Como agente encubierto contra el narcotráfico, vio lo más oscuro del hombre: solo en la fe halló luz
Currie Myers creía que no podía existir un Dios que amase... hasta que lo escuchó: «Estoy contigo»

Como sheriff en Kansas y agente encubierto de la Kansas Bureau of Investigation (similar a una división estatal del FBI), Currie Myers es consciente de hasta dónde puede llegar la maldad y el crimen. Recuerda un día, pasar por un comprador de droga, cuando los narcotraficantes le dejaron solo con su hijo de tres años. “No tenían ni idea de que era un agente federal, ni de si lo cuidaría o lo haría daño”, relata Myers sorprendido en el blog de St Michael’s Group.
Aquel día fue consciente de que, en su situación, no era capaz de compaginar una vida dedicada a enfrentar la oscuridad del ser humano con una fe que aseguraba que Dios se encarnaba en el mundo. “Podría ser buena para algunos, pero no para mí”, pensó. Lo que no sabía era que “Dios ya estaba obrando silenciosamente” transformando su interior.
Myers fue criado en lo que recuerda un hogar “lleno de amor, estabilidad y sólidos principios morales”, como hijo de un conocido directivo metodista y de una comprometida y devota madre bautista.
Bautizado y criado en la tradición metodista, recuerda como sus padres se alejaron de la práctica religiosa y cayó progresivamente en un agnosticismo que lo llevó a dudar de que la religión tuviese alguna importancia en su vida.
La fe, ¿irreconciliable con lo más oscuro del hombre?
Aquella sensación aumentó cuando comenzó su carrera en las fuerzas del orden, especialmente como agente especial de la Kansas Bureau of Investigation.
“Me vi empujado a los rincones más oscuros de la existencia humana. Investigar homicidios, responder a crímenes violentos y presenciar la absoluta depravación del mundo me afectó profundamente. Vi cosas que nadie debería tener que ver jamás; cosas que me hicieron cuestionar la presencia de un Dios amoroso”, recuerda.
Sus vivencias no hicieron sino aumentar su escepticismo, incapaz de “conciliar la fe con los horrores que enfrentaba a diario. Cuando más veía, más difícil me resultaba creer en un Dios presente en el mundo”.
El episodio con los narcotraficantes hizo retumbar los pilares sobre los que había edificado su vida.
“Recuerdo mirar a ese niño y sentir un cambio en mi interior. Si este era el mundo, si yo era parte de él, donde padres abandonaban a sus propios hijos por dinero del narcotráfico, entonces algo tenía que cambiar. Yo tenía que cambiar”, escribe.
«Lo único que podía salvar el abismo»
Finalizado aquel tramo de la investigación, Myers volvió a su apacible y cálida vida con su esposa e hijos. Y al estar con ellos de nuevo, comenzó a ser consciente de que si su vida no era como la de los casos que presenciaba cada día era por un motivo. Su esposa había “levantado su hogar sobre algo más fuerte que buenas intenciones. Lo había construido sobre la fe”.
Pero entonces, a él eso le quedaba muy lejos. No percibía que la fe “era lo único que podía salvar la brecha entre la oscuridad de mi profesión y el amor que esperaba en casa”.
Hoy, con perspectiva, afirma que en ese momento “Dios ya obraba” en su interior, lo que hoy también atribuye al cambio de vida que supuso su mismo matrimonio con Bernardette, de una profunda fe católica.
Comprometido con la fe… sin ser católico
“Su devoción era palpable”, cuenta él, “y al casarnos prometí criar a nuestros hijos en la tradición católica”. Una decisión que le llevó a reconocer la importancia de ofrecer a sus hijos una base moral y espiritual sólida, asistiendo a misa cada domingo durante 13 años y apoyando a su familia en la fe aún sin compartirla.
En 1995, con el ascenso de Myers, la familia se mudó a Kansas City. Allí conocieron al padre Cullen, un carismático sacerdote irlandés querido y conocido en el estado por su acogida y hospitalidad. Y como en muchos otros, el don del sacerdote también sembró en el agente “sutiles semillas que florecerían más tarde”.
