Trabajadores: ¡Sin Empresarios, no hay Paraíso!
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José Antonio Gil Yepes:
Lo que me motiva a compartir estas reflexiones con Uds. es la distancia que todavía existe entre trabajadores y empresarios. A pesar de que la crisis económica prolongada ha generado casos de verdaderas alianzas empresarios-trabajadores y de que la conflictividad laboral en las empresas privadas está en niveles mínimos debido a que los trabajadores no tienen mejor opción para trabajar que la empresa privada, no hemos divulgado una metodología para masificar y hacer más eficiente y productivo los procesos de acercamiento.
La distancia original que separaba a empresarios y trabajadores se debió a las duras condiciones de trabajo durante la Revolución Industrial del Siglo XIX. Siendo sinceros, no debe extrañar que Karl Marx escribiera las pésimas soluciones que propuso para resarcir y liberar a los trabajadores de lo que llamó la explotación del trabajo por el capital. De un engendro polarizado salió el otro porque algunos remedios pueden ser peores que la enfermedad: El Odio y la Lucha de Clases para acabar con el capitalismo-propiedad privada mediante la Dictadura del Proletariado y luego instalar una sociedad Comunista.
Desafortunadamente, estos conceptos marxistas arroparon a los partidos comunistas, social demócratas y hasta social cristianos y esa corriente tuvo primacía, hasta la caída del muro de Berlín. Sin embargo, las Dictaduras del Proletariado, en los países donde se instaló, China, la URSS, Corea del Norte, Cuba, y Europa Oriental bajo el dominio soviético, fueron, no sólo un rotundo fracaso económico y político, sino también un gran engaño, pues la clase capitalista dominante fue sustituida por una clase dominante política, más represiva y empobrecedora.
Los países llamados “socialistas”, no comunistas, bajo regímenes social demócratas, como en los casos de Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, fueron menos empobrecedores y represivos. Sin embargo, el ejemplo de la recuperación de Alemania Occidental después de la Segunda Guerra, su enorme contraste con la pobreza y la represión que reinaba en Alemania Oriental; el ejemplo de la recuperación acelerada de Gran Bretaña bajo los tres gobiernos de centro derecha de Margaret Thatcher y su contraste con la pobreza, las huelgas y la tristeza de ese país bajo los gobiernos Laboristas, sirvieron de espejo en que el que se vieron los países nórdicos y decidieron virar hacia el centro, reduciendo el estatismo, los controles y creciendo en alianzas empresas-trabajadores. Este proceso se reforzó con la caída del Muro de Berlín, luego con el de la URSS, y con la incorporación del capitalismo en China por Deng Xiao Ping.
Así, países comunistas y socialdemócratas han evolucionado hacia una mayor aceptación de la empresa privada y en ellos se observa un acercamiento tripartito entre los trabajadores, empresarios y gobernantes. Este es el mejor ejemplo que los trabajadores y empresarios pueden seguir en Venezuela, no el de la desconfianza y desunión. Ambos se necesitan uno al otro para impulsar las políticas necesarias para acelerar la salida de la crisis en que seguimos, siendo los más perjudicados los trabajadores y los desempleados.
El odio de clases en Venezuela lo sembró José Tomás Boves para movilizar la gente de color en su guerra contra de los blancos, mantuanos, propietarios esclavistas-feudales-capitalistas, como Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, José Félix Ribas, José Antonio Anzoátegui, Rafael Urdaneta, Luisa Cáceres de Arismendi, entre casi todos los héroes de la Independencia..
A principios del Siglo XX, el odio de clases, como concepto teórico marxista, fue introducido en Venezuela por sindicalistas comunistas, quienes, a su vez, fueron los fundadores del Partido Comunista. Muchos de los eventuales socialdemócratas, de los partidos como AD y URD, fueron primero marxistas, que luego se movieron hacia una posición de centro izquierda, aunque siempre demasiado estatista, controladora y desconfiada de las empresas privadas. Eventualmente nos damos cuenta de que su lucha contra la empresa no era tanto para desarrollar socioeconómicamente a la población, sino para controlarla a través de dádivas que crearan compromisos electorales, y siempre evitando la alianza empresarios-trabajadores porque ella mermaría su poder.
