El General de los Jesuitas en misa por el Papa: «Mientras se estrechan los espacios de la participación democrática en todo el mundo, Francisco impulsa la Iglesia hacia la sinodalidad»
Eucaristía en memoria agradecida del Papa Francisco Iglesia del Gesù – Roma, 24 de abril de 2025

Eucaristía en memoria agradecida del Papa Francisco
Iglesia del Gesù – Roma, 24 de abril de 2025
Introducción
La Compañía de Jesús se reúne esta tarde a celebrar la eucaristía en esta Iglesia del Gesú, al lado
de la tumba de San Ignacio. Lo hace para dar gracias a Dios por la vida del Papa Francisco, nuestro
hermano Jorge Mario Bergoglio, llamado a servir a la Iglesia universal como Obispo de Roma.
La semana de Pascua nos ayuda a dar gracias a Dios por el Papa Francisco desde la consolación
profunda de la experiencia del Crucificado-Resucitado de quien somos llamados a ser testigos. Las
lecturas bíblicas de estos días nos recuerdan el gozo del encuentro de los discípulos con Jesús
resucitado y su salida a proclamarlo con signos y palabras.
Homilía
Queridos hermanos, queridas hermanas:
Son muchas las maneras de acercarnos a la vida del Papa Francisco quien calzó las sandalias del
pescador, las del Apóstol Pedro, al estilo de Jorge Mario Bergoglio. Un estilo que se fue haciendo
y madurando a lo largo de muchos años de formación, servicio y entrega generosa, primero en la
vida religiosa y presbiteral de la Compañía de Jesús, luego en el servicio episcopal a la
Arquidiócesis de Buenos Aires y la Iglesia latinoamericana. Finalmente, sirviendo a la Iglesia
universal como Obispo de Roma que incluye el exigente ministerio petrino de propiciar la unión
de todo el Pueblo de Dios al servicio de la misión del Señor Jesucristo.
El Papa Francisco fue un hombre forjado en la experiencia de los Ejercicios Espirituales de San
Ignacio de Loyola. Desde ellos podemos acercarnos al estilo genuino de su vida y su servicio al
Pueblo de Dios y a toda la humanidad.
El presupuesto de los Ejercicios Espirituales lo encarnó Francisco en su terca convicción de
practicar y llamar al diálogo como instrumento fundamental para establecer relaciones genuinas,
superar conflictos y facilitar la reconciliación. El diálogo parte del reconocimiento de las
diferencias como punto de partida y “salvar la proposición del prójimo” es el inicio de caminar
juntos al encuentro de una solución compartida.
El Principio y Fundamento fue, sin duda, su punto de apoyo. La vida de Francisco estaba
cimentada en la roca que es Cristo, no en la arena de las propias ideas o intuiciones. Jesús al centro
de su vida garantizaba reconocer a Dios como único absoluto y “curarse en salud” de cualquier
idolatría, abundantes y atractivas en los contextos en los que vivió. Cuando confirmó las
Preferencias Apostólicas Universales 2019-2029, como misión de la Compañía de Jesús, puso muy
en claro que, para que fueran iluminadoras de nuestra vida-misión, había que fundarse en la
primera de ellas: mostrar el camino hacia Dios mediante los Ejercicios Espirituales y el
discernimiento. El camino hacia Dios lo muestra solamente quien lo va caminando y al
experimentar al Señor actuando en su vida, es capaz de discernir las mociones del Espíritu en
medio a la complejidad de la historia.
El Papa Francisco nunca ocultó su propia fragilidad ni cayó en la tentación de fingirse fuerte. La
primera semana de los Ejercicios lo llevó no sólo a reconocerse pecador, a confesar sus
debilidades, pedir perdón, sino a experimentar la misericordia de Dios y sostenerse en la oración
de sus hermanos y hermanas. De la conciencia de sus debilidades surgía esa letanía de “no se
olviden de rezar por mí”. Lo decía porque se sentía sostenido por la oración del Pueblo de Dios.
Muchas veces repitió su necesidad de acudir al sacramento de la reconciliación y nos recomendó
a todos hacerlo frecuentemente. De allí también su insistencia a los ministros ordenados de hacerse
espejo del rostro misericordioso de Dios, de evitar juzgar en lugar de acoger con los brazos abiertos
a todos, todos, todos.
La experiencia de la segunda semana de los Ejercicios se hace patente en la vida y testimonio del
Papa Francisco. Conocía a Jesús a través de la contemplación asidua de los evangelios. Amaba a
Jesús, el amigo, el confidente… el de los coloquios ignacianos en los que aprendió a abrirse
plenamente y recibir la gracia necesaria para realizar su misión. Su escudo papal lo proclama
cuando dice: miserando et eligendo. Como al publicano Mateo, Jorge Mario Bergoglio
experimentó la manera personal cómo el Señor fue misericordioso y lo eligió entre sus discípulos.
Durante el resto de su vida no dejó de crecer en esa familiaridad con Jesús que lleva a superar las
debilidades aumentando su confianza en Él, hasta ponerse totalmente en las manos de Dios.
La contemplación de la Encarnación lleva a Francisco a adquirir la mirada universal desde la que
elige participar en la redención del mundo. Esa mirada de la Trinidad es capaz no sólo de ver la
complejidad y riqueza de la vida humana sino a lleva a compadecerse de ella. Hombres y mujeres,
niños y niñas, jóvenes y ancianos de una rica diversidad cultural, que viven las más variadas
situaciones, que alternan salud y enfermedad, alegrías y tristezas, guerra y paz… unidos por el
sueño de un mundo mejor. Contemplación que lleva al Dios Trino a decidir la encarnación de la
segunda persona, que, despojándose de todo privilegio, sufriendo hasta dar la vida, abre el camino
hacia Dios-Padre.
La meditación de las dos banderas inspira la identificación con Jesús encarnado en pobreza y
humildad. Lo enseña a encontrar al Señor en los márgenes de la sociedad, en los rostros de los
migrantes, de los sin techo, de los desempleados o de los que reciben un salario que no llega a fin
de mes… Lo enseña a desprenderse del deseo de honores y aceptar la humillación por causa del
evangelio.
Elegir el camino de Jesús lleva a encontrarse cara a cara con el misterio de la cruz. Acompañar a
Jesús que lava los pies de sus discípulos para darles ejemplo de servicio a los hermanos y hermanas,
parte el pan y reparte el vino para significar su entrega hasta la última gota de sangre, carga con el
pecado del mundo. Abre sus brazos en la cruz por mí, por cada uno de los seres humanos. Al
contemplar a Jesús crucificado, la mirada de Francisco se mueve hacia los crucificados de este
mundo y su deseo de acompañar al Señor lo sube a la misma cruz desde la que puede contemplar
la magnitud del desafío de transformar el mundo y elige sumar su entrega a la de Jesús.
De las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron no sólo abierto sino vacío, aprendió a no
buscar entre los muertos al que está vivo; y experimentar la consolación del encuentro con el
maestro crucificado, ahora resucitado. Consolación que abre los ojos del corazón a entender lo
anunciado por los profetas, a experimentar el fuego del amor incondicional, abrazarlo en la
fracción del pan e integrarse a la comunidad de los discípulos, en medio a la cual aparece el Señor
para confirmarlos, como nos narra Lucas en la escena evangélica que escuchamos en esta
celebración.
El gozo interior de experimentar al crucificado-resucitado elimina el miedo a dar testimonio de lo
que ha cambiado su vida para siempre. De allí en adelante, Jorge Mario Bergoglio consagra su
existencia a compartir la alegría del evangelio. Elegido al ministerio petrino, Francisco no tiene
miedo de nadar contracorriente en defensa de los derechos humanos ni de la lucha por revertir las
acciones humanas que maltratan el medio ambiente. Con palabras y gestos invita a acoger los
migrantes como hermanos y hermanas, hacerse cercano a los encarcelados y los descartados por
la sociedad. Su voz clama constante por la paz y señala como toda guerra es un fracaso de la
humanidad. El diálogo es la vía para conseguir construir relaciones justas mientras la violencia
destruye puentes entre los pueblos. Mientras se estrechan los espacios de la participación
democrática en todo el mundo, Francisco impulsa la Iglesia hacia la sinodalidad, es decir, a ampliar
los espacios de participación para convertirse en pueblo que camina hacia la promesa del mundo
en el que vivamos fraternalmente.
La experiencia espiritual sintetizada en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, interiorizada en
la vida de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, culmina en la sensibilidad para encontrar a
Dios en todas las cosas. La contemplación para alcanzar amor abre todos los sentidos a la
capacidad de percibir la presencia del Señor en todos los aspectos de la vida personal y social, en
la naturaleza y en la historia. Por eso, la palabra, gestos, estilo de vida, reconocimiento de la propia
fragilidad… llevan a poner toda la confianza en Dios y sólo en Él.
Nuestro hermano y Papa, Francisco, está ya totalmente en las manos de Dios, dejemos que su
testimonio siga inspirando a la Iglesia a compartir la misión redentora de Jesucristo y a la
Compañía de Jesús a desear en todo amar y servir.-
Fotos: P. Gaspare Salerno
Cortesía de Lourdes Gómez Lorez