Un corazón agradecido
Agradecer por el día de hoy y no vivir siempre con esa expectativa de que lo mejor está por venir, porque hoy es lo que tengo y es siempre Hoy
Rosalía Moros de Borregales:
Una de las actitudes más extraordinarias del corazón es, sin duda, la del agradecimiento. Una persona que expresa agradecimiento se enfoca en los aspectos positivos a lo largo del camino. Todo en la vida es parte de un proceso en el cual podemos estar involucrados de manera individual o acompañados por otros. Los procesos pueden ir desde la simpleza hasta alcanzar un gran nivel
de complejidad. Y, a pesar de la excelencia con la cual actuemos en cada circunstancia, siempre hay altos y bajos, curvas del camino, entuertos y toda suerte de obstáculos que se interponen; pero, si nuestro corazón es agradecido, si enfocamos nuestra mirada en la vida, en su realidad, de una forma u otra, nos daremos cuenta de que la noche es solo relativa porque el sol como la vida siempre brilla.
En el mundo cada nación celebra de manera individual sus días festivos, algunos días han alcanzado un interés tan importante por la población que han hecho su celebración de carácter universal. Particularmente, el Día de Acción de Gracias, el cual se celebra en los Estados Unidos esta semana, es una celebración que no se ha extendido en su observancia como otros días menos trascendentes desde el punto de vista espiritual; sin embargo, un día que nos lleva a una profunda reflexión sobre la importancia de enfocarnos en contar nuestras bendiciones, empezando por la vida y la belleza inigualable de vivirla en familia.
La primera celebración del Día de Acción de Gracias se remonta a 1621, cuando los colonos de Plymouth compartieron una comida con los nativos americanos Wampanoag para celebrar una cosecha exitosa. Con el pasar de los años esta práctica se fue extendiendo para dar gracias después de las cosechas. Más adelante en 1789 el presidente George Washington declaró el 26 de noviembre como un día nacional de acción de gracias y oración. Sería luego, en 1863, durante la Guerra civil que el presidente Abraham Lincoln proclamó el último jueves de noviembre como Día Nacional de Acción de Gracias, en su deseo ferviente de unir al país en medio de aquellos tiempos difíciles, recordándoles que siempre hay motivos para agradecer. Además, inspirándolos a usar esta festividad para realizar actos de generosidad, compartiendo los bienes personales con otros; reforzando así el principio bíblico de: “Más bienaventurado es dar que recibir”.
Tener un día especial de agradecimiento es como celebrar el día de la madre, del padre, de los niños o tantos otros; siempre es un día especial, pero son solo recordatorios de lo que deberían ser todos los días. Agradecer es una acto con el que debemos abrir y cerrar los ojos cada día. El primer agradecimiento que brota como una melodía en un corazón que valora la vida, es por la posibilidad de contar con un día más de vida; la bendición de respirar, de ver, de escuchar, de sentir, de poder hacer con nuestras manos, de tener a alguien que nos ama, de amar; en fin, solo con hacer un recorrido por nuestro ser entero, podemos comprobar las múltiples razones que tenemos para agradecer.
La práctica de la gratitud pasa por el ejercicio de recordar, de hacer memoria, de aquellos que nos han bendecido la vida, de todos los favores recibidos. El apóstol Pablo hablándole a la iglesia de Tesalónica les declara: “Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones”. Cuando tomamos momentos de quietud para orar, para meditar, es tan importante hacer memoria, traer de manera intencional los recuerdos del día o de los días pasados; de esta manera, inclinamos nuestro corazón a la gratitud por todos los favores recibidos. Y si en ese recorrido encontramos experiencias que nos entristecen o nos amargan, el fundamento de la gratitud cristiana se extiende al hecho que debemos agradecer aún por esas cosas, eventos o personas que no nos inspiran gratitud; sin embargo, son esas piedras del camino las que nos enseñan lecciones de perseverancia, de coraje, de determinación; son esas piedras que nos golpean, muchas veces sin compasión, otras veces inesperadamente, las que confrontan nuestros corazones e inevitablemente moldean nuestro carácter y nos conducen a tomar la decisión de agradecer por el aprendizaje. Todos queremos escapar del dolor, de lo duro, lo incómodo, pero es allí donde siempre ha estado y estará Jesús.