Una de las ocasiones más palpables de ello fue durante el verano del año 2000.
Recuerda que por aquel entonces educar a sus hijos en una escuela católica era una de sus prioridades pero las cuentas no cuadraban.
Hallando respuestas en la hospitalidad cristiana
Myers se vio obligado a compaginar su prestigioso empleo en el KBI rodeado de muertes, corruptelas y asesinatos con dedicaciones a tiempo parcial, entre otros, apilando grandes bloques de piedra en palés bajo un calor asfixiante.
“Había dedicado mi vida a hacer cumplir la ley, a proteger a la gente, a buscar justicia, pero ni siquiera podía mantener a mi familia sin recurrir a trabajos forzados. Me sentía un fracaso”, escribe.
Su agradecimiento floreció cuando, extenuado, comprobó que había olvidado su comida en casa y sus compañeros hispanos no dudaron en invitarle a sentarse con ellos y compartir lo que tenían, sin que fuesen necesarias las preguntas.
Preguntándose por las hospitalidad de sus compañeros a compartir con él, Myers escuchó una voz. “¿Qué esperabas? Estoy contigo”.
“Es hora de unirme a la Iglesia”
Fueron solo cuatro palabras, pero para él resultaron clarificadoras, arrancando de sí todas sus dudas y excusas para no dar el paso. Y a la mañana siguiente, 4 de julio, fue solo a misa y al concluir se acercó al padre Cullen. La decisión estaba tomada.
“Es hora de unirme a la Iglesia”, le dijo.
Prácticamente de forma inmediata, Currie comenzó su catequesis y formación con el sacerdote, alternando sesudas jornadas de estudio del catecismo con conversaciones acompañadas de puros y wishky que le harían ser consciente de que la caridad y la hospitalidad eran también su propio camino de conversión.
Aquel camino llegó a su punto álgido a finales de julio del año 2000, cuando en una ceremonia discreta y humilde fue recibido en la Iglesia, esperando que fuese una sorpresa para su esposa Bernardette. El momento escogido para revelárselo fue el domingo siguiente, cuando la acompañó a misa y se puso en la fila de comulgar, como hacía siempre, pero esta vez con un desenlace distinto.
“Bernadette estaba confundida, y yo también. Se inclinó y me dijo que ella y los niños habían estado rezando la novena todas las noches durante mucho tiempo, pidiendo la intercesión de San Judas. Me contó después que, después de bajar del coche, miró a nuestros cuatro hijos y les dijo: `Si alguna vez dudáis de la existencia de Dios, recordad siempre este momento´”.
«No solo estaba hallando mi fe; estaba volviendo a casa»
A partir de ese momento, Myers profundizó en su camino de fe, descubriendo cómo algunos de sus familiares y antepasados soportaron grandes penurias como católicos perseguidos durante los orígenes protestantes de la nación estadounidense.
Myers comprendía así que su conversión “no fue solo una decisión personal, sino la continuación de un legado de fe, perseverancia y sacrificio. No solo elegía la Iglesia católica, sino que la redescubría. No solo estaba encontrando mi fe; estaba volviendo a casa”.
Hoy, admite que la acogida, la caridad y la fe fueron tres pilares cruciales en su conversión a la fe católica. No solo por la “conexión histórica y testimonio vivo” de sus antepasados, sino también “el amor paciente y perseverante” con el que su esposa “cubrió el vacío donde antes se encontraban mis dudas”.
“Nunca me obligó ni me presionó para convertirme. Fue el tipo de amor que acoge no solo a una persona, sino a su alma”, como también hizo el padre Cullen, “otra clave en mi camino”.
“Creó un espacio donde no solo fui tolerado, sino verdaderamente acogido”, finaliza. “En nuestro mundo frenético, la virtud de la hospitalidad a menudo se pasa por alto; sin embargo, sigue siendo una de las expresiones más poderosas de la fe. Es el amor que invita, la fe que tranquiliza y la bondad que transforma. Es la esposa que reza por su esposo, el sacerdote que acoge a los perdidos, los antepasados que se mantienen firmes en su fe”.-