Lecturas recomendadas

Ante el desconcierto, aferrarse al timón

En medio de la tormenta es necesario “amarrar” aquello que llevamos de más valor en nuestras vidas: que son la ética, los principios, los valores...

Dagoberto Valdés Hernández, desde Cuba:

Estamos viviendo, en Cuba y en el mundo, tiempos de desconcierto. Es una mezcla de cambio de paradigmas, medidas económicas drásticas, abandono de alianzas políticas, ruptura de modelos sociales, desarraigos de lo mejor de la cultura occidental de raíz cristiana, entre otras fuentes de desconcierto. A veces, para decir algo, expresamos: ¡Es que yo no entiendo nada!

Más domésticamente, en la “Isla aislada”, se enraíza el reino de la mentira llamado eufemísticamente la “posverdad”, como si la verdad ya no existiera o como si nos hubiera dado la espalda, cuando en realidad somos nosotros quienes la hemos abandonado, nos hemos dejado invadir y colonizar por la mentira tanto en nuestro interior como en lo que pensamos, decimos, sentimos y hacemos. La verdad, sin embargo, no tiene etapa posterior. Ella siempre está ahí, esperando que la busquemos, que la descubramos, que la formulemos, que la proclamemos y que la defendamos.

El desconcierto es enemigo de la verdad

En efecto, la verdad tiene otro enemigo solapado que viene disfrazado de incertidumbre. La verdad es zarandeada por la perplejidad que sentimos cuando los mazazos de la realidad nos dejan mareados y vacilantes. Es una sensación que va del desconcierto a la inseguridad de lo que pueda pasar, sobre todo si lo que nos amenaza no depende de nosotros, sino de órdenes, decretos, medidas, que vienen de cualquier poder autoritario que no respeta los ritmos vitales de los pueblos, que intenta saltarse el presente, como si el futuro se les acabara. Esto sucede en Cuba y también sucede en el resto del mundo, cada vez más. Se ve que es el fin de una época. Es un cambio de época.

El desconcierto en que vivimos en cada amanecer nos conduce a la incertidumbre del mañana y nos coloca en una situación de inseguridad existencial. Esto equivale a sentir que nuestras vidas no nos pertenecen, que nuestras familias dependen de las decisiones de arriba, que nuestros proyectos de vida colapsan tras cada mandato del poder. La verdad, los principios y los valores de toda la vida parece que entran en crisis, que Cuba y el mundo se hunden en una tembladera de relativismo moral. Todo vale para el poder y nada vale para el ciudadano.

Todo depende de que el dinero llegue al poder para demostrar que la “base” de ese poder no es la libertad, ni la justicia, ni los derechos de cada persona, sino que lo que vale, importa y constituye el criterio de juicio es lo económico. Tal es así, que una lectura cada vez más atenta de la realidad nos permite percibir que no es la dignidad de la persona, no son sus derechos, no es su estabilidad existencial lo que más importa, sino lograr un inmediato éxito económico a toda costa o, en nuestro país, el enriquecimiento de la nueva clase a costa del sufrimiento de su pueblo, según sea el sistema que se analice. Pareciera que aquel principio marxista de que la base económica determina todo lo demás se condena en la teoría, pero se asume en la práctica. Este determinismo económico es la forma más extendida del materialismo.

Ante la tormenta, aferrarnos al timón

Tengo la sensación de que es tal el vaivén de las olas en todos los mares de este planeta que pareciera que naufragamos, pero nada de victimismos, ni de catastrofismos. Esto no es más que eso: una tormenta provocada por los poderes de este mundo, unos viejos y totalitarios, otros nuevos y autoritarios. Todos populistas y economicistas.

