Juan Pablo II: Reconciliación, trabajo y vocación al amor
Volver a San Juan Pablo II en este año de gracias jubilares, es sin duda un buen camino para renovar la fe y por supuesto la esperanza
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Beatríz Briceño Picón:
El trabajo como clave de la misión y como el lugar donde los laicos realizan su vocación bautismal, fue el foco del Papa Amigo, cuando estuvo en Ciudad Guayana, en la última etapa de su primera visita a Venezuela en 1985.
Han pasado 40 años de estas efemérides, que están siendo recordadas con agradecimiento por muchos venezolanos; pero constatamos que la gran misión nacional, que precedió aquel viaje, no removió gran parte de nuestra tierra, y la semilla que sembró el Papa santo, no dio el debido fruto en miles de corazones.
Tenemos todo este año y también el próximo, en que se cumplirán los 30 años de su segundo viaje, para volver sobre el legado que nos dejó en sus palabras cargadas de amor y esperanza. Resuena en la memoria aquella conocida frase: no tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo. Y en este año jubilar de la encarnación, se nos hará muy fácil porque contemplaremos a un Dios hecho Niño, siempre con María y José. Hijo de carpintero y aprendiz de la madera y de la casa de los tres, que se abre para cobijar en ese gran hogar que es la Iglesia a todos los que somos hijos de Dios en Jesucristo. Será importante ahondar en el profundo sentido de la libertad de los hijos de Dios, anclada en una antropología teológica que contempla a los seres humanos como personas libres llamadas a un amor trascendente y eterno. Los seres humanos, fuimos llamados al trabajo desde el origen, cuando Dios nos dotó de inteligencia y voluntad y nos pidió que sometiéramos la tierra. Entre todas las creaturas del mundo el hombre trabaja porque es semejante a Dios y solo a nosotros se nos ha dado como tarea que humanicemos el mundo.
Sin embargo, por la deshumanización que ha traído el trabajo en muchos lugares, que han impuesto la primacía de la materia frente al espíritu, la Iglesia no se cansa de pedir una revisión radical de las nociones de progreso y desarrollo. El Papa Juan Pablo II insistió, en Ciudad Guayana, en la necesidad de ahondar en que el trabajo sea siempre para la persona y la familia y no al revés. E instó a ver la familia como comunidad interpersonal entre un hombre y una mujer llamados a transmitir la vida a los hijos, creados también ellos a imagen y semejanza de Dios, con un destino trascendente. Insistió también Juan Pablo II, en la necesidad de colocar constantemente en primer plano el principio de la prioridad del trabajo frente al capital. Y continuó diciendo que a la luz de este principio hay que estudiar el “gran conflicto” que se mantiene desde hace más de dos siglos en el mundo.
La nueva Evangelización que tanto avanzó antes de 1985, debe repotenciarse en este Siglo XXI donde las luces y las sombras se han fortalecido y han creado esa nueva cultura de las redes tan difícil de encauzar. La tecnología debe servir a la sabiduría, y juntas deben ir a cada persona invitándola a descubrir su grandeza, que no es otra que saborear desde ahora lo que significa nuestra filiación divina y nuestra llamada universal a una plenitud de vida en Cristo, en continua comunión y unión con nuestra familia eterna.
Cuando el Papa Francisco escribió su Carta encíclica Fratelli tutti, nos regaló una brújula para reforzar nuestra identidad cristiana y ahora con la Encíclica Dilexit nos, sobre el amor humano y divino de Jesús, nos ha reforzado la orientación. Si estas dos Encíclicas las leemos con la luz que trajo al mundo San Juan Pablo II con sus catequesis sobre Teología del cuerpo y la formación previa del Catecismo de la Iglesia católica de 1992 y de los Compendios de 2004 y 2005 (el primero sobre el humanismo integral y solidario abierto a la trascendencia y el segundo sobre la Doctrina Católica en base al gran Catecismo de 1992) la mesa de formación está bien apoyada.
Volver a San Juan Pablo II en este año de gracias jubilares, es sin duda un buen camino para renovar la fe y por supuesto la esperanza. Se trata sobre todo de fortalecernos, para que nuestro corazón de hijos de Dios en Jesucristo, reciba el oxigeno necesario para lograr la unidad entre los bautizados y la comunión con el Papa, los pastores y todos los hombres y mujeres de buena voluntad.-
Beatriz Briceño Picón
Humanista y Periodista