Testimonios

Jimmy Lai, de pobre a millonario, transformado por la fe católica y la masacre de Tiananmen

Lleva más de cuatro años en la cárcel por su resistencia contra el régimen comunista chino

Jimmy Lai podía haber huido de Hong Kong y vivir una vida de ensueño en cualquier lugar del mundo. Eligió quedarse e inmolarse por su país

Jimmy Lai, el empresario de Hong Kong que lleva cuatro años en la cárcel y se enfrenta a una condena a cadena perpetua por oponerse al régimen comunista chino, tuvo unos orígenes  extraordinariamente humildes, alcanzó una gran fortuna, empezó a comprometerse políticamente tras la masacre de Tiananmen y se convirtió al catolicismo.

La fe es lo que le dio el valor «para hacer lo que es correcto»: «Por eso me metí en problemas», confiesa.

Leone Grotti ha contado su historia en el número de marzo de 2025 de Tempi:

El alborotador católico

Cuando Jimmy Lai llegó a Hong Kong en 1961 era un niño de 12 años sin dinero que huía del régimen comunista chino.

La primera noche que pasó en la isla, entonces aún colonia británica, durmió sobre un tablón, en una fábrica de guantes donde trabajaría durante muchos años diez horas al día por el mísero sueldo de 35 céntimos.

Quince años después, en 1976, Jimmy Lai ya era dueño de su propia fábrica y en 2008, tras reinventarse como magnate editorial, entró en la lista Forbes de los empresarios más ricos de Hong Kong, con un patrimonio de 1.200 millones.

Hoy Jimmy Lai tiene 77 años y duerme en un catre que no es mucho más cómodo que la cama en la que dormía cuando llegó a la isla. Lleva más de 1.500 días recluido en régimen de aislamiento en una celda de la prisión de máxima seguridad de Stanley.

Acusado de connivencia con fuerzas extranjeras, en el estrado del juicio más importante de la historia de Hong Kong, el de violación de la Ley de Seguridad Nacional, Lai es un perseguido político, culpable sólo de haber luchado siempre por la libertad y la democracia de Hong Kong. Kong. Enemigo público número uno del Partido Comunista chino, se enfrenta a cadena perpetua y a la muerte en prisión, donde pasa el tiempo dibujando crucifijos y profundizando en la teología católica.

La de Jimmy Lai es la historia de un empresario valiente y brillante, de un harapiento convertido en multimillonario, de un mártir que decidió utilizar su vida para defender la libertad de Hong Kong, la ciudad que se lo dio todo, y para mostrar al mundo la crueldad del régimen de Xi Jinping.

Jimmy Lai tuvo la desgracia de nacer en Shunde, un suburbio de Guangzhou, en el seno de una familia acomodada, con el nombre de Lai Chee-ying, el 8 de diciembre de 1947. Si hubiera venido al mundo en el seno de una familia de campesinos pobres, su vida habría sido sin duda más fácil, porque cuando Mao Zedong tomó el poder en 1949, todas las familias ricas se convirtieron automáticamente en guaridas de enemigos del pueblo.

Cuando sólo tenía tres años, como cuenta Mark L. Clifford en su biografía publicada el año pasado por Free Press y titulada The Troublemaker, el padre de Lai abandonó a la familia y se trasladó a Hong Kong, mientras él se acostumbraba a ver a su madre humillada públicamente, obligada a arrodillarse sobre una alfombra de cristales rotos, a pedir perdón delante de los funcionarios del Partido Comunista y a desfilar por las calles con un gorro de burro en la cabeza mientras la gente la escarnecía.

'El alborotador', de Mark Clifford.

Simon & Schuster

  • El alborotador‘, de Mark Clifford (Simon & Schuster): ‘De cómo Jimmy Lai se convirtió en milmillonario, en el mayor disidente de Hong Kong y en el crítico más temido por China’.

Durante sus primeros años, con su madre entrando y saliendo de campos de trabajo, el único objetivo de Lai era «sobrevivir» junto con sus dos hermanas. Recogía del suelo colillas a medio fumar, extraía el tabaco restante para liarlo en nuevos cigarrillos que vendía en la calle, robaba comida aquí y allá y trabajaba para algunos gánsteres.

Incluso entonces, contaría más de 50 años después, Dios cuidaba de él, aunque aún no supiera de su existencia. Un día fue con el jefe de una banda a comprar mecheros para venderlos en el mercado negro, pero el contacto tardó en llegar, así que decidió volver solo. Tenía siete años, subió a un tren y se bajó en la parada equivocada. Solo, asustado y hambriento, «me pareció que el mundo se había olvidado de mí, como las personas enterradas en un cementerio». Le salvó una joven, «estoy seguro de que era un ángel», que le compró comida y le ayudó a volver a casa.

