Palabras marineras y voces de montaña: Efraín Subero, Los Castores y San Antonio de Los Altos
Los Castores se fue creando en un pueblo que podía ser descrito, en aquel momento de mediados del siglo XX, como una pequeña aldea serrana

Horacio Biord Castillo:
San Antonio de Los Altos y Los Castores
Por varios años, cuando aún se utilizaba una calcomanía con la silueta de una casa del modelo inicial y un farol encendido, el lema de la urbanización era “En Los Castores se está construyendo un mundo”. En efecto, Los Castores fue la primera cooperativa de vivienda exitosa en Venezuela. Desde sus inicios, logró estimular una red de relaciones sociales entre los propietarios y residentes. Se trató, especialmente en las décadas iniciales de 1960 y 1970, que quienes vivieran aquí no solamente fueran vecinos, sino también amigos solidarios que se apoyaran. Era la idea cooperativista. Podemos decir que fue un ideal, casi una utopía, de la amistad y el afecto, de la solidaridad social.
Los Castores sería la primera urbanización grande de Los Altos que se consolidó como un espacio urbano con vialidad y servicios, con amplias zonas verdes, parques, iglesia, áreas comerciales, deportivas y de esparcimiento. Todo ello da cuenta de que fue proyectada con una concepción integral de la vida humana. Su creador fue el padre Silverio de Zabala, un sacerdote vasco con una gran preocupación social que quiso ofrecer la posibilidad para que familias trabajadoras de clase media, entre ellos muchos inmigrantes, especialmente vascos por el origen del fundador, pero también de otras nacionalidades, y muchos venezolanos, fundamentalmente docentes y, en síntesis, todos personas y familias trabajadoras, concretaran el sueño de tener un hogar. Esto debe subrayarse, especialmente cuando vemos que nuestra propia ciudad y todo el país sufren la terrible experiencia de la separación de las familias, la inmigración forzada por las condiciones económicas y la situación sociopolítica. Qué triste que no podamos decir, como al inicio de Los Castores, que aquí, en San Antonio de Los Altos, en la muy vieja Gulima, en el estado Miranda o en toda Venezuela “se está construyendo un mundo”, un mundo verdaderamente de oportunidades, redes sociales solidarias, igualdad y libertad.
Así nació Los Castores, pero no surgió de la nada. No se creó en un espacio vacío de relaciones sociales ni de significados. Al momento de su creación, las tierras de Los Castores estaban comprendidas en la Hacienda San José, que, a su vez, formaba parte de la Hacienda Don Blas, propiedad de mi familia. La habían fundado inicialmente mi bisabuelo Virgilio Biord Lagarde y mi abuelo Raúl Biord Septier, franceses llegados a estos predios de Los Altos. Sería más tarde mi padre Horacio Biord Rodríguez quien tuvo que sostener la hacienda y conducirla en la transición de predios rurales a urbanos tras la construcción de la carretera Panamericana en 1955.
Mucho antes, los indios llamaron Gulima a estas tierras y, por aquí, estuvieron las minas de san Antón, que quizá le dieron nombre a la quebrada de El Oro, que nace en las montañas de Pipe y se une a la de Don Blas, antes de los saltos de Figueroa. Luego una parte perteneció al canónigo Juan Félix Jerez de Aristeguieta, pariente cercano y padrino del Libertador, quien tuvo casa y ermita en terrenos de lo que hoy es la urbanización.
Así, pues, Los Castores se fue creando en un pueblo que podía ser descrito, en aquel momento de mediados del siglo XX, como una pequeña aldea serrana. San Antonio de Los Altos había sido fundado el 1º de mayo de 1683, mediante la donación comunitaria que hiciera el marqués de Mijares a veinticuatro familias de origen canario que vivían en condiciones estrechas en Galipán. Esos terrenos muy quebrados estaban ubicados en el actual parque nacional El Ávila o Guaraira Repano, que en lengua de los indios es “Sierra Grande”. Con esa donación comenzó una historia que se consolidó un siglo más tarde, cuando el 21 de abril de 1783, justamente cien años después de la fundación del pueblo, se crea la parroquia eclesiástica bajo la veneración y patronazgo de san Antonio de Padua. Se separa entonces de la parroquia de San Diego. La toponimia y devociones franciscanas se deben a los frailes encargados de la doctrina de indios de San Diego.