En ambos casos, sin equipararlos, ni igualarlos, porque unos tienen períodos limitados en el poder, viven en democracia, mientras los otros se perpetúan en el poder por décadas. Pareciera como si se hubieran reducido los valores enquistándolos solo en discursos, mientras en la vida cotidiana los vientos y las mareas han provocado que los valores y los derechos humanos se echen por la borda, como si desvalijarse de lo principal que le da valor a nuestras vidas, nos librara del naufragio de la tormenta.

En realidad, lo que provocará el naufragio son las maniobras de los que llevan el mando de la nave:

– En tiempos de tormenta no se deben izar las velas de los apresuramientos: las ráfagas empujarán la barca hasta estrellarla en las rocas de la realidad.

– En medio de la tormenta no se deben disparar los cañones de los enfrentamientos ni de la violencia, porque la tripulación se aniquilará, entre ellos mismos.

– En medio de la tormenta es necesario “amarrar” aquello que llevamos de más valor en nuestras vidas: que son la ética, los principios, los valores, las virtudes, la ayuda mutua, los derechos y las leyes que los defienden y garantizan.

– En medio de la tormenta hay que asegurar el valor supremo: que es la vida y la dignidad de todas las personas que vamos en la barca de la nación, sea esta un bote en mares tropicales o un acorazado en gélidos océanos.

Pero, sobre todo, en tiempos de tormenta, de desconcierto, de cambios bruscos e inesperados, de perplejidad y desconfianza, lo primero y principal para que la barca de nuestra vida llegue a puerto seguro es agarrar fuertemente el timón de nuestras vidas, es ponernos de pie frente al timón de nuestras decisiones personales zarandeadas por las crisis y tormentas que nos rodean.

Tomar el timón de nuestras vidas significa que, ya que no podemos dirigir, participar o decidir, en las medidas que causan la tormenta, no permitir que el “mareo” del desconcierto, la perplejidad y la desconfianza en el futuro, dominen y determinen nuestras vidas, nuestras decisiones, sometan nuestra libertad personal, ni nos arrebaten nuestra responsabilidad al frente de nuestra única vida. Mi vida es mía, aunque arrecien las tormentas de todo tipo. El timón de mi vida es mío y no debo dejarlo en manos de nadie, de nada ni de nadie. Y el rumbo, la dirección, el sentido de mi vida los tengo que decidir y guiar yo, con mano firme sobre el timón. Es la única manera de llevar a mi vida a puerto seguro.

Y no se trata de una responsabilidad individualista. Es personal pero no individual, es decir, no es egoísta. Cuando una “flota” pasa por una tormenta y el conjunto de navíos percibe que una de sus naves ha puesto mano firme en su timón y mantiene el rumbo y la estabilidad en el buque de su vida, entonces los demás miembros de esa sociedad, aprenden del ejemplo, no se distraen con los vientos mediáticos, no se bambolean por los bandazos que provocan, aquí o allá, los que ostentan el poder, sino que como los buenos y valientes capitanes de navío, se amarran al timón, levantan la vista, miran fijo al horizonte del sentido de su vida y ponen proa a la estabilidad del buen tiempo, que es aquel en que sale el sol de la verdad, la libertad, la justicia y la dignidad de cada persona. Quien agarra firme el timón de su vida y mantiene estable, sin bandazos, el rumbo de su existencia, llegará a puerto seguro, sea una persona, sea una nación, sea el mundo.

Para ello, para lograrlo, hay una fórmula: la mano firme en el timón, la vista alta, el rumbo fijo y el alma amarrada a la esperanza segura.

Cada cubano, aquí y en la Diáspora, sea cual fuere su tormenta, podrá lograrlo si además mira a su interior, en medio de la tormenta, y se deja orientar, como marinero viejo, por la luz de la estrella mayor que es la fe.

Toda noche pasa, todo poder termina, el poder de seis décadas y el de seis semanas. No se pueden igualar, pero terminan de todas formas.

Lo nuestro es no perder el rumbo de la libertad. Ya encontraremos la forma de desembarcar en ella.-

17 de marzo de 2025

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