Lecturas recomendadas

Yo soy la resurrección y la vida

Jesús no se limita a resucitar a Lázaro. Él revela quién es. Yo soy la resurrección. Yo soy la vida

Rosalía Moros de Borregales:

 

Duelo en Betania

 

Muy cerca de Jerusalén, en una aldea llamada Betania, se vivía el dolor de una gran

pérdida, era Lázaro, el l hermano de Marta y María que había muerto; cuatro díías

llevaba en el sepulcro, todo parecía haber terminado, Marta había mandado emisarios

para avisarle al Maestro. Pero, Jesús no había venido inmediatamente. Y la espera

había extinguido la esperanza.

 

La intensidad del duelo llenaba el ambiente como una densa niebla. Era el tiempo de

los abrazos bañados de lágrimas, de las conversaciones con largos silencios, de las

preguntas sin respuesta. Jesús, el Marstro amado, aquel a quien María había

ungido sus pies con el perfume de aquel costoso alabastro; aquel a quien ella había

rendido su alma, el amigo de la familia, el que había enseñado a Marta la lección de

escoger lo más preciado, de dejar el afán de un lado y dedicarse a lo verdaderamente

importante. aún no había llegado.

 

Esta enfermedad no es para muerte

 

Mientras tanto, estaba Jesús con sus discípulos y: “Oyéndolo Jesús, dijo: Esta

enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios

sea glorificado por ella”. S. Juan 11:4.  Al enterarse Marta, que Jesús venía en camino

salió a su encuentro y con el alma dolida, pero aún creyendo en Él, le dijo: “Señor, s

hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.

 

El reproche de Marta

 

Jesús amaba a Lázaro, y amaba a sus hermanas, Marta y María. Él había estad

hospedado en su casa, lo habían escuchado, lo habían servido con alegría.

Pero esta vez, Él no llegó a tiempo. No para ellos. No según su reloj. Era imposible

Comprender su tardanza. Marta, con la fe rota pero aún viva, al verlo entrar a Betania

cortió hacia Él: ¡Maestro! Sus palabras fueron sinceras, provenientes de un corazón

herido: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.  S. Juan 11:21.

 

La revelación que quitó el poder a la muerte

 

Jesús la miró. Y en medio del dolor que compartía con ella, no le ofreció una

explicación. Tampoco una promesa futura. Le dio una revelación de divinidad, presente

y eterna: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.

 

La pregunta que Dios nos hace cada día

 

Y luego de esta revelación le hizo la gran pregunta: ¿Crees esto?”

  1. Juan 11:25–26

Esa pregunta ha cruzado los siglos hasta llegar a nosotros. ¿Creemos esto?

No es una metáfora. No es consuelo poético. Es una declaración divina en el umbral de

la tumba. ¿Esa pregunta _Crees esto? no fue solo para Marta. Sigue viva hoy.

Nos alcanza a ti y a mí.

 

La anticipación

 

La esperanza en la resurrección no comenzó con el Nuevo Testamento.

Job, siglos antes, dijo con certeza: “Yo sé que mi Redentor vive, y que

al fin se levantará sobre el polvo.” Job 19:25. El profeta Isaías,

uno de los escritores más destacados del Antiguo Testamento anunció que el Señor

destruiría a la muerte para siempre. Isaías 25:8. Daniel habló de los que “duermen en el

polvo que serán despertados”. Daniel 12:2. En los Salmos susurraban que Dios no

dejaría al justo en el Seol. La eternidad estaba sembrada en las Sagradas escrituras y en

el corazón humano: “Dios puso eternidad en el corazón del

hombre”. Eclesiastés 3:11. Jesús se presenta como el cumplimiento

viviente de esa esperanza. Él no solo dice que habrá resurrección,

Él dice que la resurrección tiene un rostro, Él mismo, el Hijo de Dios, el Mesías

Prometido, el tan esperado príncipe de paz.

 

Cuando el tiempo de Dios parece tardar

 

Jesús no se apresura. No llega corriendo al sepulcro. El Maestro amoroso que había

conquistado sus almas no evita el dolor. Llora. Llora con los que lloran. Llora con

María y Marta. Llora por Lázaro; llora porque la muerte aún no había sido vencida.

Llora porque el amor verdadero no se endurece ante el sufrimiento. Y luego, se acerca

A la tumba. Manda a quitar la piedra. Algunos dudan. Marta le dice: “Hiede ya”. Pero

Jesús no retrocede. Levanta los ojos al Padre. Y con voz de autoridad, llama a Lázaro

por su nombre. “¡Lázaro, ven fuera!” S. Juan 11:43. Entonces, el que

estaba muerto se levantó y con las vendas aún atadas, con el milagro reflejando luz en

todo su ser, salió de la tumba y caminó hacia el Maestro.

 

La vida que vence a la muerte

 

Jesús no se limita a resucitar a Lázaro. Él revela quién es. Yo soy la resurrección.

Yo soy la vida. Presente. Personal. Viva. Esta declaración no es solo consuelo para el

duelo, es verdad para cada día. Es para los que sienten que algo en ellos ha muerto:

la esperanza, la fe, el propósito, la paz. Es para quienes creen que ya es tarde.

Que hiede. Que todo está perdido. Pero el que cree en Él, aunque esté muerto, vivirá.

 

Hoy también resucita

 

Aún no estamos atrapados en el sepulcro bajo la tierra. Pero, todos tenemos una gran

piedra que nos mantiene alejados de la vida con Dios. Todos cargamos con ausencias,

con promesas no cumplidas, con silencios que duelen. Jesús se acerca a nuestro duelo,

no como un espectador, sino como el que tiene la autoridad de la vida misma.

Y todavía pregunta: ¿Crees esto? Yo lo creo. Y mientras camino con Él, aunque mis

pasos a veces estén cansados, sé que Él que está conmigo como la Resurrección y la

Vida que fluye en mí cada día.

¿Tú lo crees? Porque si lo crees… no solo verás un cambio.

¡Verás la gloria de Dios!.-

 

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