Sumisión: Obediencia voluntaria bajo la mano de Dios
Sumisión significa obediencia voluntaria. Obedecer a Dios voluntariamente es un acto que nace de la rendición de un corazón amante y de una mente sabia

En tiempos donde la autonomía personal es vista como el valor supremo, hablar de sumisión puede parecer un retroceso, una amenaza a la libertad. Sin embargo, desde la perspectiva cristiana esta palabra y su práctica contiene una profunda belleza y sabiduría espiritual. Al hablar de sumisión no nos referimos a la actitud blandengue que calla ante el abuso del poder, la injusticia y la violencia. La sumisión no tiene nada que ver con alguna forma de esclavitud; por el contrario, se refiere a la libertad verdadera, a la liberación de la opresión por parte del ser humano, para vivir bajo la mano amorosa de Dios. No se trata, pues, de debilidad, sino de fortaleza espiritual.
En artículos anteriores hemos venido profundizando en el Temor del Señor, haciendo un recorrido a través de su significado y la manera en la cual podemos expresarlo en actitudes prácticas como la reverencia, la rendición y, de manera esencial, hoy queremos descubrir los tesoros que encierra la sumisión. En esta entrega, siguiendo el consejo de nuestro Señor Jesucristo, nos enfocamos en esta virtud poco comprendida, pero absolutamente crucial para la vida cristiana. “Escudriñad las escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mi”. Juan 5:39.
¿Qué es sumisión?
En esencia, sumisión significa obediencia voluntaria. Obedecer a Dios voluntariamente es un acto que nace de la rendición de un corazón amante y de una mente sabia que reverencia a Dios por encima del conocimiento del mundo. Cuando hemos andado suficientes caminos en la vida comprobamos que vivir en comunión con Dios excede a todo el bienestar que se pueda experimentar al vivir una vida mundana, alejada de Él. Tal como un día lo expresaran los hijos de Coré al escribir el Salmo 84 (10) “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de Dios, que habitar en las moradas de maldad”.
La sumisión como un pilar del Temor del Señor.
La sumisión es la forma práctica en la cual mostramos a Dios ese temor reverente. No se trata sólo de obedecer los mandamientos de la ley de Dios; la sumisión es la respuesta amorosa, en humildad y rendición al llamado de Dios. Significa confianza plena, la convicción de que su voluntad es y será siempre lo mejor para nuestra vida. Se trata de una rendición activa, una entrega que transforma nuestra mente, corazón y se traduce en acciones al estilo del reino de los cielos como el perdón, la misericordia, la ayuda al necesitado y la proclamación de la palabra de Salvación al mundo caído. Así como una brújula apunta al norte, el corazón sumiso a Dios se orienta hacia la obediencia. Por esa razón, sumisión y obediencia son inseparables. Quien teme al Señor no se resiste a Su voz, sino que la sigue con confianza.
Origen bíblico de la palabra Sumisión.
La palabra hebrea que se relaciona con la idea de sumisión en el Antiguo Testamento es “kabed” (כָּבֵד), que implica honrar, atribuir peso, respetar profundamente. En muchos contextos se traduce como “honrar”, especialmente hacia Dios y es la palabra que se usa en el cuarto mandamiento en referencia a los padres. En otras palabras, sumisión es reconocer el peso de la autoridad divina en nuestra vida y colocarnos voluntariamente bajo ella. La sumisión no es algo que Dios nos impone, es la respuesta que nace de un corazón restaurado. No es una carga que Dios pone sobre nuestros hombros, es la entrega de nuestro ser a Su voluntad, la cual se convierte en un acto de alabanza y adoración diario. El Salmo 25:9 dice: “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera”. La sumisión es el terreno fértil donde Dios siembra su voluntad para hacerla florecer en nosotros.
La sumisión, un mandato y una actitud espiritual.