De mozo de estación a empresario

A los ocho años, Lai encontró trabajo como mozo de estación, donde tuvo el primer encuentro que le cambió la vida. En 1960, en plena hambruna provocada por el Gran Salto Adelante de Mao, cuando entre 30 y 40 millones de personas morían de hambre en China, un hombre bien vestido le dio una tableta de chocolate para recompensarle por su ayuda con el equipaje. Lai no sabía lo que era, la mordió y desde entonces nunca volvió a ser lo mismo. «¡Tenía tanta hambre y el chocolate estaba tan bueno! Increíble. Le pregunté al hombre de dónde era y me contestó: ‘De Hong Kong'».

 Lai se convenció de que Hong Kong debía de ser «el paraíso» y así, con el consentimiento de su madre, a los 12 años subió ilegalmente a un barco pesquero y se encerró en una bodega con «otras 100 personas que no hacían más que vomitar» y llegó a la isla.

Hong Kong no era entonces el centro financiero con el impresionante skyline de hoy, sino que la mayoría de la población vivía en situación de gran pobreza en chabolas destartaladas, pero comparada con China era una ciudad de oportunidades. Había mucho trabajo y comida para los que podían permitírselo. Lai estaba entusiasmado: «Por primera vez me di cuenta de que la comida, poder elegir qué comer, es libertad. Estaba tan emocionado que, por respeto a la comida, comía de pie«.

El camino hacia el éxito no fue fácil. De niño en la fábrica, Lai perdió la punta del dedo índice derecho y la audición de un oído en un accidente por trabajar demasiado cerca de maquinaria pesada.

Tras aprender inglés como autodidacta, el joven Lai empezó a dirigir la producción y las ventas en varias fábricas. Pero su ambición era mucho mayor. Así que, a los 26 años, reunió una suma de 900 dólares, pidió prestados otros 385 a un compañero y empezó a jugar en la bolsa de Hong Kong en un momento en que el mercado crecía a un ritmo vertiginoso.

Antes de que se diera cuenta, había convertido su inversión inicial de 1.285 dólares en 50.000. Cansado de invertir en bolsa, volvió a la manufactura y compró (también gracias a una estafa de la que luego se arrepintió) una fábrica textil de 4.000 metros cuadrados, fundando Comitex en abril de 1975. Comenzó a suministrar productos baratos a grandes minoristas estadounidenses como JCPenney. Para eludir los aranceles a la importación de tejidos de punto de algodón en Estados Unidos, inventó los tejidos mixtos en ramia y en cinco años se convirtió en uno de los mayores fabricantes textiles de Hong Kong.

«Tienanmen me abrió el corazón»

Pero también se cansó de fabricar prendas de punto y jerseys para la gran distribución. Quería emprender por su cuenta y en 1981 fundó Giordano, la marca textil que se convirtió en sinónimo de «moda rápida«.

Tras unos años difíciles, Lai se dio cuenta de que era inútil producir cientos de prendas y modelos diferentes con la esperanza de acertar. Redujo drásticamente la producción a unas pocas docenas de prendas, pero las produjo en treinta o cuarenta colores diferentes, revolucionando el mercado. Lai cometió sus errores, como cuando se negó a invertir 5 millones para comprar el 25% de la incipiente Uniqlo, que hoy tiene más de dos mil tiendas en todo el mundo y alcanza unas ventas de 4.400 millones de euros. Pero Giordano fue amasando millones y millones, y a finales de los ochenta las tiendas de la marca estaban presentes en toda Asia y Oriente Medio.

Antes de 1989, Lai no se dedicaba a la política. Era un rico y extravagante hombre de negocios que se paseaba en un Rolls-Royce dorado y vivía en una villa con un pequeño oso como mascota.

Tenía unos recuerdos horribles de China, no le entusiasmaba que Londres hubiera llegado a un acuerdo para devolver Hong Kong a Pekín a partir de 1997, pero estaba convencido de que la apertura económica de Deng Xiaoping revolucionaría el país. Sin embargo, cuando estallaron las protestas de la plaza de Tiananmen, todo cambió: Lai, como muchos otros, quedó embriagado por el coraje de los jóvenes e imprimió los rostros de los líderes estudiantiles en una camiseta que se vendió como rosquillas, recaudando casi 200.000 dólares para el movimiento democrático. Después de la masacre del 4 de junio, dijo, «mi corazón se abrió. Fue como si mi madre me llamara en mitad de la noche».