San Antonio continúa como una pequeña aldea de comuneros dedicada a labores agrícolas y de producción de carbón hasta que, en la segunda mitad del siglo XIX, comienza un lento crecimiento con la instalación de familias inmigrantes, entre ellas la mía a finales del siglo. Más tarde vendría la venta de fincas y pequeñas propiedades rurales. San Antonio no tenía vías carreteras, como se llamaban entonces, y dependía de los caminos de recua que por La Suiza, El Picacho, Pozuelo, El Faro y La Boyera bajaban a El Cují y Figueroa. Por allí seguían a La Mariposa, Las Mayas y El Valle hacia el centro de Caracas. Otras rutas eran por el Alto de las Yeguas, hoy Paseo San Juan Bosco, hacia San Diego y también, por los cerros, hacia Prim y Bejarano, en lo que hoy es la carretera de La Mariposa hacia la Cortada del Guayabo.
Posteriormente se abrió una extensión de la carretera que conectaba a San Diego de Los Altos con Carrizal, desde Quebrada Honda, donde ahora hay un módulo policial, hasta lo que hoy es el puente de La Morita. Sobre la quebrada se construyó un puente de madera, que permitió la llegada del primer camión a San Antonio. En 1937 mi abuelo Raúl Biord Septier y otras personas que contrató construyeron la carretera que une Pacheco con La Mariposa y que se le conoce con el nombre de El Cambural, camino de Pacheco o las Cascadas de Pacheco. Esto se hizo dentro del Programa de Febrero elaborado por el general Eleazar López Contreras en 1936, pero la inversión quedó sin el pago acordado con el gobierno. Esta carretera prestó sus servicios por casi veinte años.
En 1955 el gobierno abrió la carretera Panamericana, lo que cambió la geoorientación de San Antonio y de todo Los Altos. Con ello se fue generando un polo urbano en Don Blas, que hasta ese momento era apenas una hacienda y un conglomerado muy pequeño de vecinos, y en Las Minas donde había pequeñas propiedades rurales distribuidas en lo que hoy es la recta homónima y el punto más alto de la carretera.
Venezuela, y la ciudad de Caracas, en particular, experimentaban una expansión urbana acelerada por la recuperación económica de la postguerra y la posición del país como primer productor de petróleo. En ese contexto, Los Altos se presentaba como una oportunidad para el crecimiento inmobiliario. Los Teques, tras la instalación de la capitalidad del estado Miranda treinta años atrás, en 1927, vivía una segunda transformación. Se construían nuevos edificios y avenidas que requerían mano de obra y servicios y se generaba, así, un aumento proporcional de los empleos indirectos. Entre otras obras, podemos señalar la ampliación de calles y avenidas y el complejo de los grandes colegios salesianos: el Liceo San José, el colegio Santo Domingo Savio y el aspirantado Santa María, hoy sede de la Universidad Politécnica Territorial de Los Altos Mirandinos Cecilio Acosta (antiguo Colegio Universitario de Los Teques Cecilio Acosta). En Altos de Pipe se construía el Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales, fundado por Humberto Fernández Morán, luego Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Asimismo, surgían varias urbanizaciones por Los Altos, entre ellas, quizá la más ambiciosa, San José de Los Altos, fundada en 1956, que si bien no cuajó como urbanización o barrio residencial propiamente dicho, hoy luce como un núcleo urbano de creciente población; Colinas de Carrizal, inicialmente construida como una urbanización con facilidades para los periodistas y, luego, para los profesores; La Macarena y Los Lagos, en Los Teques. También, y casi contemporánea con Los Castores, pero un poco antes, El Toronjil, La Suiza y Potrerito en San Antonio.
Sin embargo, sería Los Castores la urbanización que logró apuntalarse como una comunidad y crecer más rápido y de forma armónica. El proyecto inicial tropezó con dificultades económicas que pusieron en peligro la compra de los terrenos por el incumplimiento del cronograma de pagos acordado. Afortunadamente se solventaron gracias a los acuerdos y la gran amistad entre el padre Zabala y mi papá, Horacio Biord Rodríguez, quien, y lo digo con modestia y a la vez cariño hacia ambos actores, insistió y convenció a sus hermanos para que la sucesión de mi abuelo aceptara ofrecerle plazos cómodos y realistas a la Cooperativa Los Castores, integrada por personas con limitadas posibilidades económicas.
