Opinión

Entre lo malo y lo peor

¿Alguna otra nación en el mundo negociaría estos términos con quienes tuviesen a sus ciudadanos secuestrados? ¿Existen guerras en la cual una de las partes provea de ayuda humanitaria a la otra sin exigir su rendición? El Medio Oriente resulta, además de complicado, kafkiano

 

Elías Farache:

La historia del pueblo judío está llena de elecciones entre algo malo y algo peor. Entre lo malo y lo peor, lo malo es preferible. Es mejor, aunque no sea bueno. Consuela, no satisface.

 

Rabí Yojanan Ben Zakai, durante el asedio a Jerusalén, negoció y capituló ante Vespasiano para preservar el estudio de las fuentes, el acervo académico del judaísmo. Se quedó con la academia de Yavneh y sus alumnos. Muchos criticaron esta posición que significó la derrota definitiva a manos de Roma, pero logró la supervivencia del judaísmo hasta nuestros días. Era malo capitular, peor desaparecer en una guerra perdida ante un imperio cruel. Rabí Yojanan Ben Zakai eligió algo malo: no se salvaría el templo de Jerusalén, se fundaría el judaísmo rabínico que permitió la conservación del judaísmo. Lo peor hubiera sido la destrucción total del pueblo y su saber. Tito, el hijo de Vespasiano, terminó quemando el segundo templo de Jerusalén y Jerusalén.

 

La historia del moderno estado de Israel tiene varios episodios en los cuales se hubo de elegir entre algo malo y algo peor. Ben Gurion colaboraba con los británicos en la Segunda Guerra Mundial a pesar de la crueldad del Libro Blanco que limitaba drástica y cruelmente la inmigración judía a la Palestina del Mandato Británico. No colaborar con el esfuerzo de guerra británico sería apoyar a los nazis, algo sin duda peor.

 

El 7 de octubre de 2023 significa para Israel y los judíos un llamado de atención muy fuerte de lo barata y poco llorada que es la sangre judía por parte de una espeluznante mayoría. Es el evento más trágico desde la Shoá, el Holocausto. Hombres, mujeres y niños fueron asesinados, vejados y secuestrados. El mundo ha sido impasible ante los hechos conocidos por todos. Luego de casi dieciséis meses de guerra, de eventos insospechados en el convulsionado Medio Oriente, cuando quedan 98 rehenes en Gaza, se llega a un esquema que podría liberar a las infortunadas victimas en etapas no confirmadas.

 

El acuerdo que empieza a ejecutarse justo cuando se escriben estas líneas es malo. Israel no recibe a todos los rehenes, existe una caprichosa e injusta clasificación de estos, y se trata a la contraparte y sus aliados como entes respetables. Sin entrar en ningún otro calificativo, basta mencionar que se trata de secuestradores. Y es el secuestro un crimen que todos condenan fuertemente, menos en este caso particular de los israelíes.

 

Dentro de Israel existen posiciones encontradas. Por un lado, está el compromiso ético de rescatar los secuestrados a cualquier precio. Se trata de personas inocentes, de familias que sufren la desaparición de sus seres queridos. Hay toda clase de individuos, incluyendo infantes. El dolor de toda la sociedad israelí es inmenso, la vergüenza de haber permitido que ocurriese el 7 de octubre es tremenda. Es el sufrimiento de toda una nación.

 

La experiencia pasada de canjear rehenes israelíes por prisioneros condenados en Israel ha sido desastrosa. Los liberados de las cárceles israelíes retoman sus andanzas y ocurren más atentados. No hay que ir muy lejos: Yahya Sinwar, autor intelectual y material de los acontecimientos del 7 de octubre de 2023, fue liberado cuando se intercambiaron 1000 prisioneros por Gilad Shalit el 18 de octubre del 2011. No cabe duda de que un acuerdo de liberación masiva es peligroso. ¿Es un argumento suficiente para no aceptar un acuerdo que libere rehenes aun a cuentagotas?

 

La consideración que obliga a realizar el acuerdo es que sería peor no hacerlo. Los 99 rehenes estarían condenados a muerte. Es terrible recibirlos en cuotas, pero es cuestión de salvar los que se puedan. Israel ha presionado para recuperar a sus secuestrados, pero el consenso mundial es que debe negociar con quienes retienen a estas desdichadas víctimas. No se entiende muy bien la postura de quienes presionan Israel para implementar este acuerdo, sin ejercer la presión total sobre quienes fungen de contraparte. Se legitima el secuestro como instrumento de negociación. Se tolera a quienes apoyan a los secuestradores. Se liberan prisioneros convictos y confesos. Se negocian cuotas y se etiqueta alegremente aquello de razones humanitarias.

 

¿Alguna otra nación en el mundo negociaría estos términos con quienes tuviesen a sus ciudadanos secuestrados? ¿Existen guerras en la cual una de las partes provea de ayuda humanitaria a la otra sin exigir su rendición? El Medio Oriente resulta, además de complicado, kafkiano.

 

Al llegar a casa las primeras tres jovencitas liberadas, embarga a todos en Israel una alegría indescriptible. La emoción se traduce en llanto y no se deja de pensar en el resto de los rehenes, ni cómo será de terrible aquellos que regresen cadáveres, o si el acuerdo finalmente se completará. Una y otra vez, los israelíes y los judíos, también otras gentes de bien, se preguntan por qué no se han liberado a todos los rehenes, por qué persiste esta situación tan terrible. La respuesta es obvia y triste.

 

La dirigencia israelí optó por aceptar este acuerdo que, siendo malo, es mejor que la alternativa de no tener a los rehenes de vuelta parcial o totalmente, aun a sabiendas de los riesgos que se corren. La presión que se ejerció sobre Israel para que aceptase negociar y aceptar los términos de la negociación, fue tremenda. De parte de su aliado más cercano, los Estados Unidos de América, y mediante la administración saliente de Joe Biden y la entrante de Donald Trump. Los israelíes y los judíos, siempre agradecidos de sus amigos y sus gestos de solidaridad, no dudan en reconocer los esfuerzos y el interés de los americanos en resolver este asunto. Queda el sabor amargo de sentirse presionados, y sin todos los rehenes de vuelta, negociando con quienes no se debería tratar en ninguna circunstancia. Obligados a elegir entre lo malo y lo peor.

 

Del “don´t” de Joe Biden al “hell” de Trump, se puede extraer un denominador común: la sangre judía es barata. Damos las gracias porque se ha podido elegir lo mejor… pero entre lo malo y lo peor.

 

Como siempre, a Di-s hemos de encomendarnos.-

 

Elías Farache S.

19 de enero de 2025

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