Chantal Delsol: implacable análisis del «pensamiento sistémico» y la «insurrección» contra la verdad

La insurrección de las particularidades es el título del nuevo ensayo de Chantal Delsol, publicado en enero en Francia. Se trata de un análisis implacable de la postmodernidad y de su potencial totalitario, por parte de una de las pensadoras francesas más relevantes de las últimas décadas, profunda analista de la cultura y de las corrientes sociopolíticas contemporáneas.
En español solo se ha publicado una obra suya Populismos: una defensa de lo indefendible (Ariel, 2015).

Ariel
Christophe Geffroy en el número 377 (febrero de 2025) de La Nef:
Desde la publicación de L’âge du renoncement [La era de la renuncia] (Cerf, 2011), Chantal Delsol ha acumulado una obra amplia e impresionantemente erudita sobre la posmodernidad. En esta su primera obra sobre el tema, defiende la tesis de un retorno al paganismo, que ha sido durante mucho tiempo la norma de la humanidad, tras el retroceso del cristianismo y de la noción de verdad que le es consustancial.
En Les pierres d’angles [Las piedras angulares] (Cerf, 2014) -una de sus obras más notables- demuestra que todo lo que más apreciamos -la inalienable dignidad humana, la democracia y la libertad de pensamiento, el universalismo, el progreso- se lo debemos al cristianismo, y que al negar esta contribución y su origen nosotros mismos estamos socavando los cimientos que sostienen lo que tanto apreciamos.
Luego, en La haine du monde [El odio del mundo. Totalitarismo y postmodernidad] (Cerf, 2016), fustiga el prometeísmo del hombre emancipado de todo límite, promovido por una pequeña minoría todopoderosa, el arraigo convertido en el mal absoluto y toda crítica desechada por la burla.
Por último, en Le crépuscule de l’universel [El crepúsculo de lo universal] (Cerf, 2020), muestra cómo la cultura occidental, que se pretende universal -caracterizada por el individualismo liberal, el globalismo y la democracia de los derechos humanos-, creyó haber ganado definitivamente la partida tras la caída del Muro de Berlín. La realidad es que se ha visto contestada y combatida no sólo por potencias autocráticas como Rusia, China y los países musulmanes, sino incluso en Europa por gobiernos populistas o iliberales.
Insurrection des particularités [La insurrección de las particularidades] (Cerf, 2025) continúa el libro anterior desarrollando la tesis central de esta importante obra: «La modernidad ha destruido progresivamente la posibilidad misma de lo universal, sustituyéndola por el producto de voluntades particulares» (p. 12).

