Esperanza. La autobiografía del Papa Francisco
Toca todos los temas personales, familiares y sociales y ofrece su visión de asuntos controvertidos
Javier Duplá sj.:
Que un Papa en ejercicio publique sus memorias nos sorprende gratamente. Pero como dice el coautor, Carlos Musso, “Por voluntad de su santidad el papa Francisco, esta autobiografía debería haber sido publicada tras su muerte. Pero el nuevo Jubileo de la Esperanza y las necesidades que imponen estos tiempos lo han persuadido a difundir ahora su valioso legado.” Estas memorias tiene que haberlas recogido a lo largo de su extensa vida, porque tienen tanto detalle que no pueden haber sido improvisadas en la vejez. Llama mucho la atención el conocimiento que tiene del cine y sus artistas. Se ve que ha leído mucho desde adolescente y comenta muchos libros. Toca todos los temas personales, familiares y sociales y ofrece su visión de asuntos controvertidos como son el papel de las mujeres en la Iglesia, el abuso de menores, el sentido religioso popular, el futuro de la Iglesia, el diálogo interreligioso, la lucha contra las dictaduras, la inteligencia artificial. En este artículo solo ofrecemos algunos pocos de esos temas e invitamos al lector a que lea la autobiografía, porque disfrutará del tiempo dedicado a ella.
- Un tema muy presente no sólo en esta autobiografía, sino en toda su vida sacerdotal, episcopal y pontifical es el rechazo a la guerra, que pone en peligro realmente la vida del hombre sobre la Tierra:
“El uso de la energía atómica con fines bélicos es, hoy más que nunca, un crimen, no solo contra el hombre y su dignidad, sino también contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. Es inmoral, como inmoral es tan solo la posesión de armas atómicas. Se nos juzgará por ello. Las nuevas generaciones se levantarán como jueces de nuestra derrota si la paz solo va a ser «ruido de palabras» y no la llevamos a cabo con nuestros actos entre los pueblos de la tierra. Hay todavía tantas armas atómicas en el mundo que este puede volar por los aires cuatro veces cada año, y tantas armas químicas como para que desaparezca toda la población mundial cinco mil veces. Y las armas, todas ellas, no son solo mensajeras de muerte: son también el termómetro de la injusticia. Y la injusticia es la raíz perversa de la pobreza. No puede hablarse de armas sin hablar de la profunda injusticia que determinan y protegen, el privilegio de la minoría en perjuicio de la mayoría.” (p. 197)
- Otro tema presente es el papel de la mujer en la Iglesia. Se ve que siente gran aprecio por el sexo femenino, cuenta sus fugaces enamoramientos de niño y adolescente, y ahora piensa que la Iglesia está abriéndose un poco, sólo un poco, al papel tan importante que en un futuro debe jugar la mujer.
“La Iglesia es mujer, no es varón. Los clérigos somos varones, pero nosotros no somos la Iglesia. La Iglesia es mujer porque es esposa. Y es el santo pueblo fiel de Dios: hombres y mujeres juntos. Por ello, fijar criterios nuevos y nuevas modalidades con el fin de que las mujeres participen en mayor medida y adquieran un papel protagonista en los ámbitos de la vida social y eclesial, para que su voz tenga cada vez más peso y se les reconozca cada vez más su autoridad, es un desafío más urgente que nunca. Tenemos que avanzar. (…) Si los clérigos no sabemos comprender qué es una mujer, qué es la teología de una mujer, nunca comprenderemos qué es la Iglesia. Uno de los grandes pecados que hemos cometido es el de «masculinizarla». Por tanto, hay que «desmasculinizar» la Iglesia. Eso sí, teniendo presente que «masculinizar» a la mujer no sería humano ni cristiano, dado que el otro gran pecado es, sin duda, el clericalismo. Por lo que no se trata de cooptarlas a todas en el clero, de convertirlos a todos y a todas en diáconos con orden sagrado, sino de poner en pleno valor el principio mariano, que en la Iglesia es todavía más importante que el petrino: María es más importante que Pedro, y la naturaleza mística de la mujer es más grande que el ministerio.” (pp. 220-1)
- La esperanza es el título de su autobiografía. Y a pesar de las barbaridades que contemplamos en nuestro mundo de hoy, es una virtud que no debemos perder. La compara con una niñita que ríe y juega, que da vida a las otras virtudes teologales, que son la fe y la caridad.
“La esperanza es una experiencia real y concreta. Incluso la esperanza laica. La comunidad científica considera que esta característica de la especie humana forma parte de los mecanismos de supervivencia más poderosos que existen en la naturaleza, por ejemplo, para reaccionar ante las enfermedades. Se trata de una de las cualidades más complejas del hombre, que permite que nuestro cerebro, dotado de dianas químicas, pueda ser eficazmente alcanzado por la interacción social, las palabras y los pensamientos. A la luz de los descubrimientos más recientes, se ha establecido que la confianza, la espera y las expectativas positivas mueven una infinidad de moléculas, y que este importante componente psicológico utiliza los mismos mecanismos que las medicinas y activa las mismas vías bioquímicas. En definitiva, no se trata de ilusión ni de simple confianza, la esperanza humana es, en realidad, una medicina que cura. Pero la esperanza es muchísimo más que eso: es la certeza de que hemos nacido para no morir nunca más, de que hemos nacido para las cumbres, para disfrutar de la felicidad. Es la conciencia de que Dios nos ama desde siempre y para siempre, que nunca nos deja solos: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? […] Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado», dice el apóstol Pablo (Rom 8, 35-37). La esperanza cristiana es invencible porque no es un deseo. Es la certeza de que caminamos hacia algo que no desearíamos que fuera, sino que ya es.” (pp. 312-3)
- Francisco estima mucho la religiosidad popular, qué él ha vivido de cerca y con gusto durante toda su vida. Lo explica muy bien:
“La opción preferente de la Iglesia para los pobres debe llevarnos también a conocer y valorar sus formas culturales de vivir el Evangelio. El hombre es un ser social por naturaleza. Con las palabras de Juan Pablo II, podemos decir que «el hombre es a la vez hijo y padre de la cultura en la que está inmerso». En esto la fe no hace excepciones. La fe se manifiesta siempre culturalmente. La fe es, sobre todo, una gracia divina, pero también es un acto humano, y, por consiguiente, un acto cultural. Cuando como Iglesia nos acercamos a los pobres, constatamos, más allá de las enormes dificultades cotidianas, un sentido trascendente de la vida. De algún modo, el consumismo no los ha atrapado. La vida aspira a algo que trasciende esta vida. El sentido trascendente de la existencia que se ve en el cristianismo popular es la antítesis del secularismo y de la mundanidad. Es un punto clave. Aparecida nos dice que es «una grandiosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia». En la espiritualidad de esos hombres y esas mujeres hay un «rico potencial de santidad y de justicia social». (p. 217)
Otros temas dignos de admiración por la importancia en su vida y al mismo tiempo por su trascendencia son los siguientes: visión de la Iglesia futura, ecumenismo, confesión personal de fe, su relación con los niños, sentido del humor, importancia de la educación, cambio climático y el peligro de extinción de la raza humana, inteligencia artificial. Francisco es toda una enciclopedia de temas y preocupaciones vigentes y futuras, que quiere sacudir la conciencia de los gobernantes del mundo antes de que sea demasiado tarde.-
Barcelona, Penguin Random House, 2025, 374 p.