La distopía ocurre hoy
China está construyendo una inmensa cárcel digital. Y en Europa buscan imitarla
Marcos Villasmil:
El 2024 ha sido un año lleno de distopías para todos los gustos. Pero veamos primero qué queremos decir con esta palabreja, “distopía”.
Lo primero: es el perfecto contrario de una palabra más conocida, “utopía”.
Las utopías son descripciones de sociedades ideales, donde los problemas sociales, económicos y políticos han sido resueltos. El término proviene del libro «Utopía» (1516) del asesor de Enrique VIII, luego santo británico, Tomás Moro, que describe una sociedad perfecta en una isla imaginaria.
Las distopías, por otro lado, son representaciones de sociedades donde los ideales utópicos se han pervertido, resultando en opresión, miseria y deshumanización. Como dijera el pintor español Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”; más de una utopía ha terminado en una horrorosa distopía.
Las distopías traen consigo totalitarismo; desigualdad social y económica extremas; represión contra la libertad individual y vigilancia de la ciudadanía; degradación ambiental; aislamiento social que lleva a los ciudadanos a vivir con miedo y sin esperanza de mejora.
La literatura y la filosofía nos han dado ejemplos de ambos; «La República» de Platón es un clásico ejemplo de una utopía filosófica, donde Platón describe una sociedad perfecta regida por filósofos-reyes. Mientras, «1984» de George Orwell es un ejemplo icónico de distopía, con un régimen totalitario que usa la vigilancia y el control mental para mantener su poder. También tenemos que considerar “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, y más recientemente “Los juegos del hambre”, de Suzanne Collins, o “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood.
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Una distopía representa un futuro absolutamente indeseable, una utopía al revés en lugar de un mundo perfecto, una sociedad terrible donde las cosas han salido desastrosamente mal.
Y nadie puede negar que el 2024 produjo ejemplos de sociedades con rasgos distópicos. Destaquemos como ejemplo la España sanchista.
El sanchismo, hijo dilecto del zapaterismo -heredero de sus odios y sus rencores- está intentando crear (como bien señala Mariona Gumpert) una sociedad en donde la ignorancia y la mentira sean comunes, con un muy narciso, soberbio y mentiroso Pedro Sánchez con crecientes ínfulas de Gran Hermano orwelliano, deseando controlar todas las instituciones democráticas, en especial la justicia y la libre comunicación social.
En palabras de Cristina Casabón: «Sánchez plantea una España en la que la oposición no exista, no levante la voz ni la cabeza, porque esto no es un debate, sino un conato de odio».
Veamos lo que nos dice Gumpert:
“Las narraciones de ciencia-ficción no suelen explicar cómo llega una sociedad a convertirse en una auténtica pesadilla (con excepciones como Rebelión en la granja). Quizá es porque el narrador asume que el lector conoce la metáfora de la rana hervida. Los cambios, cuando son mínimos e imperceptibles, no sólo no preocupan: con frecuencia incluso se aplauden. La aprobación general resulta sencilla de obtener cuando se hace en nombre de algo tan etéreo como la democracia o cuando se ofrece seguridad personal. A muchas personas les aterra la libertad y no dudan en verse privadas de ella si les prometen a cambio un mundo exento de peligros”.
En este caso concreto vale la pena mencionar al México de López Obrador, la Rusia de Putin y Venezuela a partir de 1999.
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Las distopías literarias o cinematográficas generan a veces en algunas personas respuestas automáticas del tipo “eso es ficción, nunca pasaría en mi país”. Se piensa que la extraordinaria y muy distópica serie británica “Black Mirror” -estrenada hace diez años, y cada día luce más vigente- “no es realista” … Recomiendo ver el capítulo «Caída en picado». Retrata un mundo donde cada ciudadano es evaluado por sus congéneres en una escala de cinco estrellas a través del celular. Es un sistema que combina la interacción en redes sociales actuales con el sistema de puntuación que usamos para evaluar productos, empresas, vendedores, repartidores e incluso filmes. Habrá quien piense que no abrazaría este furor si le tocara habitar en un escenario así, pues no he contado que la puntuación de cada usuario le condiciona más allá de lo social. A quienes se aproximan al 5 (nota máxima) se les abren todas las puertas económicas y laborales. Al contrario, cuanto menos puntos, más restricciones. Un sistema de castas moderno. Con los odios, desprecios y envidias que le corresponden.
Black Mirror fascina, pero sobre todo, aterroriza. Porque muestra de lo que somos capaces cuando nos dejan experimentar con nuevas tecnologías.
En nuestra realidad más actual, los expertos llaman lifelogging a la tendencia a recopilar todo tipo de datos de la vida diaria gracias a las nuevas tecnologías: desde fotos y vídeos sobre lo que hacemos hasta un registro de los pasos que damos, la comida que tomamos, las horas que dedicamos a estudiar o a dormir.
Al comparar Black Mirror con el mundo actual, lo que queda claro es que la distopía ya llegó a nuestra realidad.
¿Poco realista? Recuerda también Mariona Gumpert:
“Háganse ahora con el documental “China, mi mujer tiene crédito social”. En él se muestra el control de la población a través de diferentes mecanismos, como Zhima Credit, WeChat, la tecnología de reconocimiento facial –se calcula que hay una cámara por cada dos habitantes– y el uso de la inteligencia artificial. Acciones como saltarse un semáforo en rojo o fumar en zonas prohibidas te restan «crédito social», además de exponer tu cara en grandes pantallas LED habilitadas en zonas públicas como forma de escarmiento. Una puntuación baja te imposibilita el acceso a ayudas, subvenciones, préstamos o instituciones educativas”.
China está construyendo una inmensa cárcel digital:
Parece que la mayoría de la ciudadanía está contenta con este sistema. De nuevo, como con las distopías, el asunto se nos antoja lejano. Cosas de chinos.
Pero resulta que, como se afirma en el video, algunos gobernantes europeos se han planteado instaurar sistemas similares. Y, en el fondo, suena lógico. Si vivimos en un mundo cada vez menos interesado en lo comunitario, en la política como centro civilizado de debate público, de moda la frase “todo es relativo, incluso la verdad”, y donde mi opinión es más importante que una verdad factual, la única forma de asegurar el orden social es a través de un Gran Hermano que controle a todo y a todos. El individualismo más feroz desemboca en el control más absoluto. ¿irónico, ¿verdad?.-
El Venezolano