Testimonios

Reflexiones de un ex guardia suizo sobre la elección del Papa León XIV

Hoy podemos afirmar con certeza que la Iglesia está en manos de Dios. La elección de León XIV nos lo recuerda con franqueza y dulzura a la vez. Parece un don del Señor, que no nos deja carentes de lo que necesitamos

En los días previos al anuncio de un nuevo papa, entre todas las hipótesis, maniobras, temores e intentos de predicción, nadie parecía imaginar realmente quién surgiría del Colegio Cardenalicio como la nueva cabeza de la Iglesia Católica Romana.

El Espíritu Santo la mayor parte del tiempo nos deja vagar en nuestros pensamientos y proyectos. Pero luego interviene. Y lo hace con una fuerza que casi nos derriba, pero luego nos agarra del pelo para recuperarnos antes de que caigamos por completo.

Hacia fines de la semana pasada, mientras estaba en Roma, el nombre del cardenal Robert Francis Prevost comenzó a surgir vigorosamente como “papable”, junto con la narrativa de que sería un cónclave rápido para elegir un nuevo papa. Confieso que al principio era un poco escéptico (¿un papa estadounidense ? ¡Qué va!).

Pero cuanto más lo pensaba, más me convencía de que podría ser algo bueno. «Tiene la doctrina correcta, en la línea de san Juan Pablo II y Benedicto XVI, mantendrá la calidez del papa Francisco y podría superar la división en la Iglesia sirviendo con humildad y fortaleza», me dijo un amigo prelado.

Y efectivamente, en el segundo día y en la cuarta votación, una columna de humo blanco se elevó de la chimenea de la Basílica de San Pedro a las 18:07, hora de Roma.

Una hora después, el nuevo papa, ahora el ex cardenal Prevost, apareció en la logia central de la basílica como el papa León XIV. Saludó a los fieles con un gesto de la mano y luego permaneció en silencio durante un largo rato, visiblemente conmovido, mientras los cien mil personas reunidas en la plaza de abajo aplaudían y la Guardia Suiza, junto con las fuerzas armadas italianas, le presentaban sus respetos. «La pace sia con tutti voi (La paz sea con todos ustedes)», fueron sus primeras palabras. Se presentó como «hijo de San Agustín», miembro de la orden de San Agustín (un detalle nada desdeñable); habló de paz, diálogo y unidad eclesial; y luego rezó el Ave María en italiano, conmemorando la festividad de Nuestra Señora de Pompeya e invocando la intercesión de la Madre de Dios.

Inmediatamente encomendó su ministerio a Nuestra Señora, un gesto que habla de una fe que se arrodilla y vive en la vida cotidiana. Un carácter tímido; un hombre manso; un religioso; un pastor que conoce las necesidades de sus sacerdotes; y un canonista, por tanto, un hombre de justicia, de moderación y de fidelidad a la forma eclesial.

Fue jefe del Dicasterio de los Obispos desde 2023, encargado de identificar y evaluar a los posibles nuevos obispos que nombraría el Papa, pero con un pasado misionero en Perú. Su padre era de origen italiano y francés, y su madre española. Es el primer Papa norteamericano y también el primer Papa agustino de la historia.-

Mario Enzler (ZENIT Noticias – The Daily Signal / Washington, 13.05.2025)

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