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Vitalidad y Trabajo

El trabajo es también raíz antropológica de un bien social. Crea equipo, comunidad, satisface al ser humano, esencialmente relacional. El trabajo en compañía suscita camaradería, pertenencia

Bernardo Moncada Cárdenas:

«El trabajo es, pues, una necesidad del hombre. Es preciso comprender por qué los otros aspectos – derecho, deber, productividad, lo inevitable para poder comer – son parciales. La palabra necesidad, en cambio, permite plantear la cuestión certeramente. Se refiere a un fenómeno constitutivo de toda persona que está viva, del ser humano, que tiene su raíz en ese impulso profundo que está dentro de nosotros al que la Biblia llama corazón.» L. Giussani, 1979

«El trabajo de nuestras manos, como distinto de la labor de nuestros cuerpos, fabrica la pura variedad inacabable de cosas cuya suma total constituye el artificio humano, el mundo en que vivimos. No son bienes de consumo sino objetos de uso, […]. Dan al mundo la estabilidad y solidez sin la cual no se podría confiar en él para albergar esta criatura inestable y mortal que es el hombre.» (Hannah Arendt, Labor, trabajo y acción, 1957)

El gran regreso de la civilización en occidente, preparando lo que sería Europa, tras la ruina del imperio romano, se debe en gran parte a la intuición, preparación, y decisión, de un hombre: Benito de Nursia, estudiante de la Umbria, cuyo intento de formarse, en una Roma agonizante, se transformó en el abandono de la vida urbana, en refugiarse en una comunidad eremítica de monjes y, luego, en el diseño inspirado de una nueva organización social y laboral.

San Benito propuso a sus hermanos articular su vida de soledad, oración, y meditación, en comunidades que, en lugar de conformarse con consumir los frutos de la naturaleza, la cuidasen y cultivasen, prosiguiendo la obra de Dios en oración constante. «Mi Padre trabaja siempre y también yo trabajo» (Juan 5:17)

Quizá debido al carisma y autoridad de su persona, logró convencerlos. Así surge la primera comunidad monástica, bajo la consigna “Ora y trabaja” (Ora et Labora), que aún sintetiza la vida de los monasterios benedictinos. Su providencial éxito la hizo ejemplo y acicate para que, además de poblar los territorios abandonados con monasterios, la olvidada mística de productividad y proactividad retornara, estructurando moralmente una realidad geográfica y económica. Más aún que “generar” a una Europa cristiana, Benito regeneró el trabajo, como actividad con trascendente sentido.

El trabajo, como señala Hannah Arendt, «en cuanto “trabajo”, no sólo “labor, es el atributo máximo del hombre, la única forma capaz para llegar a su total emancipación». El Homo faber se convierte en amo y señor de su propia naturaleza, «realmente el amo y señor de todas las criaturas vivientes, aunque sea todavía el servidor de la naturaleza, de sus propias necesidades naturales, y de la tierra.»

En igual sintonía, Juan Pablo II dedicó una de sus primeras cartas encíclicas al trabajo, subrayando que «con toda esta fatiga —y quizás, en un cierto sentido, debido a ella— el trabajo es un bien del hombre. […] Y es no sólo un bien “útil” o “para disfrutar””, sino un bien “digno”, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta […] —es un bien de su humanidad—, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo». Laborem Exercens 1981.

Pero el trabajo es también raíz antropológica de un bien social. Crea equipo, comunidad, satisface al ser humano, esencialmente relacional. El trabajo en compañía suscita camaradería, pertenencia. Tan es así que las empresas basadas en el teletrabajo, donde cada individuo está solo, sentado frente a una máquina, han comprendido que estimular la relación interpersonal en red mejora notablemente la productividad.

Por ello, amigos, llevar a una nación a depender de las dádivas del Estado, en lugar de estimular la laboriosidad, el orgullo del buen desempeño, en sus ciudadanos, es un genocidio social y antropológico. Amputa la dignidad de la persona y su sentido de pertenencia, pues, retomando a H Arendt, el trabajo da al mundo la estabilidad y solidez sin la cual no se podría confiar en él para albergar esta criatura inestable y mortal que es el hombre.

Gracias a Dios, la iniciativa y el emprendimiento sobreviven, en medio del conformismo y la desmoralización.

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