Personalmente he trabajado el agradecimiento por años en mi vida. Somos una familia numerosa, sin embargo, la mayoría de mis hermanos salieron de Venezuela por diversas circunstancias y, por razones que solo Dios conoce, mi esposo y yo hemos permanecido aquí; por lo tanto, sobre nosotros recayó el cuidado de nuestros padres, los de mi esposo y los míos. Fueron estos tiempos, en los cuales me sentía abrumada por el deber que tenía que cumplir, que deliberadamente, agradecía a Dios con más intensidad y enumeraba una y otra vez las razones que tenía para ser agradecida.
Un día, conversando con mis hermanos en un chat familiar llamado Los Moritos; un sábado, después de regresar muy cansada de pasar el día atendiendo a mis padres, escribí: “Dios ha trabajado en todos. En ellos, en Leo y en mí, en las hermanas, en las enfermeras, en el personal de limpieza, en los otros ancianos… Hemos aprendido a darle pan al que nos roba, a bendecir al que nos maldice, a poner la otra mejilla cuando actúas con amor y recibes indiferencia y sequedad. Hemos aprendido a entender la economía de Dios, a echar el pan sobre las aguas y hallarlo cuando Dios quiera… Hemos aprendido a ver el cuerpo desgastado del anciano por la edad y la apoplejía, el cual a simple vista es sin atractivo para que le admiremos… Y en vez de ver su cuerpo, mirarle a los ojos y encontrar allí el amor; al abandonado que recibe tu sonrisa y tu caricia como un vaso de agua en el desierto de su soledad.
Hemos aprendido a llevar las mismas raciones que llevamos para papi y mami, para las hermanas; a bendecirlas y hacerles ver cuánto apreciamos su trabajo, su paciencia y su abnegación. Hemos aprendido a perdonarlas, a no ver al ser humano cansado y desgastado sino a la que tuvo esa vocación por amor a Dios, y luego, hemos sido acariciados en el alma con una sonrisa, con un gesto de cariño y con una expresión de gratitud. En fin, he aprendido a aceptar con gratitud lo que hoy tengo; a ver el pasado como mi historia pero no como mi identidad; a desligarme de lo que ya fue y no fue más. Ustedes están lejos y soy la que está aquí, la que agradece por la tarea cumplida. Agradecer por aprender del dolor, dar gracias por lo que he vivido y por las huellas que esas experiencias han dejado en mí.
Agradecer por el día de hoy y no vivir siempre con esa expectativa de que lo mejor está por venir, porque hoy es lo que tengo y es siempre Hoy. Hoy es el día de Salvación. Hoy papi y mami están en las condiciones en las que están y aunque quisiera que estuviéramos en las calles de Galilea y Jesús estuviera allí cerca para sanarlos como sanó a los ciegos, al paralítico y a la mujer del flujo de sangre; comprendo que ese mismo Jesús está aquí, ahora, y si Él permitió que llegaran aquí, en esas condiciones, es porque ha logrado en ellos otros milagros, imperceptibles a nuestros ojos, pero perceptibles al espíritu, como la rendición de sus almas a Dios. Dios quiera que nos enfoquemos en el hoy para entender lo bienaventurados que fuimos, que hemos sido y que al agradecer, siempre seremos. El Espíritu Santo nos guíe a rendirnos hoy a su voluntad, a ser agradecidos cada día de nuestras vidas y no solo cuando ya nuestros cuerpos desgastados sean un caparazón inservible que doblegue nuestro orgullo.
Agradecer es crear un milagro; convertir tu desierto en primavera, llenar tu alma del gozo inefable de la vida.-
Rosalía Moros de Borregales
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