El ancla de la fe
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Rosalía Moros de Borregales:
Se dice que el ancla es casi tan antigua como el mundo. Se han encontrado datos arqueológicos del año 2600 a.C en Egipto, que reportan la existencia de artefactos usados para estabilizar las embarcaciones. Sin embargo, se atribuye la invención de la que conocemos hoy en día como el ancla, a los griegos en el siglo 7 a.C, construidas en hierro. Mientras más pesados y grandes son los barcos más pesada debe ser su ancla. El ancla mas grande del mundo es la conocida como el ancla Nimitz, usada en los portaviones de la Armada de los Estados Unidos, la cual pesa 30 toneladas.
Es fácil imaginar cuánto habrán trabajado los hombres en la antigüedad en la búsqueda de la solución a la estabilidad de sus embarcaciones, en esa enorme autopista que son los océanos, explorando el mundo y llevando productos de un sitio a otro. El propósito fundamental del ancla es mantener la embarcación en una posición estable, impidiendo de esta manera que se desplace. En el fondo del océano las grandes corrientes marinas, y arriba en la superficie, los vientos y las mareas pueden convertir al barco mas grande en un pequeño barquito de papel a la hora de un ancla que no funciona.
Cuando se suelta el ancla, ésta se hunde hasta el fondo, de donde se agarra firmemente al lecho marino. Este agarre crea resistencia, la cual impide que el barco se mueva. El funcionamiento del ancla está sujeto a dos factores claves: Por una parte, el peso del ancla y de la cadena que la lleva hasta el fondo marino y, por otra parte, la capacidad de los dientes del ancla para penetrar el fondo y sujetarse. A medida que las olas y el viento mueven la embarcación, aumenta la resistencia en la cadena y esta fuerza, a su vez, hace que el ancla aumente la fuerza de sujeción.
De la misma manera, nuestras vidas son como las embarcaciones que navegan en un océano inmenso lleno de misterios, de bellezas y de peligros de todo tipo; formados tanto por elementos que provienen de la profundidad de sus aguas, como de las tormentas arrastradas por los vientos y las mareas en la superficie. Y como toda embarcación, sin ancla estaríamos a la deriva en cualquier momento. Así pues, podemos trabajar incansablemente construyendo un imperio de nuestra vida, como un gran barco de lujo, pero sin ancla, fácilmente todo lo que hemos construido se desmoronará irremediablemente.
El autor de la epístola a los Hebreos (6:9) nos habla de las promesas de Dios, de la promesa de salvación, la cual tenemos como segura y firme ancla del alma: “Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo”…
Esta última parte “que penetra hasta dentro del velo” es crucial. El velo en el templo de Salomón separaba el lugar santísimo, es decir, el lugar donde habitaba la presencia de Dios. Jesucristo, con su sacrificio en la cruz, nos ha dado acceso directo al Padre. Cuando colgaba de aquel madero en el Gólgota, el velo del templo literalmente, se rasgó. Lo que nos separaba de la presencia de Dios fue roto mediante la cruz. Por esta razón, nuestra ancla no está en la Tierra, sino en el Cielo, asegurada en Dios.
A diferencia de las grandes anclas diseñadas en la ingeniería naval, el ancla del alma, puede ser percibida como pequeña, del tamaño de una semilla de mostaza, tal como la describió Jesús cuando les respondió a los discípulos sobre el por qué no habían podido liberar al hombre del espíritu que lo atormentaba. “Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. (Mateo 17:20). Además, puede ser percibida como algo sin forma, intangible: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Hebreos 11:1.
La certeza y la convicción en nuestro ser interior, sustentadas en las palabras de bien de Dios hacia todo aquel que se acerca a Él, creyendo que le hay, creyendo que El es, fue y será siempre a favor del ser humano, lo más preciado de su creación: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el SEÑOR, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. Jeremías 29:11-13.
Nuestra fe no es vaga; está fundamentada en Dios, en Jesucristo y su obra redentora. La palabra “certeza” en el griego significa sustancia, base, fundamento. Bajo este concepto la certeza es algo sólido sobre lo cual podemos construir. La palabra “convicción” en griego implica prueba, evidencia, demostración. En otras palabras, la fe no es una ilusión, sino una convicción tan fuerte que se convierte en evidencia en sí misma. Así como no vemos el viento, pero estamos convencidos de que existe porque podemos experimentar su impacto, así tenemos la convicción de lo que no vemos, porque experimentamos el impacto de la obra de Dios en todo lo que nos rodea.
Hebreos12:2 nos dice que Jesús es el “autor y consumador de la fe”. El término griego traducido como consumador en este pasaje, significa perfeccionador, el que lleva a la meta, o el que completa algo. Por consiguiente, nuestra fe comienza con Cristo, a través de su vida, su muerte y su resurrección. Y, en nuestro caminar con Él nuestra fe se perfecciona hasta el día que lleguemos a la meta anhelada, la vida a su lado para siempre. John Wesley (1703-1791) lo expresó de una manera hermosa: “La fe, considerada en su forma más simple, es nada menos que el ojo del alma que mira continuamente a la cruz.”
Del mismo modo que las embarcaciones y sus anclas son construidas sobre la certeza de que siempre tendrán que enfrentar tormentas, así nuestras vidas más temprano que tarde serán sometidas a las aflicciones del mundo. Tal y como les dijo Jesús a sus discípulos (Juan 16:33): “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Notemos que en la primera parte del verso el Señor se refiere a las palabras que les había hablado; pues, nuestra fe se fundamenta en las Palabras de Dios. Y en la segunda parte, afirma que en el mundo habrá aflicción; sin duda, las tormentas que cada uno enfrenta en la vida.
“Como un ancla impide que la nave se hunda en el abismo del mar, así la fe sostiene el alma en medio de las tempestades de la vida.”
Juan Crisóstomo (347-407).-
Rosalía Moros de Borregales
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