Testimonio poético de sor María Josefa Paz Del Castillo sobre el terremoto del 26 de marzo de 1812

Horacio Biord Castillo:
María Josefa de los Ángeles Paz Del Castillo nació en Baruta el 26 de septiembre de 1765 y, aunque no se ha establecido una fecha precisa, se presume que su fallecimiento ocurrió alrededor de 1818. Sus padres fueron Blas Francisco Paz Del Castillo, natural de Tenerife, donde nació hacia 1745, y Juana Isabel Díaz Padrón, nacida en Caracas el 27 de enero de 1750 y fallecida en la misma ciudad el 27 de junio de 1804. Fueron sus hermanos Juan Paz Del Castillo (1778-1828), casado el 06 de enero de 1823 con Micaela Llona en Guayaquil; Blas José Paz Del Castillo (1780-1814), casado en Caracas el 03 de abril de 1809 con Manuela Machado Díaz Padrón; José María Paz Del Castillo (1782-1815), casado con María del Carmen Pereira Montero; Rafael Paz del Castillo (1784); Domingo Paz del Castillo (1786); María de la Concepción Paz Del Castillo (1788), casada en Caracas con Rafael González.
Entre los parientes de sor María Josefa Paz Del Castillo figura el gran poeta venezolano Fernando Paz Castillo, nieto de su hermano Blas José Paz Del Castillo, quien expresó sobre su tía abuela que “Su vida al parecer tuvo muchos sinsabores, propios de la época, si bien en los años juveniles la celebró la fama por sus dotes intelectuales y gozó de la distinción de sus allegados en la pequeña, discreta y elegante sociedad de la colonia”.
Se hizo monja carmelita y se le recuerda como sor María Josefa de los Ángeles. Solo se han conservado dos poemas de son María Josefa de los Ángeles, lo que la convierte en la primer poetisa venezolana documentada. Los poemas se titulan “Anhelo” y “El terremoto”. Este último es una crónica versificada que da cuenta del desastre que supuso el terremoto del 26 de marzo de 1812, al inicio del proceso independentista, para su comunidad religiosa y la nueva edificación que se hizo para que los monjas pudieran volver a la tranquilidad de la clausura. Fue dado a conocer en 1979 por Mauro Páez Pumar en su libro Orígenes de la poesía colonial venezolana (Caracas: Concejo Municipal del Distrito Federal).
Empieza su crónica en verso sobre el trágico terremoto de la siguiente forma: “Una triste Carmelita / de corazón ajetreado / discurre de aquesta suerte / para distraerse en algo. // Qué tristes son los asuntos / que se nos han presentado / en el discurso de un año / el pie del Monte Calvario. // Ellos han sido capaces / de que una muda así hable, / pues creo que hasta las bestias / hablaran, si fuera dable. // En el veinte y seis de marzo / la tierra se estremeció, / de mil ochocientos doce; / qué espanto, qué admiración! // Todos los templos se vieron / destruidos: qué confusión! / Los templos que en este día. / es toda nuestra atención!” (p. 295).
Añade que “Los templos, calles y casas / y toda nuestra ciudad / cementerios se volvieron / por los que allí sepultados / en este día se vieron. // No se oyen más que lamentos / en la hermosa Venezuela, / y solo por ser cristianos / este golpe resistieron. // Así es que no se oye / entre sus tristes querellas, / sino una conformidad / que enternecerá las piedras” (p. 295).
Particular tensión se siente en la descripción de la destrucción del convento: “A las cuatro de la tarde / este espanto sucedió / y el convento en el momento / se volvió lamentación. // A las veinte y cuatro horas / fuimos de él arrojadas / por un recado fingido / que dio uno de los guardas. // Oh! Dios! qué confusión esta / para las monjas del Carmen / sin pensar las de sus prójimos / en fin en la calle se hallan. // Sin haberes, sin destino / ni sin en dónde alojarse / salieron de su convento / poquito menos que a rastras” (p. 296).
En el poema se refleja cómo de la nada han construido una nueva y humilde residencia entre establos y caneyes. Se trata de una visión triste, pero sobre todo no exenta de sarcasmo, ironía y humorismo: “La iglesia es de los seglares / pues tan ceñidas estamos, / que una misa y nada más / se nos dice reservada. // A esta iglesia sigue un coro / tan hermoso y tan cuadrado, / que los santos contra el suelo / están en él muy colgados. // El nivel es tan hermoso / que cuando nos confesamos / agarrarnos es preciso / para no desapartarnos. // El rodar en él es fácil / y son tantos los pilares / que no sé cómo hay narices / entre las monjas del Carmen. // Las celdas son tan hermosas, / tan unidas y arregladas, / que creo no estarán más / las tejas en el tejado. // Sus techos son tan hermosos / que aún en el suelo paradas / sin estirarnos tocamos / ese grande entampizado. // Pensando estoy cuando un día / todas juntitas andemos / por ser tantos los trabajos / para habernos de taparnos. // Los paramentos de iglesia, / imágenes y retablo, / en una cocina sucia / han venido por guardados. // Y los demás por el suelo, / de ratones muy rodeados, / ha sido más que milagro / el haberse conservado” (pp. 297-298).
Concluye de la siguiente forma : “Este es el mapa, señores, / del gran convento del Carmen, / de descalzas recoletas, / cercadas de cuatro tablas. // En medio de una sabana / al pie del monte Calvario, / registradas y patentes / como ya dicho se haya. // Qué edificio tan hermoso / y tan bien amurallado / como lo manda la regla / de Alberto Magno copiada” (p. 298).
El poema de Sor María Josefa de los Ángeles da cuenta de las penurias y dificultades que las monjas pasaron tras el terremoto, ejemplo claro de lo que sucedía en una ciudad a medio destruir que tardó más de medio siglo en reponerse y reconstruirse.
Ilustración: “Ruinas del convento de la Merced”, Cristóbal Rojas (hacia 1881)
Publicado en El Nacional. Caracas, viernes 28 de marzo, 2025
URL: https://www.elnacional.com/opinion/testimonio-poetico-de-sor-maria-josefa-paz-del-castillo-sobre-el-terremoto-del-26-de-marzo-de-1812/
Horacio Biord Castillo
Escritor, investigador y profesor universitario
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