Mons Ovidio Pérez Morales en Coro, para el Centenario de Luis Herrera Campins
"Hay personas de las cuales no es difícil hacer memoria grata y agradecida. Una de ellas es el amigo y ex presidente de la República Luis A. Herrera Campins"

MEMORIA GRATA Y AGRADECIDA
En el Centenario de Luis A. Herrera Campins
Mons. Ovidio Pérez Morales
Hay personas de las cuales no es difícil hacer memoria grata y agradecida. Una de ellas es el amigo y ex presidente de la República Luis A. Herrera Campins.
Me resulta casi obligante el iniciar estas palabras con las que se tituló el discurso del hoy homenajeado, al despedirme en esta ciudad en 1993 para mi toma de posesión como arzobispo de Maracaibo: “Decimos hasta luego a quien ya no puede irse del corazón falconiano”.
Es un privilegio hablar de acontecer personal en marcos amplios a quienes Dios nos ha concedido vivir en dos siglos y milenios, con el aditivo histórico de tratarse de un tiempo extraordinario. En efecto éste no implica sólo una aceleración o multiplicación de cambios, sino de algo que ha merecido la peculiar calificación de: cambio epocal. Alvin Toffler tituló precisamente un libro suyo como Tercera ola para enfatizar la profundidad y amplitud de las mutaciones en nuestra contemporaneidad. Cambio epocal quiere decir que se trata de una magnitud inusitada. Baste pensar en lo que estamos experimentando en el campo comunicacional y en el ámbito de la vida humana.
A propósito de hechos significativos en el acontecer, no podría omitir el referirme a la obra Frente a 1958, publicada en Múnich por el exiliado portugueseño y la cual revistió un tinte profético en el escenario político nacional. Fue un escrito que me entregó y me comentó el mismo Luis en la capital bávara, por cierto en una gran cervecería (la Hofbrauhaus), de esas grandes típicas muniquenses y en una de las cuales Hitler proclamó su fallida sublevación (putsch) en 1923. Luis cumplía por entonces cinco años de haber sido expulsado del país, a raíz de la huelga universitaria de 1952 contra la dictadura de entonces y en la cual jugó un papel protagónico. Por cierto que en ese año coincidió el destierro de Luis con mi partida para Roma con el fin de iniciar mi formación seminarística. Inicio de dos largas ausencias, de siembras esforzadas y felices cosechas.
Fueron tiempos aquellos europeos de los ´50 muy densos, desafiantes en reconstrucciones y exploración de nuevos caminos de integración. Tiempos de estrecheces de post guerra y de emergencia de la guerra fría, pero también en los que el viejo continente se fue compactando democráticamente, así como reemprendiendo y profundizando su desarrollo por obra especialmente de cristianos como Adenauer en Alemania, De Gásperi en Italia y Schuman en Francia. El ´58, tema de reflexión y de ilusión de Luis, fue un año de particular significación para Venezuela y para la Iglesia universal; para nuestro país porque se reinició el proceso democrático, simbolizado en el Pacto de Punto del 31 de octubre, que garantizó décadas de convivencia en libertad y de innegable progreso nacional; y para la Iglesia universal, porque con la llegada del Papa Juan XXIII, electo el 28 de octubre, se abrió el tiempo de lo que se denominó renovación o aggiornamento (por cierto que en sede vacante fue mi ordenación presbiteral).
Para Luis su destierro del ´52 al ´58 constituyó un período en que supo aprovechar su peregrinar europeo para ahondar en su formación cristiana y político-cultural, así como para tejer relaciones en la línea de la democracia cristiana. El bagaje con que se contaba entonces en materia de Doctrina Social de la Iglesia se restringía a sus primeros sólidos insumos fundamentales, entre los cuales destacaron: las encíclicas Rerum Novarum (León XIII 1891) y Quadragesimo Anno (Pío XI 1931) junto a los mensajes navideños de Pío XII. Se estaba a las puertas del fuerte desarrollo que recibió con Juan XXIII, el Concilio Vaticano II (1962-1965) y los pontificados ulteriores. Ese Concilio abrió para la Iglesia una nueva época en planteamientos doctrinales y orientaciones pastorales. Hablando de fechas y acontecimientos no hay que olvidar las repercusiones de la Revolución Cubana (enero de 1959) con todo lo que entrañó de acentuaciones en escenarios ideológicos, alineamientos continentales y estrategias globales.
Luis Herrera Campins jugó en el país un papel protagónico en campo partidista, parlamentario y gubernamental, durante lo que se suele denominar la etapa democrática (1958-1999), marcada por el estado de derecho y la alternancia constitucional en el ejercicio del poder. En ámbito continental él participó decididamente en procesos de pacificación, democratización y solidaridad internacional. Me ofreció, por cierto, la oportunidad de acompañarlo en la visita oficial que hizo en los inicios mismos del acceso sandinista al poder en Nicaragua.