La moral posmoderna
Como comprendió Tocqueville, la búsqueda desenfrenada de la igualdad es el resorte principal de la mentalidad moderna. Esta noción, desconocida en otras civilizaciones, procede del cristianismo, que defiende la igualdad ontológica de todos los hombres ante Dios. La Revolución francesa primero y el marxismo después retomaron esta idea «secularizándola» en la igualdad social, intención noble pero profundamente irreal. Pero como la necesidad de igualdad es inextinguible, se extenderá por todas partes y afectará tanto a las obras y los talentos como a los valores. A partir de ahora -y aquí estamos con el wokismo– todas las culturas o religiones son iguales, «ya no sufren la jerarquización que antes confería la cultura de los derechos humanos, […] y emitir un juicio sobre el grado de civilización o de barbarie es un delito punible» (p. 27).
El dogma de la igualdad prohíbe cualquier jerarquía o superioridad, por lo que la sociedad se desdobla en una miríada de individuos, todos ellos brillantes, y cada uno de los cuales es libre de perseguir sus deseos y anhelos, incluso los más absurdos: tal es la moral posmoderna. Lo que lleva a Chantal Delsol a afirmar que «los avatares del difunto marxismo están por todas partes en nuestras culturas infectadas de utopías estériles» (p. 51). Sin embargo, esto conduce a una situación demasiado alejada de la realidad, por lo que es necesario recurrir a la coerción para imponer esta utopía: «Así, paradójicamente, la inclusión se ve obligada a excluir constantemente a todos sus oponentes» (p. 52).
Otro legado del marxismo (y del nominalismo) es que la lucha es el único factor para entender nuestras sociedades. «La modernidad occidental inaugura la era de la lucha» (p. 68). Pero, a diferencia del marxismo, ya no se trata de construir un paraíso aquí abajo; la lucha se convierte en un fin en sí misma. «A partir de ahora, lo bueno es la igualdad y lo malo la dominación» (p. 67), que debe combatirse allí donde exista. «El particularismo de la modernidad tardía es la consecuencia de una transformación de la moral. El bien ya no es la búsqueda de la conexión, el amor y la paz, sino la búsqueda de la igualdad mediante la venganza contra la dominación» (p. 76).
La posmodernidad también vio surgir lo «sistémico», que favorece el desarrollo de las particularidades al tiempo que atenúa cualquier responsabilidad personal, ya que los males son el resultado de sistemas u organizaciones deficientes o de categorías nocivas como tales (ayer el burgués, hoy el hombre blanco heterosexual). «El pensamiento sistémico contemporáneo representa la continuidad del pensamiento marxista, pero al mismo tiempo la continuidad de la modernidad en general. El pensamiento sistémico expresa una gran esperanza de pureza: la idea de haber localizado por fin el mal, de haberlo aferrado como una mariposa a una tabla, sugiriendo que vamos a librar al mundo de él» (p. 120).
Esta evolución repercute en la política y en el funcionamiento de la democracia: «Estamos pasando de la democracia como soberanía del pueblo a la democracia como reino de las particularidades» (p. 123). Ya no son las elecciones las que hacen la democracia, sino la obediencia a las exigencias de las particularidades: las minorías, a veces minúsculas, hacen la ley mediante la intimidación de las víctimas, y su legitimidad deriva precisamente de su condición minoritaria o de los malos tratos infligidos a sus antepasados.
La razón desaparece, reinan las pasiones
Al abordar el estatuto de la ciencia y su pérdida de credibilidad, Chantal Delsol constata el retroceso de la razón y, más aún, el borrado del deseo y la sed de verdad que han caracterizado durante mucho tiempo a nuestra civilización cristiana, allanando el camino a un mundo basado en los sentimientos, las emociones y las pasiones, donde sólo la subjetividad de los individuos tiene algún valor. «El alejamiento de la verdad, que da paso a los discursos individuales, refleja un profundo rechazo del mundo tal como es y de la realidad misma. Un deseo de rehacer, cada día y cada uno a su manera, este mundo imperfecto e invivible» (p. 191).
Este mundo, que queremos reconstruir en cualquier momento, ya no se basa en la herencia y la transmisión, la historia y el apego al pasado que dan lugar al «fascismo»: «El ser humano deja de imitar a sus predecesores o antepasados y elige modelos entre sus semejantes. En otras palabras, se rompe la cadena del tiempo» (p. 241).
Es fácil comprender el movimiento Childfree, ya que todo se detiene después de esta generación, ¡que aspira a la inmortalidad! ¿Por qué tener hijos cuando sólo te interesa tu propio yo, cuando no tienes nada que transmitir, cuando aspiras a una vida en la Tierra lo más larga posible, aunque pienses que el futuro es sombrío o incluso apocalíptico?
El miedo a la «catástrofe» climática, muy bien analizado por Chantal Delsol, contribuye al odio a sí mismo tan extendido en Europa, un odio comprensible cuando se culpa al hombre de todos los trastornos que afectan al planeta: el mundo natural sigue siendo así el único legítimo, el único que merece la pena proteger, incluso del propio hombre.
«La tentación de la nada es el principal síntoma de la posmodernidad. […]. Esperamos la catástrofe bajo muchas formas» (p. 290), escribe Chantal Delsol. El cambio climático no es la única «catástrofe» que alimenta el miedo omnipresente en nuestras sociedades posmodernas; también está la «superpoblación» mundial, el riesgo de conflicto nuclear, los excesos de una tecnología desbordante que se ha vuelto loca… Este mismo exceso demuestra que «la catástrofe esperada está en la mente de la gente, no en la realidad» (p. 291). Y Chantal Delsol concluye que lo que le ocurre al «occidental de la modernidad tardía» es que » ha renunciado a la necesidad de dar sentido a la existencia. El catastrofismo contemporáneo no anuncia una catástrofe, sino que expresa la llamada del no-ser» (p. 291).
Para cualquiera que reflexione sobre la modernidad y la posmodernidad, la obra de Chantal Delsol es ahora verdaderamente esencial.-
ReL