Siempre me ha impactado la carta del apóstol Santiago, es práctica y contundente. Particularmente, hay un versículo que se ha hecho palabra viva en mi vida. Para mí representa una fórmula espiritual, un llamado a una vida de sujeción voluntaria a Dios; un medio práctico en el cual se encuentra la solución para una vida cristiana victoriosa: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” Santiago 4:7. No podemos resistir al enemigo con eficacia si antes no nos hemos sometido por completo al Señor. La verdadera autoridad espiritual comienza cuando nos colocamos bajo la autoridad de Dios, no como rebeldes que han sido vencidos, sino como hijos que confían en su Padre. Lo que más me conmueve de esta sencilla fórmula es que comienza con Dios: Someteos a Dios: Significa venir a su presencia por medio de la oración, rendirnos a él en adoración, recibir su gracia y alinear nuestra voluntad a la suya. Entonces, capacitados con Su poder podemos resistir al diablo, con Su autoridad que fluye a través de nosotros. Como resultado, satanás huye de nosotros. Estar bajo la poderosa mano de Dios es la única manera de quitarle todo el poder y los derechos que el enemigo quiera reclamar sobre nuestras vidas.
Cristo: El modelo supremo de sumisión.
El apóstol Pablo, en su epístola a los Filipenses, nos describe de una manera profunda y al mismo tiempo preciosa el modelo de sujeción de nuestro Señor Jesucristo. “Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: “Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual, también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor”. Filipenses 2:6-11.
Cristo nos mostró que la sumisión no es derrota, sino victoria por medio de la obediencia. Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo (v. 9). El camino hacia la gloria pasa por la senda de la obediencia. No hay corona sin cruz, y no hay gloria sin obediencia.
¿Qué pasa cuando nos sometemos a Dios?
Cuando nos sometemos a Dios, literalmente, el cielo se abre sobre nuestras vidas. En primer lugar, comenzamos a experimentar la paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento humano, aun en circunstancias difíciles y complejas. (Filp. 4:7). En segundo lugar, Dios dirige nuestros pasos aun cuando no sepamos el camino a seguir. (Prov. 3:6). En tercer lugar, Dios nos da sabiduría para desenvolvernos en la vida, para tomar las decisiones de acuerdo a Su voluntad. (Prov.9:10) Luego, vivimos en victoria espiritual, porque la obediencia nos coloca bajo su cobertura, donde el enemigo no tiene poder sobre nosotros. Y la lista es innumerable, porque las bendiciones de Dios no pueden ser medidas.
¿Qué nos impide someternos a Dios?
Pienso que no hay nada que nos aleje más de Dios que el orgullo; sencillamente por que la soberbia es la actitud de un corazón endurecido, alguien que piensa que es tan suficiente para todo que no necesita de Dios para nada: “Antes del quebrantamiento es la soberbia. Y antes de la caída la altivez del espíritu”. (Prov.16:18). La cultura de nuestra sociedad moderna en muchos aspectos trata de modelar un ser humano más que autosuficiente, prepotente e irreverente; una persona que siempre dice: Yo sé mejor. Además, un ser humano que ha querido vivir de espaldas a Dios. Todos estos son obstáculos que nos alejan del diseño de Dios. Solo el Espíritu Santo puede transformar un corazón rebelde en un corazón obediente.
¿Cómo practicar la Sumisión en la vida diaria?
La sumisión no es una declaración emocional, es una disciplina espiritual diaria. Te comparto algunos pasos prácticos que he ido aprendiendo a lo largo de mi vida con Dios:
1. Cultiva un corazón enseñable: No te resistas a la corrección ni a la guía del Señor. Deja que la última palabra la tenga Dios. Como Jesús dile al Padre: “Si es posible pasa de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
2. Sumérgete en la Palabra de Dios: Sólo quien conoce la voluntad de Dios puede obedecerla. Aprender lo que dice su Palabra es clave.
3. Vive tu vida en una oración constante: “Hágase tu voluntad en mi vida, así como la haces en el Cielo”.
4. Obedece aun cuando no entiendas: La obediencia no siempre tiene sentido lógico, pero siempre tiene propósito eterno. La fe confía más en el carácter de Dios que en las circunstancias.
En conclusión, someterse no es perder, es ganar. Someterse no es esclavitud, es libertad. Someterse a Dios es entregarse a un Padre amoroso que quiere lo mejor para nosotros. Porque cuando estás bajo la mano de Dios, estás en el lugar más seguro del Universo. Entonces, no temas someterte. No temas obedecer, porque el que te llama también te capacita. El que te pide obediencia te da su Espíritu Santo para guiarte.
Te invito a unirte a mi en esta oración: Señor, me rindo. Me someto a Ti. No quiero aferrarme a nada que me aleje de tu presencia. Toma mi voluntad y alinéala con la tuya. Quiero vivir bajo tu mano amorosa, obedeciendo con gozo, confiando en Ti con todo mi corazón.-
Rosalía Moros de Borregales