Por las razones antedichas, quizá, en Los Castores se sintió con fuerza que “se estaba construyendo un mundo”, un mundo de solidaridades y bienestar. Pronto se erigiría la parroquia de la Sagrada Familia cuyo nombre y advocación refuerzan la idea de comunidad. El primer párroco fue el padre René Carvallo, de grata memoria por haber construido un templo con servicios sociales e incluso una zona rental que ayudara al mantenimiento. Ese templo luce un tanto opacado por la nueva iglesia; pero, en su momento, el complejo parroquial constituía una innovación. Igual sucedió con la apertura del automercado Sorocaima y su centro comercial y residencial, que venía a ser el segundo después del Centro Comercial Don Blas, el cual albergaba el primer automercado grande que fue el Don Blas, hoy Gran Mercado Florestán.
¿Cómo no recordar al señor Stella, encargado de las plantas de agua, y animador de las parrillas? ¿O la botica del señor Navas, en la avenida principal? ¿O la agencia de festejos del señor Valderrama? ¿O la oficina y la escuelita de la calle El Kínder, donde también se decían inicialmente las misas dominicales? ¿O la quinta “María de Magdala”, de Manolo y Magdalena Guerrero de Ruiz, la primera en inaugurarse en 1965? ¿O el transporte escolar del señor Manolo, en su camioneta verdiazul?
Por otro lado, con todo esto se fue generando un antagonismo, quizá poco recordado actualmente, entre San Antonio y Los Castores. Este sería aupado, de manera indirecta, luego por la CANTV al llamar “Los Castores” a su estación local.
En efecto, se dio una fuerte rivalidad entre los habitantes del pueblo de San Antonio, descendientes de las primeras familias, y Los Castores, a cuyos habitantes sentían como recién llegados. Esto no duró mucho tiempo. Comenzó a gestarse en la década de 1960 y quizá desapareció a finales de la de 1970. Posteriormente, a mediados de la de 1980, fue motivo de desagrado para muchos sanantoñeros de abolengo la construcción de la Alcaldía en el sector Don Blas, en límites con Las Minas, a orillas de la Panamericana, en terrenos originalmente cedidos por mi padre cuando se construyó la Panamericana. Ese tipo de rivalidades pueblerinas las podemos encontrar en otras comunidades del interior de Venezuela, como entre San Lázaro y Santiago en el estado Trujillo, entre Guanape y Valle Guanape en el estado Anzoátegui, entre Río Chico y San José de Barlovento y entre Tacarigua y Mamporal, ambos casos en Barlovento, por solo citar algunos ejemplos. Uno distinto, pero de mayor magnitud, ocurre entre Calabozo y San Juan de Los Morros, en el estado Guárico, por haberse desplazado la capital de la primera a la segunda ciudad.
San Antonio se percibía como la comunidad más importante por ser la original, la más antigua, con tradiciones y lazos familiares y Los Castores como una urbanización novedosa, con otro tipo de arquitectura y de espacios urbanos. En aquella época, y hablo fundamentalmente de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, entre Los Castores, como antiguo sitio de Don Blas, y el pueblo San Antonio todavía había predios periurbanos, espacios sin construir, casas dispersas, pequeños fundos familiares, siembras de hortalizas y bellísimas lomas llenas de vegetación o jardines, como la antigua entrada al parcelamiento Santa Anita. No era lo que es hoy: una continuidad urbana desde el pueblo de San Antonio y sus alrededores hasta la recta de Las Minas, ya en las confines con el municipio Carrizal.
Setenta años después de la construcción de la carretera Panamericana se ha producido un cambio radical. La parte más urbanizada y económicamente más activa es la que era la más apartada y rural. El casco antiguo del pueblo se ha convertido en un casco histórico, menos activo económicamente. Es importante resaltar ese adjetivo de “histórico” porque parecería que San Antonio es un pueblo hecho a martillazos, a retazos, absolutamente improvisado. No luce como lo que, en realidad, es: un pueblo muy viejo, el pueblo más antiguo de Los Altos.
Efraín Subero y Los Castores
En ese contexto local que he tratado de describir, debemos celebrar la creación de este Centro Cívico Cultural que lleva el nombre ilustre de Efraín Subero, quien tanto amó a Los Castores. Incluso, en 1975, cuando la cooperativa cumplía quince años, escribió su historia, una historia que quería ser de vecinos y amigos.
