Forjando el carácter según los principios divinos
Las emociones deben gestionarse, para lograr el equilibrio
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Rosalía Moros de Borregales:
La verdadera conquista de la vida comienza en nuestro ser interior. Cuando aspiramos conquistar metas externas nos tropezamos con una verdad irrefutable: Las batallas internas son parte esencial en el forjamiento de un carácter sólido. Es imprescindible trabajar primero en la conquista de uno mismo; el dominio de nuestras emociones, el fortalecimiento de nuestro carácter y el desarrollo de una voluntad firme. Este proceso no es inmediato una vez que decidimos buscarlo y trabajarlo, ni tampoco es sencillo, pero es el fundamento de una vida con propósito.
No cobardía sino espíritu de dominio propio.
El apóstol Pablo escribió en su carta a su discípulo Timoteo (1:7) que Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de amor, de poder y de dominio propio. Es a través del amor a nosotros mismos que podemos lograr la conquista de nuestra alma, sabiendo que el verdadero amor nos muestra la verdad, y la verdad nos hace libres. Es esa bondad hacia nosotros, en primer lugar, la que nos da la capacidad del poder de la voluntad para hacer lo que es necesario. Y luego del amor, el poder sobre nuestro propio ser interior nos capacita para el auto dominio; para no ser determinados por nuestras emociones, ni por las circunstancias, sino por el ímpetu y la inspiración que Dios da a aquellos que saben que en la arena de la vida se libran múltiples batallas; que no se trata de estar siempre de pie, que lo importante es levantarnos una y otra vez.
Las palabras del apóstol Pablo a su discípulo nos revelan una verdad clave para desarrollar un carácter cristiano. Aunque las emociones son parte de nuestro ser, no estamos destinados a vivir dominados por ellas; por el contrario, Pablo le enfatiza a Timoteo que no podemos conformarnos a ser cobardes, personas pusilánimes que carecen del coraje para afrontar situaciones difíciles. Pues, Dios nos ha equipado con el espíritu necesario para tener dominio sobre nuestras emociones, gestionarlas de acuerdo a las demandas de cada situación y construir un carácter sólido que nos habilite para actuar en integridad.
La inteligencia emocional.
La idea no es convertirnos en robots, carentes de emociones; pues las emociones son como los colores en la paleta del pintor, le dan vida a su obra. La vida no se puede vivir en blanco y negro. Sin embargo, las emociones deben gestionarse, para lograr el equilibrio. No hay balance en la pintura cuando un color predomina de manera exagerada sobre otros. El psicólogo Daniel Goleman, en su libro Inteligencia emocional, explica que las personas con alta inteligencia emocional no reprimen sus emociones, sino que las gestionan con sabiduría. Es decir, que la inteligencia emocional proporciona la capacidad de tener dominio sobre las emociones y saber en qué momentos se les puede dar rienda suelta a una u otra. O cuando hay que ponerles el freno. Aristóteles solía decir: “El dominio propio es la clave de la virtud.”
La importancia del autoconocimiento.
El autoconocimiento es el primer paso para el dominio personal. Sin saber quiénes somos realmente, ¿cómo podríamos aspirar a mejorar? En la Biblia, el salmista expresa un anhelo profundo de ser conocido y guiado por Dios: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos y ve si voy por mal camino y guíame en el camino eterno.” (Salmo 139:23). Cuando nos detenemos a analizar nuestras emociones, podemos descubrir que muchas de nuestras reacciones no son respuestas racionales, sino impulsos condicionados por experiencias pasadas, creencias limitantes o inseguridades profundas. Si queremos dominar nuestras emociones, el primer paso es comprenderlas y conocer su origen. Al mirarnos con honestidad, reconociendo nuestras debilidades delante de Dios en oración, podemos recibir su gracia y su amor para comenzar el camino de la transformación.
Las emociones bajo el poder de la gracia.