En Venezuela los cuatro decenios de convivencia democrática concluyeron en una crisis profunda, de agravarse sucesivo constante y que no ha tenido todavía un desenlace consistente positivo. Entre los factores generadores de esa crisis se ha de mencionar una excesiva confianza en la solidez del real sistema democrático (se llegó hasta jugar con la destitución de un presidente, a escaso tiempo de su entrega normal del cargo), así como el poco cuidado prestado a la delicada planta de la democracia (en educación, vigilancia y poda); una suicida anti política en círculos nacionales de gran influjo, así como un miope pragmatismo y devaneos voluntaristas en dirigencias partidistas se convirtieron en brújula de aventuras contraproducentes. El quiebre experimentado entonces ha tenido como consecuencia que el país no ha entrado todavía con paso firme constructivo en el nuevo siglo y milenio.
Siendo sinceros no se puede negar que en medios de Iglesia faltó mayor discernimiento y mejores aportes pastorales; se malgastaron energías en la adecuada interpretación y aplicación actualizadas de su doctrina social; hubo radicalizaciones teóricas y prácticas que no favorecieron una presencia armónica y sólida del laicado católico. La caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS advirtieron, aunque tarde, respecto de la ilusión frente a ciertas utopías de liberación. La falta de una adecuada, progresiva y más integradora intelección, formación y aplicación en materia de doctrina social llevó a sensibles vacíos y a la desarticulación de instituciones y movimientos que favoreciesen una marcha mejor orientada y más consistente.
De los ex presidentes se suelen subrayar sus obras de particular significación. Con ocasión del centenario de nuestro homenajeado, de las muchas de su gestión mencionaré, con todo, sólo una, que legítimamente se tituló como Revolución de la Inteligencia. Ésta cristalizó en un ministerio, del cual fue encargado otro gran venezolano y amigo, Luis Alberto Machado. Fue una iniciativa de imponderable importancia, más apreciada fuera que dentro del país y que, por desgracia, desapareció en el siguiente cambio de gobierno, sin mayores deudos nacionales y con imponderables consecuencias negativas para Venezuela. Esa revolución, verdadera de verdad, tocaba no simplemente determinados proyectos y realizaciones, sino la fuente misma del quehacer humano, como es la inteligencia. Y una inteligencia no encerrada en sí misma, sino entendida como facultad gemela de la voluntad orientada éticamente por el bien y la virtud. Innovaciones como la de inteligencia artificial llevan a percibir mejor el desastroso vacío dejado por el quiebre esa verdadera revolución.
Lo cierto es que Venezuela, en este nuevo espacio histórico que se esperaba promisor, viene sufriendo un deterioro económico, político y ético cultural. Entre las consecuencias negativas más resaltantes se pueden registrar la despoblación y el empobrecimiento del país, la inexistencia de un genuino estado de derecho, la violación masiva de derechos humanos, la fractura de un relacionamiento social pacífico, cívico, la prédica oficial de que la voluntad del poder se impone “por las buenas o por las malas”.
El Episcopado venezolano en el ejercicio de su misión pastoral ha seguido prestando en este siglo su servicio orientador animando a una convivencia libre, solidaria y fraterna, acompañándolo de iniciativas tanto formativas como también caritativas promocionales y asistenciales. En el mismo sentido ha denunciado fallas del sector oficial, comenzando causalmente por el sentido totalitario de la ideología y el proyecto gubernamentales.
Con respecto a nuestro homenajeado es oportuno resaltar su actualización permanente y progresiva en la Doctrina Social de la Iglesia, como ideario teórico y orientación práctica. Mención peculiar merece su seguimiento de los aportes del Episcopado Latinoamericano en sus asambleas continentales de Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992), así como de las orientaciones del Episcopado venezolano. Es bueno recordar aquí que esa doctrina es un conjunto de principios, criterios y lineamientos para la acción, sin restringirse a una ideología o un programa concreto de acción.
Hacer memoria de un protagonista positivo de historia, tanto eclesial, en su condición de creyente, como de mundo, por su compromiso ciudadano, constituye un grato deber y una ineludible obligación. El festejo centenario del expresidente Luis Herrera Campins ofrece una invalorable ocasión para apreciar y difundir su ejemplo de entrega servicial generosa, sobre todo en momentos en que Venezuela urge una efectiva recuperación integral y emprender con ánimo su ulterior progreso. La situación actual exige retomar la herencia testimonial de quienes se consagraron a la nación con entusiasmo y generosidad, sin buscar beneficios crematísticos ni el disfrute egoísta del poder. Hoy el país urge identificar, apreciar y seguir ejemplos personales, modelos ciudadanos, como el que nuestro homenajeado ofrece de modo claro y efectivo. En él tenemos con un tesoro moral, espiritual, disponible como pedagogía y norte para seguir adelante con entrega y entusiasmo, no sólo con testimonios y obras individuales, sino con iniciativas conjuntas de consistencia nacional. Su vida es modelo existencial, en el cual el amor, mandamiento máximo de Dios que es amor, ha de ser principio supremo directivo de la acción.
Parafraseando palabras suyas podemos decir ahora al amigo Luis: saludamos con afecto y gratitud a quien ha quedado grabado en el corazón falconiano. –
Coro, 14 mayo 2025.