Lai conoció a los líderes democráticos de Hong Kong, como Martin Lee, y, como un auténtico mago de los negocios, inventó formas de «vender libertad» a toda la gente que clamaba por ella en la isla. Después de Comitex y Giordano, había llegado el momento de una nueva aventura en el mundo editorial: Next.

Teresa y el bautismo

Lai lanzó el semanario homónimo el 15 de marzo de 1990 y pronto revolucionó el mercado editorial de la isla. No sólo fue el único en imprimir en color, sino también en mezclar temas serios y frívolos en el mismo periódico. Muchos editores eran tan partidarios del libre mercado y la democracia como Lai, pero ninguno dejaba traslucir esas posturas en sus artículos por miedo a que el Partido Comunista tomara represalias. Lai, en cambio, estaba convencido de que podía al mismo tiempo «ganar dinero y promover la democracia» y eso es lo que hizo, dando espacio a las ideas democráticas sin escatimar en cotilleos, escándalos y temas menos nobles (el periódico llegó a reseñar a las mejores prostitutas de la ciudad).

Metido de lleno en su nueva vida de magnate editorial, Lai firmaba una columna cada semana y en treinta años escribió unos 1.600 artículos. Fue uno de ellos, escrito en julio de 1994, el que le enemistó para siempre con el Partido Comunista, cuando, comentando una visita a Alemania del primer ministro chino Li Peng, conocido como el «Carnicero de Pekín» por su papel en la masacre de Tiananmen, denunció la barbarie y la corrupción del régimen, terminando el artículo así: «Querido Li Peng, quiero decirte no sólo que eres un bastardo, sino un bastardo con un coeficiente intelectual de cero«.

El régimen reaccionó inmediatamente intentando arruinar las tiendas de Giordano en Pekín y Lai, sin amedrentarse, volvió a coger la pluma y escribió en septiembre una especie de manifiesto de lo que sería su vida a partir de entonces: «Sí, soy anticomunista porque el totalitarismo me repugna y porque amo la libertad. Lucharé por la libertad y nunca renunciaré a mi dignidad de ser humano«.

Entonces, para no dejarse chantajear, decidió vender sus acciones de Giordano y se dispuso a lanzar un nuevo periódico: el Apple Daily, que pronto se convirtió en el arma más afilada del movimiento democrático en la isla. El Partido Comunista chino quedó estupefacto ante la obstinada actitud de Lai. Pekín había conseguido intimidar o comprar a casi todos los multimillonarios de Hong Kong. Ahora se enfrentaba a un oponente inusual: rico, influyente e independiente.

Lai no es un kamikaze. Probablemente nunca se habría enfrentado abiertamente a un enemigo tan poderoso si no hubiera encontrado por fin la estabilidad en su vida. En 1989, cuando Lai ya tenía un matrimonio fracasado a sus espaldas, una joven reportera del South China Morning Post fue enviada a entrevistar al excéntrico empresario que tanto dinero había donado al movimiento democrático. Se llamaba Teresa Li y Lai se enamoró inmediatamente de ella.

A diferencia del magnate, que se declaraba ateo, Li era una ferviente católica y, como dice el padre Robert Sirico, fundador y presidente emérito del Instituto Acton y gran amigo de Lai, «en Teresa encontró la estabilidad de una roca y un propósito moral para su vida«.

Tras dos años de noviazgo, Lai se casó con Li en 1991 y seis años después, en 1997, se convirtió al catolicismo. El bautismo lo celebró uno de sus amigos más íntimos, el entonces arzobispo de Hong Kong, el cardenal Joseph Zen Ze-kiun. A lo largo de los años, Lai ha donado más de tres millones de dólares a la Iglesia católica. No por corrupción, como pretende China para desacreditarle, sino por gratitud, porque «la fe me dio la certeza de la gracia que estaba sobre mí en todo momento». Es decir, la fe liberó a Lai del miedo a las consecuencias que pudieran tener sus actos, dándole el valor de «hacer sólo lo que es justo«.

La revolución de los paraguas

La oportunidad no tardó en presentarse. Cuando Hong Kong volvió oficialmente a China en 1997, Pekín no solo se comprometió a conceder a la ciudad una amplia autonomía durante 50 años según el modelo «un país, dos sistemas», sino que también prometió solemnemente conceder a los habitantes de la isla el sufragio universal para elegir a sus propios gobernantes.