La conflictividad del llamado Trienio Adeco, 1945-1948 contra empresarios, militares y colegios católicos llevó al golpe de Estado de 1948 y a la instalación de una década de dictadura militar, aunque también estatista y represiva, que hizo obras de concreto, pero destruyó instituciones.
Cuando regresamos a la supuesta democracia de 1959 en adelante, los líderes social demócratas y social cristianos que controlaban el poder parecen haber aprendido, al igual que los países nórdicos, que no podían gobernar polarizando. De allí el enfoque pluralista, aunque muy limitado, que aplicaron los gobiernos del Pacto de Punto Fijo, 1959-1998.
En esos 40 años, cuando los precios del petróleo subían, los gobiernos gastaban, movían el consumo popular, sobrevaluaban el bolívar, promovían las importaciones, limitaban el empleo nacional, incrementaban los subsidios, provocaban inflación, culpaban al empresariado de esos disparates para controlar los precios y el cambio. Cuando caían los precios del petróleo y el gasto público para mover el consumo, los gobiernos buscaban que fuesen los empresarios quienes moviesen la economía con su inversión. Para atraerlos, el gobierno de turno liberaba los precios y el cambio; hasta que volviesen a subir los precios petroleros. Un ejercicio muy insincero de concentración solapada del poder político en los partidos que controlaban el gobierno. Lo cual incluía evitar diversificar la economía y las exportaciones en manos privadas, a pesar de que, con ello, mantuvieron a las mayorías que decían defender en la pobreza, pero comiendo de la dádiva para que votaran por ellos.
Esta política económica esquizofrénica se acentuó a partir del disparo de los ingresos fiscales petroleros en 1974. A partir de esa bonanza, bajaron los conflictos laborales, no sólo porque la capacidad de gasto público y de consumo se dispararon, sino también porque partir de allí surgió de manera silenciosa pero efectiva una nueva matriz de opinión sobre los culpables de los grandes problemas sociales: Se hizo inútil que los partidos políticos y gobiernos siguieran culpando al capital privado de los problemas del país. Ellos “tenían la sartén por el mango.”
El patrón esquizofrénico de políticas económicas duró hasta 1999. Con Hugo Chávez en el poder, ante la caída de los precios del petróleo, su gobierno no recurrió a la estratagema de atraer temporalmente la inversión privada para evitar el deterioro socioeconómico de la población, sino que se mantuvo fiel a su ultraizquierdismo y, más bien, cuando los precios se recuperaron, comenzaron las expropiaciones y confiscaciones de propiedades privadas. A este nuevo enfoque generador de más pobreza, se le sumó el desmontaje de la tecnocracia petrolera y su sustitución por un cuerpo clientelista no calificado que terminó en grandes casos de errores y corrupción. La mala administración de la principal fuente de ingresos fiscales y de divisas del país, utilizada tradicionalmente para financiar el populismo y el estatismo, colapsó su propia producción petrolera a partir de 2014. Este proceso hizo que los trabajadores de las empresas del Estado y las recién estatizadas vieran cada vez más mermados sus ingresos, al punto de que hasta en la misma PDVSA sistemáticamente ocurren renuncias “porque el sueldo no me alcanza.” De allí el viraje de las expectativas de los trabajadores hacia la empresa privada como su tabla de salvación.
Tal cual, como el ideograma chino para la palabra “crisis, que se escribe con dos caracteres que significan “peligro, amenaza” y “punto crucial cuando algo empieza a cambiar”, la pobreza persistente y el colapso económico, incluyendo el de la fuente que financiaba el populismo, han puesto de manifiesto en Venezuela un proceso en el que los conflictos laborales se encuentran a niveles históricamente bajos, pero esta vez no porque sobre, sino porque falta, y el único refugio que encuentran los trabajadores ha sido la empresa privada.
Dejemos para la próxima entrega la descripción de nuestras experiencias sobre el cómo se han construido escenarios de transformación de las relaciones empresa-trabajadores en tantos casos que han pasado de ser desconfiadas o distantes a ser relaciones sinérgicas. Lo único que adelanto es que ambas partes “tienen que poner de su parte” para aprovechar una enorme oportunidad que beneficiaría a todas las personas sensatas y que no estén jugando a amasar cuotas de poder.-
@joseagilyepes