Hombre de mar, vuelto montaña; hombre de arpón y espuma, vuelto palabra, Efraín Subero nació el 16 de octubre de 1931 en el puerto de Pampatar, una ciudad que, flanqueada por su castillo, mira el mar y la poca distancia que separa la isla de Margarita de la de Coche y tierra firme. Efraín Subero sintió a Margarita como su cuerpo y su alma. El mar se convirtió en sangre en sus venas, como los arrecifes, islotes y playas se hicieron corazón en su pecho de casa con zaguán, patio y techo de teja. La Venezuela pequeña cabía en su isla, que fue la perla inicial de la invención española de Venezuela y América del Sur. Sus palabras marineras lo hicieron hombre de montaña y lo llenaron de sus voces. El 23 de diciembre de 1968, presuroso para que no lo agarrara un nuevo año fuera de la neblina y el frío, se vino a vivir a San Antonio de Los Altos y le puso a su casa un nombre de mar para que todos los vecinos supiesen que era una casa marinera, una casa de pescadores, una casa abierta al afecto, al cariño, a la amistad.
Su casa fue también su biblioteca o, quizá, como sería más adecuadamente decirlo, su biblioteca fue su casa y en su biblioteca se movía con una enorme sonrisa de llanera la señora Argelia Gimón, su esposa, la Excelencia de tantos años, los hijos (Jesús Manuel, hoy flamante director y propulsor de este Centro Cívico Cultural, gran amigo y bella persona como sus padres), Efraincito, Lilian y Carolina, la más pequeña; Cira, la tía, y luego llegarían el nieto y el sobrino y los amigos, sus hijos y nietos. Hasta mi hijo menor, Nacho, un día tecleando en la vieja máquina del señor Efraín, en lo más profundo de su biblioteca, mientras departíamos en el jardín, dijo que estaba escribiendo “teorías”. Así la familia se fue ampliando por la sangre y los afectos.
Libros, artesanías, obras de arte, cuadros, esculturas. figurillas de todo tipo, muchos ángeles de Excelencia, un jardín que era también un museo y casi un pedazo de cielo, una fuente con peces, que lleva por los caminos de la espuma a una “Isla de luz sobre el amor anclada”, como se titula uno de sus primeros poemarios. La biblioteca del señor Efraín no era simplemente una biblioteca, era un espacio de interacción social, adonde concurrían escritores, intelectuales, estudiantes y vecinos. El señor Efraín, insigne escritor, compilador y divulgador, bibliógrafo y de allí la importancia de su biblioteca, asesoraba, supervisaba trabajos de investigación y de tesis, oía y aconsejaba, leía textos propios y ajenos, iba y venía, daba charlas y cursos.
Me atrevería a decir que el primer centro cultural de Los Castores fue, en pequeño por el espacio, pero grande por la riqueza intelectual y el patrimonio bibliográfico y artístico, la casa de Efraín Subero. Ahora lo es este centro que lleva su nombre, en estas montañas, en este lugar que para mí no es solo un sector denominado “El Manantial”, sino donde por mucho tiempo estuvo la toma de agua y la bomba que surtía a la hacienda de mi abuelo y que mi padre durante muchos años venía a encender en horas de la madrugada para que al comenzar las labores agrícolas y el ordeño de las vacas en la hacienda Don Blas ya estuviera el vital líquido. Aquí donde manan manantiales de agua purísima, manarán también ideas, cánticos, poemas, obras de teatro, actividades intelectuales, literarias, culturales en general, lúdicas y, fundamentalmente por serlo todo, de convivencia humana. La gestión al frente de la cooperativa del señor José Antonio Feijoo gana hoy una extraordinaria presea con la creación de este centro cultural.
Que mis palabras en nombre de toda la comunidad de San Antonio de Los Altos, y en especial de Los Castores, de donde hace cincuenta años fui un vecino adolescente, entre noviembre de 1971 y abril de 1975, en la Gran Terraza, agradezcan la labor que se inicia; que mis palabras animen a Jesús y a José Antonio en este trabajo y al equipo que los acompaña; que mis palabras feliciten a todos los “castores”, palabra que antes se usaba mucho como gentilicio y expresión del ideal cooperativista, y a todos los sanantoñeros, por este espacio tan especial, por lo recogido, por lo hermoso, por lo agradable que promete ser.
Hace pocos años anidó en el campo de fútbol contiguo un alcaraván y se suspendieron las prácticas de fútbol para permitirle al ave empollar sus huevos, cuidarlos y que nacieran los polluelos. Ese empollamiento es un símbolo propicio de fertilidad, de creación, de vida.
Gracias, José Antonio. Gracias, Jesús. Gracias, señor Efraín, ahora señor también de este centro cultural.-
Palabras pronunciadas en la inauguración del Centro Cultural “Efraín Subero” de la Urbanización Los Castores, el viernes 25 de abril de 2025.
Horacio Biord Castillo
Escritor, investigador y profesor universitario