La gracia nos da cabida en los brazos de Dios. No necesitamos ser perfectos o intachables para acercarnos a Él. Como dice el pastor Dante Gebel al referirse a la gracia: “la escandalosa gracia de Dios”. Y si, es escandalosa porque no depende del mérito de cada uno, solo depende de su indescriptible amor, mostrado y magnificado en la cruz de Cristo. Cuando rendimos nuestras emociones a Su gracia, dejamos de ser esclavos de nuestras reacciones y comenzamos a ser moldeados a Su imagen.
Las batallas internas: el verdadero campo de entrenamiento.
Todo ser humano enfrenta conflictos internos. A lo largo de la vida, luchamos contra el miedo, la frustración, la duda y el desánimo. Sin embargo, no son estos sentimientos los que determinan nuestro futuro, sino la manera en que decidimos enfrentarlos. Jesús mismo nos advirtió sobre las dificultades de la vida, pero nos dio una clave para superarlas: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33). A través de la gracia de Dios en Jesucristo podemos transformar la ira en dominio propio. El apóstol Santiago (1:19-20) nos aconseja tiernamente: “Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, ser lentos para hablar y para enojarse; pues la ira humana no produce la justicia que Dios quiere”.
Cuando el miedo nos rodea casi hasta estrangularnos. Cuando el futuro parece absolutamente incierto y el temor nos asalta en medio del día, el profeta Isaías (41:10) nos recuerda aquellas hermosas palabras para Israel, las cuales podemos tomar libremente para nosotros, porque todas sus promesas son Sí y Amén en Cristo Jesús: “No tengas miedo, pues Yo estoy contigo; no temas, pues Yo soy tu Dios, siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con mi diestra victoriosa”.
Cuando nuestros corazones son turbados por todos los conflictos del mundo, cuando nuestro micro-mundo parece desmoronarse y la angustia se convierte en una opresión sobre nuestro pecho, que nos hace pensar en un infarto, El Señor nos habla en la voz de Pablo (Fil. 4:7): “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
A lo largo de la historia, los grandes líderes y santos no han sido aquellos que nunca enfrentaron dificultades, o que nunca fallaron, sino aquellos que supieron vencer sus propias batallas internas con su fe puesta en Dios y la determinación que Su Espíritu Santo produce en nosotros.
No ser esclavos de nuestras emociones, sino sus maestros.
Las emociones son parte de nuestra naturaleza, pero no debemos ser dominados por ellas. Quien aprende a gestionar sus emociones en lugar de ser gobernado por ellas posee una ventaja inmensa en la vida. El libro de Proverbios nos aconseja: “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad.” (Proverbios 14:29) Para lograr el dominio propio, debemos practicar esta estrategia: Si ante cualquier situación de stress comenzamos a respirar profundamente y damos cabida a la reflexión antes de reaccionar, no actuaremos impulsivamente, sino tendremos un momento para analizar la situación y responder con sabiduría. El escritor Stephen Covey explica: “Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad y poder para elegir nuestra respuesta.” Aprender a dominar nuestras emociones nos permitirá vivir en paz con Dios y con nosotros mismos.
Forjar un carácter sólido.
Uno de los mayores desafíos en la vida es la perseverancia. No siempre tendremos fuerza ni ánimo para seguir adelante, pero la clave del éxito está en levantarnos después de cada caída. “Porque siete veces caerá el justo, y volverá a levantarse.” (Proverbios 24:16) Thomas Edison, quien fracasó miles de veces antes de inventar la bombilla eléctrica, dijo con convicción: “No he fracasado. Solo he encontrado 10.000 maneras que no funcionan”. Así pues, el éxito en la vida no se trata de no equivocarnos, sino de aprender de nuestros errores y seguir adelante con más determinación. Si al caer, o sentirnos desfallecer volvemos nuestra mirada al Señor, Él nos concederá la fuerza de su amor y cada vez nuestro carácter reflejará mejor las virtudes de ese inenarrable amor.
«Vosotros, poniendo toda diligencia, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal, y al afecto fraternal, amor”. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
II Pedro 1:5-6.
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