Cuando llegó el esperado momento, en 2014, China incumplió rotundamente su promesa, desencadenando una oleada de protestas que cambiaría para siempre la faz de la ciudad. Primero fue el movimiento «Occupy Central with love and peace«, que dio lugar a la Revolución de los Paraguas, un objeto que los manifestantes utilizaron para protegerse de los gases lacrimógenos lanzados por la policía.

Luego vinieron las dos protestas oceánicas de 2019, cuando hasta dos millones de personas (de una población total de 7,5) salieron a la calle contra la ley de extradición, que daría a China el poder de detener a cualquiera, incluso en suelo hongkonés.

El arresto y el proceso farsa

Jimmy Lai estuvo siempre en primera fila en todas las manifestaciones y luchó hasta el final por mantener el alma pacífica de la protesta mientras tantos jóvenes sucumbían a los métodos violentos. También empezó a viajar a Europa y Estados Unidos para pedir a los líderes mundiales que apoyaran la protesta de los estudiantes por la libertad.

Justo cuando el objetivo de lograr unas elecciones verdaderamente democráticas parecía cercano, China, aterrorizada de que Hong Kong se le fuera de las manos para siempre, forzó la Constitución de la isla imponiendo la Ley de Seguridad Nacional, que entró en vigor el 1 de julio de 2020. La draconiana ley castiga los delitos de terrorismo, secesión, subversión y connivencia con fuerzas extranjeras, identificando con ellos cualquier acto o manifestación de palabra y pensamiento contrarios a la voluntad del Partido Comunista.

En los últimos cuatro años y medio, a causa de la ley, todas las asociaciones e instituciones prodemocráticas (desde sindicatos a partidos y periódicos) han sido desmanteladas, sus miembros detenidos y la sociedad civil aniquilada.

Sabiendo que «nunca podría sobrevivir en Hong Kong con una ley así», Lai se vio ante una disyuntiva: huir al extranjero para disfrutar de sus miles de millones en una de las muchas villas que hay por el mundo o quedarse «y defender lo que es justo». En una entrevista realizada antes de su detención e incluida en el excelente documental The Hong Konger, Lai afirma tranquilamente: «Es casi seguro que me meterán en la cárcel. Pero era tan aburrido ser sólo un empresario y limitarse a ganar dinero… Quería vivir mi vida plenamente de una manera significativa. Por eso me metí en líos. Y me alegro de haberlo hecho».

  • ‘The Hong Konger’: la vida de Jimmy Lai (documental completo).

Jimmy Lai optó por quedarse en Hong Kong y fue detenido el 10 de agosto de 2020, desfiló por las calles con grilletes ante las cámaras y no ha salido de prisión desde el 30 de diciembre de ese año. Desde entonces, ha sido condenado en juicios farsa paralelos a 14 meses de cárcel por protestar en 2019, a otros 14 meses por organizar una manifestación no autorizada, a otros 13 meses por conmemorar a las víctimas de la masacre de la plaza de Tiananmen en 2021 y, por último, a 5 años y 9 meses por un «fraude» relacionado con el subarriendo de una habitación en la sede del Apple Daily (la oficina en la que trabajaba todos los días).

Ahora se está celebrando el juicio más grave, por violación de la Ley de Seguridad Nacional, pero en el estrado no sólo está Jimmy Lai, sino la democracia y la libertad en Hong Kong.

Paz y orgullo

La dignidad y la serenidad con que Lai está afrontando este calvario ha sorprendido a todos. «Jimmy está viviendo la cárcel con total libertad», afirma su esposa Teresa Li. Como se desprende de las cartas que escribe en prisión, dormir entre cucarachas, como durante los primeros años de su llegada a Hong Kong, no es fácil. Pero la fe le da fuerzas.

Todos los días pinta la crucifixión de Jesús o la Virgen y regala sus cuadros a cualquiera, incluso a los guardias que le maltratan. «La injusticia pesa en la mente y en el corazón. Pero, ¿y si no has hecho nada malo y te conviertes en un punto de luz viviente en favor de la dignidad y el honor humanos? Entonces Dios te ha colocado realmente en una posición importante. Es cierto que sufres, pero Dios mismo sufre contigo y comparte su gloria contigo. Esto da paz y orgullo. Hay que considerarse elegido». En otra carta, escribe: «Confío en Dios. Realmente debe tener un gran plan para mí, aunque yo no lo comprenda. Dios, perdona mi falta de fe».

Este es Jimmy Lai. Un hombre lleno de fe y esperanza. Un hombre libre incluso entre rejas. Y precisamente por eso el régimen comunista chino le tiene tanto miedo.-

Imager referencial: The Hong Konger

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba