El Papa, el Pueblo y la Promesa
Francisco no fue un papa para los aplausos fáciles. Fue un hombre que sostuvo tensiones. Que desilusionó a conservadores y progresistas por igual. Y sin embargo, algo en su rostro, su cansancio, su sonrisa, su modo de inclinarse en silencio seguía recordando al mundo lo esencial

Ricardo Márquez:
Gracias por leer en el idioma de tu alma
Querida alma,
Esta semana, la Iglesia se entristece con la partida del Papa Francisco.
No solo el primer papa jesuita. No solo el primer papa latinoamericano.
Sino un hombre que se atrevió a pastorear con olor a pueblo.
Con ternura. Con contradicciones. Con misericordia.
Y mientras el mundo lo llora, yo también lo lloro.
No solo como creyente.
Sino como hombre formado en esa misma tierra ignaciana—
desde los barrios de América Latina,
desde la espiritualidad de la escucha,
desde la mística del trabajo.
Cuando trabajé como obrero en San Félix
Durante mi formación jesuita, pasé varios meses como operador de calderas termoeléctricas en la ciudad de San Félix.
Ese tiempo me marcó profundamente. Aprendí el ritmo del cansancio físico, la dignidad del trabajo manual, y el compañerismo que nace en medio del ruido, el sudor y el pan compartido.
Francisco también supo de eso.
Él también conoció los márgenes, y entendió que la dignidad no se predica desde arriba.
Se aprende abajo.
En la calle. En el barrio. En la fábrica. En la cárcel. En el hospital.
No era perfecto. Pero era pastor.
Francisco no fue un papa para los aplausos fáciles.
Fue un hombre que sostuvo tensiones. Que desilusionó a conservadores y progresistas por igual.
Y sin embargo, algo en su rostro, su cansancio, su sonrisa, su modo de inclinarse en silencio seguía recordando al mundo lo esencial:
La ternura también es autoridad.
El Evangelio no se grita: se susurra.
Una oración para los que seguimos
Señor, hoy se ha apagado una voz que nos ayudaba a recordar tu estilo.
Un estilo hecho de gestos, no de gritos.
Ayúdanos a no buscar reemplazo, sino continuidad.
A no idolatrar al hombre, sino a encarnar la mirada que él sostuvo.
Si esta carta te ayudó a honrar lo que también está muriendo en ti, te invito a suscribirte a Susurros del Alma. Aquí no canonizamos a nadie. Solo tratamos de seguir caminando con dignidad.
Gracias por leer.
Gracias por hacer duelo con fe.
Gracias por dejarme susurrar.
— Ricardo
Susurros del Alma