la experiencia de la Iglesia nacida de su vivencia en medio de la diversidad de pueblos y culturas c.- En el testimonio de santidad y d.- En la reflexión de los teólogos y los estudiosos. Todas estas características deben contribuir a que la Iglesia se convierta en “el semillero” que germine en una Nueva Evangelización.

El Concilio Vaticano II, que ha sintetizado la milenaria enseñanza de la Iglesia, brinda el camino a seguir concibiendo a la misma Iglesia a la manera de un “Misterio” (LG 3;5; 8; 39; 63 GS 39) y como “Pueblo de Dios” (LG 9; AA 18; AG 2; GS 32). Este “Pueblo de Dios” amerita una “continua conversión que se origina de la escucha del Evangelio. En este sentido se requiere un verdadero acto de recepción conciliar, que prolongue su inspiración y relance en favor del mundo de hoy la fuerza profética del Evangelio” (5). Una experiencia, que se une a las anteriores notas, ha nacido del acto penitencial que los integrantes del sínodo tuvieron en la segunda sección: “Este acto nos ha hecho comprender que la sinodalidad exige arrepentimiento y conversión. En la celebración del sacramento de la misericordia de Dios – penitencia o reconciliación – hemos hecho la experiencia de ser incondicionalmente amados: la dureza de los corazones ha sido vencida y nos ha abierto a la comunión. Por este motivo queremos ser una Iglesia de la misericordia, capaz de condividir con todos el perdón y la reconciliación que viene de Dios: pura gracia de la cual no somos dueños, sino solo testigos” (6).

El sínodo se inició hace tres años con la convocación formulada por Su Santidad el Papa Francisco. El sínodo no ha terminado, continúa. Lo cual indica que el sínodo posee una “dinámica interna”, que le es propia, y que una vez que ha sido puesto en marcha, dicha dinámica va exigiendo cada vez más y más, de tal manera que debe continuar – no es posible detenerlo -: es lo que se llama un “proceso”. Ahora bien, me hago la siguiente reflexi’on: dicho “proceso”, ¿no arropara la capacidad de los miembros de las Iglesias más débiles quedándose estas rezagadas y siendo superadas por las más adelantadas? Esta situación originaría más problemas que soluciones. En algunas entregas posteriores presentare algunas consideraciones de esta visión sinodal. El documento pone en mano de las Conferencias episcopales el hecho de continuar la Evangelización con “método sinodal”. Me formulo la siguiente pregunta – solo a manera de pregunta -: ¿Los Obispos están suficientemente preparados para asumir la tarea que implica una visión de continuo cambio, de continuo movimiento, cuando, se da el caso de que hay circunscripciones diocesanas y parroquiales que, pasados los años de la realización del Concilio y de la Promulgación del Código de Derecho Canónico, todavía no tienen un consejo económico, pastoral, etc.? ¿Acaso no implica esta actitud un “cansancio” para el cual el episcopado no está preparado? A tal respecto el documento sinodal señala lo siguiente: “El proceso sinodal no se concluye con el fin de la actual Asamblea del Sínodo de los Obispos, sino que comprende la fase de actuación… Pedimos a todas las Iglesias locales conformar su quehacer con una metodología sinodal de consulta y discernimiento, individuando modalidades concretas y recorridos formativos para realizar una tangible conversión sinodal en las varias realidades eclesiales (Parroquias, Institutos de vida consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Movimientos de Apostolado, Diocesis, Conferencias Episcopales, Reagrupamientos de Iglesias, etc)… A ellos pedimos de vigilar sobre la realización de este método de trabajo en los grupos de estudio” (9).

(Continuará)

 

Valencia. Noviembre 24; 2024

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