Lecturas recomendadas

¿Una Europa todavía cristiana?

«Los productores culturales y las instituciones educativas públicas desprecian la espiritualidad y la cultura cristiana como fundamento de Occidente»

Jorge Vilches: 

En Semana Santa, más que en Navidad, la mayoría ve la religión cristiana como un espectáculo más que como una manifestación de la fe. Mucha gente acude a las procesiones para ver las imágenes y vivir el ambiente, pero desconoce prácticamente todo de lo que ve y, peor, le da igual no saberlo.

Es un fenómeno general. Los católicos europeos eran el 50% del total mundial hace un siglo. Ahora la cifra llega al 20% y está en descenso. Las cifras son de Vatican News. Roma explica el fenómeno por la creciente secularización, el envejecimiento de la población y la disminución de la práctica religiosa. Creo que en ese análisis faltan causas, como son la irrupción de musulmanes y el sentimiento anticristiano que destilan las instituciones y los creadores culturales e informativos. La inmigración es un factor crucial, no en vano en EE UU ha subido el porcentaje de católicos por la llegada masiva de hispanoamericanos.

El causante de esta situación es un ideal de progreso concebido como anticristiano. No es algo de los últimos tiempos, sino que la modernidad revolucionaria desde finales del siglo XVIII, e impuesta desde la Revolución Francesa, nos marca ese camino. Lo expuso Chantal Delsol: esa vía iniciada en 1789 ha concluido en la idea de que el cristianismo está obsoleto. Es fácil de comprobar: cuanto más progresista se define un individuo o una organización en Europa, más repudio siente al cristianismo. Por supuesto, no a otras religiones, al ateísmo, ni al Islam,  al que ve como un aliado circunstancial, aunque antinatura, hasta que se erradique la fe en Cristo de la faz de Europa. Ahí tienen a una parte del feminismo defendiendo la islamización aunque suponga el sometimiento de la mujer, y en los regímenes islamistas se ejecute a los gays.

El problema está justamente en esta cuestión, en que se tolera la contradicción mientras esté en los parámetros «progresistas». Joseph H. H. Weiler lo cuenta en ¿Una Europa todavía cristiana? (Ediciones Encuentro, 2025). Su idea es que la fórmula laicista del Estado basada en la supuesta neutralidad en realidad supone el apartamiento del cristianismo en beneficio de otras religiones. No es que esté mal que haya «otros», sino que en ocasiones esas creencias no respetan la dignidad ni los derechos humanos, ni siquiera el pluralismo, lo que es incoherente con la esencia del Estado democrático. Es más; en esa «discriminación positiva» de lo no cristiano se pierde la identidad occidental. En suma: en defensa de la identidad de otros, se niega la propia.

Weiler insiste en la «cristofobia», y añade algo tan interesante como cierto: es imposible odiar o amar algo que no se conoce. La actual generación de jóvenes, dice, entiende que la Iglesia, en el mejor de los casos, es un lugar donde celebrar actos sociales que en realidad no comprenden, como el bautismo, la comunión y el matrimonio. Son ritos de tribu, de integración social, de cumplimiento de las normas sociales, pero esos europeos nuevos no saben ni quieren conocer nada más. El problema, indica Weiler, es la ignorancia y la indiferencia.

«La UE ha declarado que la raíz identitaria de la defensa de los derechos humanos son Grecia y la Ilustración, no Roma ni el cristianismo»

Esto lo sabíamos. Los productores culturales y las instituciones educativas públicas enseñan a las nuevas generaciones a tener fe en la salvación del planeta o de su sexualidad, al tiempo que se desprecia la espiritualidad y la cultura cristiana como fundamento de Occidente. Claro que, si Occidente, como dicen los posmodernistas, es un profundo error histórico, qué podemos esperar. Lo novedoso de Weiler es que se pregunta si Europa es posible sin cristianismo; es decir, que si el fin de la fe cristiana, o su desprecio, destruye nuestra civilización y nos coloca en tierra de nadie, sin identidad.

El borrado de la civilización cristiana es imposible, dice Weiler con optimismo, aunque sea evidente que las instituciones trabajan en este sentido. La Unión Europea ha declarado que la raíz identitaria de la defensa de los derechos humanos son Grecia y la Ilustración, no Roma ni el cristianismo. Por cierto, quizá de aquí se derive la idea de Meloni, a contrapelo, de defender la centralidad de la capital italiana en Europa, e incluso el deseo de Putin de convertir la Iglesia ortodoxa en el centro del cristianismo europeo. Siempre hay alguien que quiere llenar un vacío. Esa contraposición entre Ilustración y cristianismo es falsa, como señaló José María Carabante en un estudio sobre el pensamiento de Ratzinger (Sekotia, 2024), porque la fe cristiana aproximó la religión a la filosofía como nunca antes.

La respuesta al borrado, indica Weiler, podría ser al estilo de los movimientos sociales, con una respuesta popular, pero esto no ocurre. En las ciudades europeas, cada fin de semana, y el autor cita Londres, «hay más musulmanes en las mezquitas que cristianos en las iglesias». El autor no lo dice, pero creo que hemos llegado a un punto de no retorno. No es posible volver a la segunda mitad del siglo XX sin cometer un enorme acto de fuerza, con expulsiones y coerciones. Esta puede ser la esencia de un proyecto político, pero no del cristianismo.

El camino puede ser otro. Weiler propone que Europa reconozca quién ha sido y es, su cultura y civilización, tanto como el origen de su identidad cristiana en la defensa de la dignidad y de los derechos humanos. Se trata precisamente de no ocultar nada, ni lo bueno ni lo malo, porque el balance es positivo. Sabemos que esto se encontrará con el obstáculo de la tropa posmodernista hablando de dominadores imperialistas, y que será políticamente incorrecto, pero debe dar igual. Evitar el conflicto no es lo mismo que rendirse.

La segunda propuesta de Weiler es más compleja si cabe. Cree que es indispensable que los textos constitucionales hagan una referencia a Dios o al cristianismo. Imagine el lector a la mayoría de nuestro Congreso de los Diputados con esta cuestión en el orden del día. Weiler asegura que solo sacando a debate dicha posibilidad se recuperará la idea de que Europa es cristiana aunque sus instituciones no lo reconozcan. Es preciso recobrar la voz del pensamiento y el magisterio cristiano, tener presencia pública para que la gente salga de la ignorancia y el desconocimiento. Como propósito no está nada mal.-

The Objective

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