Testimonios

Carta a los amigos que se fueron de viaje sin avisar

Para el querido Carlitos Fernández Cuesta y demás amigos. In memorian

Leandro Area Pereira:

Menos tardaste en irte que en desaparecer, que si te pones a ver jamás ha ocurrido de un todo. Ni se diga en llegar. ¿Ya no te acuerdas?

Tanto así y eso es el colmo, que yéndote incluso no te has ido y sigues impenitente regresando a tu capricho o destinación, nunca se sabe, que es ese de asomarte por las puertas y dejar una perplejidad. ¿Llovía o escampaba?

Porque florecer es muchas veces cuestión de albures y traspiés, portones que se abren imperfectos, sorpresas, surcos, oleajes, pesadillas, ríos, barcos y mares que en vertical te llevan donde jamás rumiamos germinar y nadie menos espera llegarías, ni siquiera tú mismo, de semilla. ¿Y qué flor era esa que no existe; que impreciso paisaje?

Porque irse, no sé, me parece menos desconcertante, narrativo, sí, aunque razón no encuentre el que quedó encandilado de tu rechazo, ponzoña, desamparo, incomprensión, burla, mal de ojo, huida, abandono, después del fogonazo que le dejó en la vida ese destino. ¿El tuyo, el de él, el de ella, el de todos?

Puede que tampoco el que se va a lo entienda, y aun cuando la culpa se adorne de razones siempre aparece por allí, celaje con su destello ecuánime de navajazo, noctámbula venganza de tango o de bolero. ¿Era Gardel o Felipe Pirela el que cantaba?

Los perros ladran cuando adivinan a un extraño y la gente llora de su fuente imperfecta al sentir la persistencia de alguien que amo y hoy no es más que un espectro, mar que viene y se va, que la costumbre convierte en horizonte que se arrima o se marcha, dependiendo de las horas del día y sus insomnios. ¿Era cuarto menguante?

¿Y a ti, entre una cosa y otra, quién te dio tanta venía para que te quedaras; quién te dio vela en entierro tan largo; con qué derecho no te borras por fin ya que te fuiste; cómo dejamos de estar pendientes de tu errancia tanto así que aún te sigo esperando? ¡Me dice usted la hora por favor!

Déjame quieto al fin con mis olvidos, libre de la memoria inoportuna, tú que vives allá entre tus estrías y pareces gozaras de tu tartamudeo inconcluso ¿Serían orquídeas o bromelias?

 

Date de alta por fin, aunque después me duelas cicatriz, que hay mucho contagiado en la lista de espera de este hospital que nunca duerme, donde boquean las sombras irredentas, acurrucadas en camas sin número, ocupadas por colchones y almohadones inútiles, envueltas en sábanas y fundas infrecuentes ¡Déjame en paz, sigue de largo, adiós!

¿Dónde nos vemos?.-

 

 

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