Lo que nos da la vida
Soy una exaltadora de la vida y creo tener autoridad para serlo porque dentro de un mes y unos pocos días llego a los 99 años
Alicia Álamo Bartolomé:
“Gracias a la vida, que me ha dado tanto…” (célebre canción de Violeta Parra, cantautora chilena). Pues no le dio tanto, terminó suicidándose. Para mí fue un gran desengaño. La autora de ese ”Gracias a la vida” no podía, no debía, no tenía el derecho de quitársela. El suicidio es un fracaso vital. Alguien habló delante de mí sobre el gran valor que se necesitaba para suicidarse y yo lo rebatí: Por el contrario, el suicida es un gran cobarde, lo difícil es vivir. Claro, nadie es responsable de una crisis depresiva. Sólo Dios conoce el estado de las almas. Él ama y perdona.
Desde nuestro nacimiento, entramos en la grandiosa aventura de la vida. Nacemos llorando de miedo, al sentirnos fuera de la seguridad del útero materno y tener la primera sensación de caída en el vacío y de la gravedad. El recién nacido debe experimentar terror, pero sólo puede expresarlo con su llanto. Al paso de los días, se va adaptando a su nuevo mundo de aire y aprenderá a sonreír. ¡Qué hermosa y gratificante es la primera sonrisa de un bebé!
Los primeros años de vida son de constante aprendizaje del arte de vivir esa incógnita aventura que iremos descubriendo. Aprendemos a caminar, hablar, distinguir a los seres que nos rodean, al otro, nos iniciamos en la socialización y, por lo tanto, en las primeras contradicciones. Sentimos el límite de nuestra libertad.
Soy una exaltadora de la vida y creo tener autoridad para serlo porque dentro de un mes y unos pocos días llego a los 99 años. ¡Vaya si he vivido! Ya soy historia. Agradezco a Dios esta vida que me ha dado tanto. Luces y sombras. Presencias y ausencias. Felicidad y dolor. Sin estos contrastes no hubiera habido vida. Son ellos los que dan realce y valor a esa obra de arte que es la vida.
Y siempre es una maravillosa aventura. Tengo imborrables recuerdos desde antes de tener 2 años de edad, desde la culebra que mataron en el hotel de los baños de San Juan de los Morros, inaugurado en esos días por mi padre, el Ministro de Fomento, con la presencia de Juan Vicente Gómez, hasta la formidable paliza de hace unas noches del Magallanes a los Leones del Caracas, 18 carreras a 3. Pasando por Charles Lindbergh volando sobre la capital en su avión Espíritu de San Luis, los adolescentes hermanos Manolo y Pepe Bienvenida toreando en el Nuevo Circo, mi primer vuelo en avión Maracay-Ciudad Bolívar, navegando el Orinoco en el barco fluvial Delta, cuyo contabilista era el joven, buen mozo y simpático Pedro Estrada, Carlos Gardel cantando en el Teatro Principal, en el Hipódromo de El Paraíso, su trágica muerte, la primera conciencia de ésta, en ese año, 1935, siguieron las de mi abuelo materno y la del General Gómez. Cambio de vida. Había terminado mi infancia. En julio de 1936 llegué con mi familia a Costa Rica para un feliz y enriquecedor exilio de 5 años. Yo tenía 10.
Si esos fueron mis primeros años de vida, cuánto acumulé de interesantes aventuras en el dilatado tiempo: el bachillerato con sus luces y sombras, lo mismo mi primera carrera universitaria, Arquitectura; la segunda, Periodismo; mi incursión al teatro, la dramaturgia, la promoción y dirección cultural. Inolvidables los tres años a la cabeza de FUNDARTE. La docencia, la fundación de la Universidad Monteávila… ¡Y mis viajes! Impactos: mi encuentro con Miguel Ángel, la catedral de Colonia, los Bosques de Viena en otoño, Sevilla, París, Venecia, el Partenón, el Coliseo, la catedral de San Pedro, ¡Pio XII! Y callo el resto porque queda mucho todavía.
Sobre todo, goza tu momento. Aprovecha la Creación que Dios puso a tu alcance: los suaves rubores de la aurora, el esplendor del mediodía, los celajes de fuego que anuncian las sombras y el dulce titilar de las estrellas, tal vez la cara sonriente de la luna. También tienes la tenue caricia de la brisa, los hilos trasparentes y sonoros de la lluvia y, cuando los atraviesa el sol, la polícroma presencia del arco iris o el rayo de luz transformando en diamantes las gotas de rocío.
Todo eso puedes ver fácilmente si te propones salir del oscuro abismo del egocentrismo. Y la compañía armónica y pacífica de los seres vivos: el verde tembloroso de las ramas, la fantástica variedad de las flores, sus aromas, el colibrí que absorbe sus néctares en ese incesante vibrar de alas, la mariposa que se confunde con sus colores, los trinos de los pájaros, el ruidoso conversar de las guacamayas, el maullido de los gatos, el alegre ladrar de los perro cuando llega el amo.
¡Hay tanto qué ver y gozar en este mundo material de la naturaleza! Y si nos vamos más alto y nos internamos en los campos del espíritu, encontramos las regiones del arte: literatura, poesía, artes plásticas, música, filosofía, ciencia, religión y mística. Todo eso nos da la vida, esa vida que es don de Dios. ¿Por qué no lo aprovechamos?
Y las cosas más sencillas, como la grata visita de un familiar o amigo que hace tiempo no vemos; el sobrino bisnieto -o tal vez tataranieto- que nos traen para conocerlo. Tengamos ilusiones pequeñas: el estreno de un chal nuevo, a las viejas nos regalan muchos chals. Una anécdota muy personal: en mi encierro y confinación en butacas, había prescindido de las faldas, sólo usaba batas, pantalones y blusas. En estos días dije nostálgica: Yo quisiera una falda larga y amplia. Una experta costurera lo supo y me hizo, no una, sino varias, ¡y hete aquí a esta nonagenaria luciendo sus faldones estampados con ilusión de quinceañera! ¿No es acaso bonito tener ilusiones sencillas en plena senilidad? ¡Es vida!
Y si no nos gusta la realidad en nuestro país actual y los mayores no la podemos cambiar, apoyemos a los que sí pueden y están en la lucha. ¿Cómo? Con la palabra optimista, la fe, la esperanza, la oración… Si no tenemos armas materiales, usemos las espirituales para que, a partir del 10 de enero de 2025, tengamos otra Venezuela. La que queremos, esa que nos da la vida.-